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Sueños

  • Foto del escritor: Pedro Creo
    Pedro Creo
  • 20 mar 2019
  • 11 Min. de lectura

Actualizado: 24 mar 2019

Hace una semana que mi entrañable amigo Arthur partió de este mundo, el clima brumoso de hoy me hizo recordar esa tarde en que recibí su carta, con trémula letra me pedía urgentemente visitarle en su residencia. Yo, que me considero una persona de corazón noble y fácil de convencer, no pude rechazar la petición de mi amigo, quien por aquellos momentos vivía momentos oscuros y bajos. Arthur Vincent Creensom, era un hombre de modales refinados y educación admirable, una eminencia en el estudio de las neurociencias. Daba catedra en la Universidad Estatal de Massachusetts, en donde también fungía como rector de la facultad de psiquiatría. Pero a partir de una serie de desafortunados eventos, fui perdiendo a ese entrañable ser quien parecía descender en una espiral de locura y demencia. Perdió casi todo, trabajo, amigos y el respeto que tanto trabajo le costó ganarse.


Arthur era un hombre que dormía pocas horas y empezaba a notársele, él se denominaba así mismo como un ser nocturno. Expresaba que durante la noche tenía una claridad de ideas que le ayudaban a resolver mejor situaciones laborales y personales. En más de una ocasión acompañé a mi amigo en sus veladas. Gastábamos la madrugada en su biblioteca, platicábamos temas relacionados con libros, poesía y recuerdos vagos. Una de esas noches mientras fumábamos opio, advertí que Arthur intentaba decirme algo que tal vez por vergüenza no se atrevía a contarme, por lo que quise entusiasmarlo a compartir sus pensamientos. Después de vacilar un poco, finalmente me dijo:


“Frederick, viejo amigo, tu eres en quien he depositado toda mi confianza, de todas mis amistades, eres el más cercano, y con el que he sido completamente transparente. Sé que talvez lo que vas a escuchar te suene un poco descabellado, pero juro por la tumba de mi madre, que mis palabras son ciertas, verás…”

Arthur empezaba a arrastrar sus palabras, se adentraba en un profundo sueño, sus parpados se cerraban poco a poco. Un fuerte ruido le devolvía de su intento de siesta. El estruendo se escuchó afuera de la biblioteca, sobre el pasillo. Era como el sonido de varias láminas de metal cayendo contra el suelo, fue un ruido seco y con un eco tétrico que aun siento retumbar en mis oídos. Miré el rostro de Arthur en busca de una explicación, lo único que encontré fue su empalidecido semblante y sus ojos rodeados de rojas venas, parecía una imagen espectral. Rápidamente se levantó para cerrar la puerta con llave y recargar su espalda sobre ella, como si con eso intentara detener la entrada de algo o alguien que acechaba afuera. La vieja puerta de cedro a sus espaldas hacía ver a mi amigo más diminuto de lo que ya era. En la parte superior de esta entrada había una abertura horizontal en forma de media luna, sobre este resquicio entraba una ráfaga de aire helado que hacía castañear las mandíbulas de mi amigo. Con gestos exagerados me pedía guardar silencio. Yo me acerqué a él para pedir una explicación, lo tomé por los hombros y lo aparte de la puerta, le dije que estaba en la necesidad de abrirla para observar que todo estuviera bien afuera. Arthur me rogó no salir, se aferraba a mi pierna mientras sollozaba palabras entrecortadas. Le exigí tranquilizarse. Me desprendí de él y me dirigí hacia la gran puerta, tomé el frío pomo y la hice girar lentamente, no niego que en ese momento casi me arrepentía de mi arranque de valentía. Afuera, en el pasillo, solo había un poco de neblina que pensé probablemente se había metido por una ventana abierta, sobre el piso se encontraban dispersas muchas piezas metálicas pertenecientes a una colección de vajillas clásicas y oxidadas que estaban sobre una repisa vencida. Seguramente el mismo aire había tumbado estos objetos. Al devolver la mirada a mi amigo Arthur, este estaba sobre sus rodillas, tenía ambas manos sobre su rostro. Era evidente que el miedo que sentía no lo dejaba moverse.


Esa noche tratamos de serenarnos, Arthur no podía articular palabra alguna, por lo que lo acompañé a descansar en un mueble amplio que tenía en la biblioteca, le preparé su pipa, fumó y se recostó lentamente. Hasta mi último parpadeo antes de dormir advertí que Arthur no conciliaba el sueño, mantenía su mirada fija hacia la ventana, afuera solo se proyectaba la espesa blancura de la niebla.


Al día siguiente noté que Arthur se había marchado a trabajar, no había nada más que una nota en donde se disculpaba por su ausencia y en la que prometía citarme después para hablar de lo ocurrido y del tema que quedó pendiente.


Cuando volví a casa sentí en el cuerpo una extraña sensación, era angustia de algo que ni siquiera comprendía. Después de esa noche, no volví a saber de Arthur, solo escuchaba comentarios de aquellos cercanos a él. Relataban que Vincent se presentaba a trabajar desaseado, a veces en clases divagaba y terminaba hablando incoherencias, su aspecto empezaba a distar mucho del que conocían, parecía mutar en una especie de esqueleto humano. Cuando sus colegas se acercaban a hablar con él, este explicaba sinsentidos. Trabajaba en un proyecto universitario y decían que la encomienda lo estaba volviendo loco. Murmuraban que no dormía. La Universidad lo suspendió el día en que se presentó a trabajar completamente dopado por el opio. Los estudiantes gastaban bromas e inventaban leyendas urbanas con él. Decían que el demonio le había robado el sueño.


Precisamente, trece días después de mi visita a casa de Arthur, recibí la carta que mencioné en un principio. Yo, que estaba absorbido por la curiosidad, me dirigí esa misma tarde a su residencia sin importarme el mal clima. Al llegar a su puerta, fui recibido por el mozo, quien rápidamente me llevó a su habitación. Vi que mi amigo yacía sobre su cama, estaba amarrado con sábanas y sogas al colchón, fue grande mi impresión al no reconocer a Arthur, lucía avejentado, su piel estaba cuarteada de tantas arrugas, totalmente seca, los ojos estaban sumidos en sus cavidades, parecían centellas brillando en el fondo de un pozo, su boca era una sonrisa sardónica que infringía pavor, su cabello estaba arrancado a puños, lucía demacrado y más flaco. Esto fue lo que me dijo con voz casi inaudible:


“Hoy mi querido Frederick, te he pedido que me visites, no sé si muera en el transcurso de la tarde, talvez ya no veré la luna de esta noche, a lo mejor eso no es tan malo. Pero acércate y toma asiento, hala esa silla que se encuentra en mi escritorio, no me obligues a hablar fuerte ahora que mis fuerzas me abandonan. Mi querido Frederick, el único amigo que me resta, has demostrado lealtad y aprecio hacia mi persona. Ahora es que entenderás la importancia de tu visita. Tu bien sabes que no te hubiera hecho venir de no ser necesario, me apena que con este tiempo hayas tenido que salir de tu casa.


Como sabes, hace unos meses, empecé a hacer una investigación acerca de los problemas conductuales que produce el insomnio, era un trabajo importante que la Universidad remuneraría atractivamente, sin lugar a dudas este trabajo me absorbió, y ahora mírame… ¿Ves esos papeles sobre mi mesita? Quiero que te encargues de finalizar mi investigación antes de que el campus deseche el plazo de recepción ¿lo harás?”

Después de su petición comenzó a delirar, una avalancha de absurdos salió de su boca, el mozo me pidió que esperara afuera de la habitación. Esa misma noche murió Arthur bajo condiciones por demás desconocidas, la mueca pavorosa en su rostro deforme por la falta de sueño es algo que aún me persigue, pero más aterrador aún fue para mí leer su investigación.


Al día siguiente me mudé a la residencia de mi amigo difunto. Sus empleados tuvieron excelentes atenciones para conmigo, me acomodé en el estudio en donde él pasaba gran parte del tiempo realizando el trabajo que me había encomendado. La investigación en sí, se basaba en el trastorno, causas, efectos y posibles soluciones, además de tratar raras mutaciones genéticas que derivan en un insomnio fatal, para la cual no existe posible cura; Arthur trabajaba en la búsqueda de una solución para este mal. Si bien es cierto contraer esta enfermedad es de carácter hereditario, cierto también es que existió un caso aislado en el Reino de Navarra, en el que un joven de veintitrés años fue víctima de esta clase de insomnio, sin tener padres o parientes en línea ascendente que padecieran esta deformación del sueño.


El nombre del joven era Fabián Okondo. Se hizo un estudio detallado y neurológico de su actividad cerebral, lo más asombroso de los estudios era que el paciente, no mostraba índices o resultados que lo detectaran como portador de dicho síndrome, simplemente aludía haber perdido la capacidad de dormir. El enfermo duró exactamente diecisiete días, ocho horas y quince minutos. Murió de un infarto de miocardio múltiple. El paciente sufría de esquizofrenia, demencia, y agudas etapas de alucinaciones. Fabián manifestaba que la causa de su insomnio se debía a un encuentro de tipo paranormal, como los que se cuentan en reuniones para asustar niños y que no les dejan dormir. Se extrae una respuesta de la entrevista de Enero veinticinco de mil novecientos cuarenta y cuatro, a las dieciocho horas con trece minutos “¿Desde cuándo sufre usted ausencia de sueño?” Con respuesta que se transcribe literalmente: “Hace dos semanas, neblina, es la neblina. La “cosa” no me deja… dormir. No quiere que la gente duerma… como ella. Cada que lo intento… me despierta”.


Fabián murió tres días después, presentaba heridas en todo su cuerpo que se presumían él se había infringido, aunque los arañazos frescos en su espalda jamás se comprobaron, pues en sus uñas no había rastro cutáneo. Murió por no dormir, eso le produjo un ataque cardiaco. Es evidente que las alucinaciones que sufría el paciente eran demasiado crudas, estas lo estaban desgastando mentalmente. Sufría de una combinación de esquizofrenia paranoide y desorganizada, se sentía perseguido, escuchaba ruidos perturbadores y veía imágenes, en específico detallaba el joven, que se sentía acosado por una forma humanoide, de la cual no descifraba género, la describía como una persona sumamente alta, vestía una alba litúrgica sucia y maltratada, su rostro era algo difícil de describir para él, pues siempre evitaba verlo, escuetamente lo detallaba como una cabeza ovalada, como si estuviese aplastada por las laterales, una boca amplia, dando la impresión de estar gritando de horror, sus ojos eran dos orificios negros, no parecía haber nada en ellos y su cabellera era desgastada y ceniza. Lo definía como el rostro de sus peores pesadillas.


Esa entrevista fue realizada curiosamente por mi amigo Arthur, fue la última persona que lo atendió, se obsesionó tanto con el caso que quiso trabajar con él y en su investigación. Entre otros de los detalles del paciente español, y que tal vez no eran importantes, pero que por alguna razón mi amigo los tenía subrayados, era que Fabián, meses antes de caer enfermo, había tenido recesos cortos de descanso, gustaba de dormir poco y permanecer despierto largos lapsos; comenzó con periodos de sueño que se iban acortando paulatinamente. “¿Es posible que el organismo se acostumbre a dormir cada vez menos si lo estimulamos a estos lapsos breves?” Era una pregunta que tenía escrita Arthur a un costado de estos apuntes.


Los estudios seguían desarrollándose cada vez que pasaba una página, eran más de doscientos cincuenta y tres hojas de tesis, referencias y teorías de insomnio que pueden causar la muerte en un paciente sin adquisición hereditaria. Después de estas hojas, empezó un capitulo que se alejaba de los conceptos médicos, parecía un diario de actividades. Cada hoja que pasaba era un nivel más profundo en la personalidad demencial de Arthur aún desconocida para mí.


En ella expresaba que sentía cierta similitud en el caso de Fabián, pues sus periodos de sueño se iban acortando cada vez más, una fatiga crónica se acumulaba en su padecimiento. Sentía tal vez que todo esto era producto de la predisposición, que el estar tan sumergido en la investigación del síndrome lo había hecho exagerar las cosas.


Relataba en una de estas páginas, que la descripción hecha por Fabián del supuesto ente, lo había sugestionado demasiado. Había ocasiones en que veía a este monstruo en pesadillas tan vividas que despertaba gritando desesperadamente. No había noche en que no soñará con esta criatura, por lo que Arthur comenzaba a generar un miedo terrible a dormir. Y así, fue que paulatinamente y sin darse cuenta, el día le amanecía sin haber pegado los parpados, su fatiga era enorme pero se sentía aliviado de no haber visto al engendro.


Los movimientos de Arthur se volvieron lentos y torpes, y todo lo veía avanzar como en cámara lenta. Arthur describía que, cada vez que el sueño lo vencía, siempre había factores que lo despertaban, desde fuertes ruidos que lo sobresaltaban, jalones a sus pies que lo tumbaban de la cama o un frío intenso que le impedía conciliar descanso. Cierta noche, relata Arthur, la niebla se había tragado su casa, no podía ver nada a través de la ventana, solo las cataratas blancas rebotando contra los cristales. Un fuerte ruido en la sala le erizó la piel de la nuca, su mozo no estaba, era fin de semana y volvía a su humilde casa, por lo que él decidió ver que era lo que sucedía. Arthur bajó las escaleras con cuidado y armado con una pistola Kentucky. A cada escalón que bajaba, podía advertir con pavor una figura de extrañas formas que se encontraba en medio de la sala, era una silueta que le observaba fijamente. Se trataba del esperpento de sus pesadillas viéndolo directamente con sus ojos negros y vacíos. Arthur se quedó paralizado, describió que sentía como su mandíbula se desplomaba hacía al suelo. Pero más grande fue su susto al ver al monstruo correr desesperadamente desde la sala en su dirección, corría tras de él subiendo por las escaleras a trompicones y tumbos. Arthur tardó en reaccionar, cuando lo hizo subió gateando por los escalones, daba alaridos de desasosiego mientras sentía que la abominación le pisaba los talones. Como pudo se metió en su alcoba y se encerró bajo llave, la perilla de su puerta se movía violentamente. Arthur lloraba y rezaba hasta que los intentos de la “cosa” cesaron. Arthur no sabía si lo que vivió era realidad o parte de un sueño. Lo empezaba a asociar con las alucinaciones propias por la falta de descanso.


Seguí leyendo, y me encontré con una redacción que me dejó con la sangre helada.


“Esta noche he pedido a mi amigo Frederick pasar conmigo la noche, talvez lo que necesite es relajarme un poco y distraerme del trabajo. La investigación me está afectando demasiado… Frederick no se reirá de mi si le cuento lo que últimamente ha sucedido…”


“Lo de anoche no fue buena idea, tengo miedo de haber afectado a alguien que no merece este sufrimiento, me cuesta tanto trabajo separar lo real de las alucinaciones. A veces no sé si son estas visiones ciertas o no, tal vez esto que me persigue es producto de la esquizofrenia adquirida por la ausencia de sueño.

Estaba a punto de contarle a Frederick mi pena, cuando involuntariamente caí en profundo sueño, y como es costumbre, la “cosa” hizo un ruido para despertarme, como pude me levanté de mi asiento para cerrar la puerta, pude observar como la neblina se agolpaba en las ventanas, y un frío entumecedor empezaba a reptar por mi espina dorsal.


El miedo se apoderó de mis funciones motrices, no pude evitar que Frederick permaneciera en la habitación, quizá quería demostrarme con su valentía que no había nada a que temer. Pero grande fue mi horror al verlo regresar del pasillo, era testigo de una posible desgracia, sería una premonición maldita o estas alucinaciones cada vez toman matices más reales.


Frederick estaba de pie en el marco de la puerta, mostrándome un rostro tan animado y fresco, lo que contrastaba con tan agradable imagen era la monstruosa estampa que se asomaba justo atrás de él. Con mirada vacía, el espanto me miraba mientras que con sus brazos esqueléticos envolvía a mi querido amigo. Él no estaba siquiera consiente de la desgraciada imagen que había presenciado. Yo solo podía llevarme mis temblorosas manos al rostro, no soportaba tanta angustia.”


De golpe cerré el libro de investigaciones de Arthur, lo arrojé sobre el escritorio como si este ardiera en llamas. Me sentí abrumado y temeroso, algo en el ambiente hacia sudar mis sienes, mi quijada estaba trabada mientras observaba en todas direcciones. Con desesperanza dirigí mi mirada hacía la ventana, en ella se apreciaba algo tan común y cotidiano pero que ahora tomaba tintes dramáticos para mí. La neblina cubría toda visibilidad.


Aún no he visto nada ni he escuchado algo fuera de lo normal… hasta ahora. Tal vez y con el paso de los días, el insomnio que acumulo de hace tres noches me haga experimentar los horrores de mis dos predecesores. Por lo pronto solo me resta esperar que la locura y la desesperación lleguen a mí y me arrebaten mi frágil cordura. Aun soy capaz de ver mi rostro en el espejo y sé que con el paso de los días se asemejará más al semblante decrepito y vil del difunto Arthur Vincent Creemson.


Mientras escribo estas líneas, con tormento escucho como afuera de mi habitación los muebles hacen tronar sus maderas y como los pasos ligeros de “algo” se acercan a mi alcoba. Trato de distraer mi mente desviando mi mirada hacia la nada, tratando de que mi imaginación escape por la ventana, pero lo único que encuentro del otro lado del cristal, es la espesura lechosa de la neblina, y ésta a modo de advertencia, anuncia el inicio de mis pesadillas que desencadenará en uno de los peores infiernos como lo es, la falta de sueño.



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