Lo Que El Bosque Oculta (Primera Parte)
- Pedro Creo
- 20 mar 2019
- 22 Min. de lectura
I
Esta debe ser ya la tercera noche en que no puedo conciliar el sueño, mis parpados solo se cierran para pestañear y no logran quedarse sellados. Sin embargo hay un motivo de peso que justifica este fastidioso insomnio, y es que mi viejo y entrañable amigo Pat Oh´Doll pasó a mejor vida y soy el único sobreviviente que queda de un grupo de cacería que se encargaba de suministrar pieles y especies al mercado negro local, así como alimentos y productos necesarios para la pequeña comunidad de la que somos oriundos; aparte de todo esto, soy ahora el único portador de la indeseada verdad que juramos revelar algún día. El tiempo se acerca y debo cumplir con lo establecido, pues la palabra de hombre es más importante que cualquier otro código de lealtad, y más cuando hablamos de que esas promesas se les hicieron a los que ahora descansan once metros bajo tierra. La llama del quinqué en este cuarto ajeno no será suficiente, y la ya muy escueta luz que queda, alumbra inestablemente unas cuantas hojas de papel arrugadas, tintero y un oxidado revolver de bolsillo. Me excuso y me explico, así como ruego comprendan que prefiero escribir estas memorias con mi tembloroso puño e inentendible letra, a expresar lo que me es imposible con mi temerosa voz; anticipadamente aclaro que la cobardía de no haber comunicado esto antes, es a razón de que tengo presente que los nervios me traicionarán y las palabras se enredaran en mi porosa lengua. Juro que he intentado hacerlo, pero he fracasado en un sinfín de ocasiones. Lo más conveniente para mi frágil excitación, es redactar este escrito en la que explicaré los hechos ocurridos en el gris pueblo de Baker Hills. Treinta años atrás viví la situación más desagradable de mi existir, todos los testigos de tan aberrante episodio se han adelantado en el camino y como lo prometimos en el pasado, el ultimo sobreviviente sería el encargado de notificar lo que presenciamos aquella brumosa mañana de 1885.
He caminado muchas veces sobre la frágil línea que divide a la cordura de la demencia, preguntándome continuamente la misma interrogante sin respuesta, jamás desearía que entendieran lo complejo de los sucesos, pues el simple entendimiento de estos, podría desmoronar las paredes del raciocinio. Nuestras creencias han sido moldeadas con toques de fantasía y superstición, pero esto raya en lo desalentador y carente de sensatez. Como he mencionado anteriormente, no deseo la credibilidad de nadie, pues sé que pocos lo comprenderían. Hubiera preferido ser uno de los primeros en perder la cordura o en morir y así evitarme la engorrosa y cruda experiencia de relatar los funestos hechos. Solo muerto es que mi entendimiento encontrará descanso, pero antes de mi fatal adiós, suplico mente abierta para las siguientes líneas.
Hace tres décadas atravesaba una situación financiera por demás inestable, y mi primogénito Anthony se había adelantado en el alumbramiento, por lo que necesitaba generar más ingresos de lo habitual. Solo he conocido el oficio de la cacería y la captura ilegal de algunas especies. Por tan apremiante motivo armé una cuadrilla para adentrarnos en el misterioso bosque de Hills (no era conveniente ir solo, por los motivos que a continuación detallaré), cazaríamos algunos osos negros, sus pieles y garras serían bien remuneradas en el mercado informal. Junté a cuatro hombres de mi confianza, Steve McTwain, Pat Oh´Doll y Kirk Swansea (todos ellos fallecidos y los más cercanos a mí). El otro era un sujeto apodado “Cod”, un viejo bribón y de pasado difuso con el cual no me relacioné más allá de los negocios. Una noche antes de partir, como era costumbre, nos juntamos en el bar ubicado a un costado de la carretera principal de Hampshire, justo al cruzar el puente que divide a Baker de Ohario. Entre tarros de cerveza y humo de tabaco, reíamos y nos relajábamos de lo que sería la agobiante inmersión en el poco celebre bosque de Hills. Pero esa noche, “Cod” lucía ausente, no participaba de los comentarios ni reía de los chistes vulgares de Kirk.
Traté de acercarme a él, y averiguar si se encontraba nervioso. Sonreía tímidamente mostrándome la hilera superior de sus pequeños dientes amarillos, asumo para tratar de relajarme, pero sus facciones se endurecieron inmediatamente. Discretamente señalaba con telúrico índice hacía una mesa que estaba ubicada en un rincón del pestilente bar, en ella estaba un personaje hundido entre las sombras, un aire de misterio le envolvía mientras tomaba de un tarro sucio. Aquel hombre era conocido en el lugar por un suceso por demás extraño, no hablaba con nadie y nadie hablaba con él. Rumores y murmullos se elevaban cada vez que salía de su paupérrima madriguera.
Era un viejo cazador que se perdió en la zona prohibida del bosque Hills, un área en donde se recomendaba mantenerse alejado a niños, excursionistas y todo tipo de monteros. Se decía que esa zona del bosque había sido ocupada por aquelarres en la época de la inquisición, que viejos rituales aún tenían efecto sobre la superficie de esa demarcación, que los árboles, las piedras y ciertos animales están malditos, muchos de los que se habían atrevido a entrar, jamás fueron vistos de vuelta. Hasta ese momento, solo al viejo Sam.
Después de que volvió la gente le temía, nadie se animaba a cruzar palabra con él, además había sido culpado por el sector conservador de la comunidad como el responsable de la desaparición de un par de menores, nada comprobable, solo conjeturas basadas en el odio hacia su figura perversa e indescifrable; el departamento de justicia comunal lo declaró con “deterioro progresivo e irreversible de sus facultades mentales”. Imposibilitado de ser juzgado y al no contar nuestra localidad con un centro psiquiátrico, se determinó dejársele deambular en los derredores de su antigua morada. No tenía familia conocida, solo una hermana que murió antes de que él volviera, pues Sam se mantuvo extraviado por más de siete años. Cuando regresó lo hizo con la misma ropa que llevaba puesta cuando este se perdió, la misma ropa que siempre le vimos usar desde su retorno; su mirada era distinta, como si hubiera visto al mismísimo diablo a los ojos. Lo cierto es que pocos querían saber su historia o lo que pasó ese día en que el bosque se lo tragó.
Cuando salía de los restos de su vieja casa, iba al bar de la carretera Hills. Él dueño quien era lo más cercano a lo que puede considerarse un amigo, vivía temeroso de él, le obsequiaba un tarro de cerveza cada vez que iba, más que una muestra de generosidad de su parte, era una forma de deshacerse de él, un trago le bastaba para retirarse; le servía en el mismo tarro cada vez que volvía, ni siquiera lo lavaba. Decían los más ociosos del pueblo que Sam estaba maldito, que no envejecía y que lo habían visto elevarse del suelo como si algo lo jalara de sus vestiduras hacia el cielo, todos estos comentarios, ciertos o no, le habían creado al viejo Sam una envestidura enigmática y sombría, por eso nadie se atrevía a decirle nada, era como un alma errante vagando en la localidad.
“Cod” dijo que era mal augurio adentrarse en el bosque una vez que Sam andaba deambulando por ahí, que era un ave de las tempestades y no deseaba tentar a su suerte, - “Solo Dios y él saben que le pasó a esos desafortunados niños”- decía mientras se persignaba. Suplicó mi perdón por abandonar el grupo de cacería, se mostraba demasiado inquieto, solo quería alejarse de “el maldito” Sam, quien seguía bebiendo plácidamente su cerveza, alejado de todo, ajeno a los comentarios y murmullos que rebotaban contra su sucia espalda, era como si no existiéramos para él. Realmente no existía nada de lo que conocemos para él.
II
Samuel Henry Wollovitz era un hombre serio y dedicado a la cacería, difícilmente se metía en problemas y era más conocido por vivir con su hermana, una mujer delgada y de carne pegada al hueso, los más morbosos pensaban que había algo más que afinidad sanguínea entre ellos. Sam siempre entraba al bosque los fines de semana, cazaba liebres que después utilizaría para su consumo, los que sobraban los vendía al restaurante de paso que se encontraba 500 millas al sur de la carretera Hampshire. Un malhadado comedor que quedó marcado por servir comida contaminada y de consecuencias fatales. Un día antes de que Sam se extraviase, este se encontraba en el pub embriagándose como era costumbre, la gente ya lo notaba extraño desde ese momento y en el ambiente existía una sensación de desgracia que rondaba en los rincones de la localidad. Los pobladores se encerraban en sus casas de madera y de techos de lámina semi-picados, empezaban a marcar sus puertas con cruces rojas y pronto todos estaban rezando en lenguas en latín de difícil pronunciación. Había miedo; en el imaginario colectivo se creía que las podridas almas de las brujas aun rondaban el bosque y que de vez en cuando visitaban a la comunidad, buscando llevarse los espíritus de los más pequeños. La mayoría lo creía, nosotros no. Creo que tampoco Sam.
Cuando Samuel entró al bosque, la mayoría de los habitantes de la comunidad estaban aglomerados en la plaza central de Baker Hills. El líder comunal hacía honores a los muertos que veinte años atrás había dejado la otoñal brisa que trajo Octubre consigo, en un hecho sin precedentes y que dejo severamente lastimada a la población de Hills. El único doctor de la comunidad, Vincent Santos, atribuyó este fenómeno a los tóxicos de una vieja planta herbolaria que se mezcló en el oxígeno y que fue inhalada por un gran número de pobladores; siendo los más afectados el sector juvenil e infantil de la zona. Con el paso de los años, el número de víctimas se redujo notablemente, sin embargo; se podía apreciar a la vecinos de Hills utilizar cubre bocas en vísperas de Samhain.
Pocos fueron los testigos que observaron a Sam dirigirse al bosque, todos coincidieron que eran aproximadamente las cinco de la tarde, una hora inapropiada para la práctica de la cacería. Cargaba un rifle y no llevaba provisiones. Otro aspecto en el que todos concordaban era en la descripción de su rostro, lo trazaban como inexpresivo y con la mirada perdida, sus ojos aparentaban estar carentes de brillo e inyectados de indolencia. Enseguida él se internó en el bosque, el cielo se empezó a caer a pedazos, una torrencial lluvia azotaba solo al bosque, en la comunidad apenas y caían briznas del aguacero. Gente que vivía a las orillas del bosque, aseguró escuchar gruñidos de bestias rabiosas que provenían de las entrañas de las arboledas, los maderos de los troncos crujían y el viento soplaba tan fuerte que casi murmuraba lamentos. Mucha gente olvidó eso, o simplemente evitan traerlo de vuelta.
Se formaron grupos de rescate cuando Sam dejo de surtir al restaurante, cuadrillas cobardes iban solo en la mañana a buscar pistas que dieran con él, vivo o muerto. Una semana completa se le dedicó sin éxito, se le dejó de buscar cuando el grupo de hombres llegó a la zona límite, la parte prohibida del bosque, misma que se encuentra cercada con varias líneas de alambres de púas y letreros preventivos; encontraron su rifle de cacería muy cerca de la recta divisora, no había descargado un solo tiro. El pequeño colectivo sabía que ya nada se podía hacer, que la suerte de Sam estaba echada. Nadie que hubiera atravesado el alambrado de púas que divide al bosque, había sido visto de vuelta.
Los desalentados rescatistas tomaron el rifle y se encaminaron de vuelta a la comunidad, los cuatro sujetos comentarían después que se sintieron observados una vez que dieron la espalda a la zona prohibida. Ninguno de ellos tuvo el valor de voltear. Aseguraban sentirse desamparados y aterrados, caminaban con la mirada clavada en el camino. Más de uno creyó haber escuchado siseos inentendibles de la voz de Sam. Una vez fuera del bosque se dirigieron a la humilde morada del cazador, quienes con gran pena entregaron el rifle a su hermana. La destrozada mujer ya sospechaba el terrible desenlace; colocaron el arma sobre la mesa y se retiraron afligidos. Metros más adelante los hombres escucharon una detonación, la hermana del cazador se había volado la cabeza, su cráneo estaba esparcido en el techo de lámina de la paupérrima vivienda.
Desde ese instante todos guardamos silencio respecto a los hechos desgraciados, solos rumores que se perdían en el viento llegaban a oídos de los habitantes de la comunidad, a partir de ese día la gente se volvió más temerosa, adoptaron una postura fanatizada. Hacían misas y rituales extraños para mantener alejados a los supuestos espíritus del bosque. Cualquier manifestación “rara” pero de posible explicación, se convertía en un suceso sospechoso de magia negra. Comenzaron a tornarse violentos con aquellos que contrariaban sus ideas. Aunque cierto es que en los años próximos no hubo eventos que pudieran considerarse propios de la hechicería, y el bosque fue considerado por completo como una zona restringida. Gente que nos dedicábamos a la cacería y excursión éramos vistos con malos ojos, se nos señalaba de provocadores, pero jamás se metían físicamente con nosotros, teníamos una convivencia que rayaba en lo adecuado, pues fuimos los únicos que trabajábamos y manteníamos a flote a la comunidad. Un sector conservador había dejado de laborar para dedicarse por completo a cuidar a la congregación de las fuerzas provenientes de la espesura de los bosques. Era una especie de trato entre las dos corrientes ideológicas de la comunidad.
Pasaron siete años, y nadie hablaba en público de los sucesos que propiciaron los cambios en la zona. Hasta un día, en que rancios fantasmas del pasado volvían a anidarse en las mentes de los moradores y viejas interrogantes sin respuesta volvían a ser preguntadas a los habitantes. Un grupo de infantes que jugaba a asustarse con la historia de “las brujas de Hills” llegó a trompicones a mi morada. Uno de ellos me contó trastabilladamente que vieron una sombra escondida entre los árboles del bosque, del otro lado de la carretera de Himpshire, y que esta sombra les hablaba y hacía señas con las manos para que se acercaran a él, invitándolos a entrar al bosque. Los despavoridos niños corrieron atropelladamente en dirección contraria a la funesta figura, dejando a uno de ellos atrás, y hasta poco antes de encontrar mi casa, notaron la ausencia de éste. Entre sollozos pedían mi ayuda para volver por él. Sin dudarlo seguí a los críos hacía el punto en el que vieron a la misteriosa imagen del otro lado de la carretera. Debo confesar que los espacios que se formaban entre los troncos de los árboles formaban una obscuridad inmensamente profunda y abismal, mi vista se sumergía en esa lobreguez que parecía llamarme con siseos inestables y confusos, nunca estuve seguro si lo imaginé o si los demás niños lo escucharon también. Quiero pensar que era los lamentos y gritos de auxilio del pequeño Adam Clayton, quien desapareció esa tarde de Abril de 1880, cuando intentaba escapar junto a sus amigos de la terrible visión que se escondía en el bosque.
Esa misma tarde la comunidad se puso alerta, solo los familiares y amigos de Adam se internaron en el bosque para buscarle, conocía al padre del pequeño muy bien, un hombre dueño de la única refaccionaria del lugar, y mejor conocido en la localidad por haber golpeado a un representante del sector conservador de la comunidad. Estuve renuente a ir, creo que tenía temor y no estaba del todo seguro a que. Mi mujer que tenía meses de embarazo del pequeño Anthony, me apoyaba en mi decisión de no unirme a los grupos de búsqueda, pero un sentimiento de empatía para con Richard Clayton, el padre de Adam, nos embargó; sería nuestra próxima paternidad y entender el horror que significaría perder a un hijo lo que me hizo ponerme las botas y cargar mi rifle. Caminamos kilómetros en la espesura verdosa, sin siquiera encontrar una huella, una pista o señal que nos acercará a dar con el infante. Fue una frustrante jornada que terminó antes de que el sol se ocultase, Richard fue sacado a rastras del bosque, se negaba a volver a casa sin su hijo. Fue lo más dramático que me había tocado ver hasta ese momento.
Al día siguiente, me levanté sumamente tarde, una noche de pesadillas incesantes robaron mi descanso, soñé con el desconsolado Richard, recordaba sus uñas enterrándose en la negra superficie del bosque mientras era jalado por un par de hombres corpulentos, dejando las marcas alargadas de sus cinco dedos sobre la tierra. Sus gritos me despertaron de forma violenta. Un fuerte barullo proveniente de las calles me hacía levantarme de la cama, mi esposa dormía plácidamente a mi lado sin notar siquiera el carnavalesco escándalo. Salí de la casa para saciar mi curiosidad y observé a varios vecinos que caminaban apuradamente e iban en dirección a la plaza central de la comunidad. Tomé del brazo a la más robusta y lenta, le pregunté a que se debía tanta agitación.
-“Es Samuel, ha vuelto. Dicen que está poseído”.
III
Desde mi perspectiva, la religión ha sido y es un mal necesario, todos tenemos la necesidad de creer en algo, completa o parcialmente, espiritualmente necesitamos un balance en nuestras vidas (o simple armonía si desecha la existencia de la espiritualidad), pero cierto es también que, el creer en cosas divinas, conlleva a creer en cosas espeluznantes, horrores indeseables que serán castigados por nuestros malos actos, el mal representado en un ser, imposible siquiera de ser nombrado. La religión se ha encargado de infundirnos los peores miedos existentes, la iglesia es una fábrica de terror disfrazada de buenas intenciones. La gente de mi comunidad, justo al sur de Himpshire, se tomó esto muy en serio, cualquier cosa desconocida para ellos, era motivo de ser juzgado religiosamente, y es que desde tiempos muy lejanos, el miedo a lo desconocido ha sido el más añejo de todos los sentimientos.
Samuel Henry Wollovitz había vuelto después de siete años, de la plaza central se había desplazado hacia el bar de la carretera de Himpshire, tomaba por primera vez una cerveza en el tarro que Karl guardaría para él hasta el fin de sus días, mucha gente estaba aglomerada a las afueras de la taberna, otros se asomaban por las ventanas. Un sombrío Samuel bebía alejado del barullo, sus entrecanos bigotes se mojaban con la espuma de su tibia cerveza. Una vez terminada su bebida, el hombre que volvió del bosque se puso de pie y emprendió camino hacia afuera del pub, Karl no se atrevió a cobrarle, solo lo seguía con la mirada. Sam salió del bar y se abrió paso entre los curiosos, nadie se aventuró a preguntarle siquiera algo, pasó a mi lado y nos ignoró a todos como si fuéramos simples objetos de decoración. El único que se plantó en su camino fue Richard Clayton. Le cuestionaba el paradero de su hijo, Sam no se detenía, arrastraba sus pies al caminar, Richard lo seguía y lo bombardeaba con preguntas. Era comprensible, un desesperado padre que había perdido a su hijo un día anterior en el mismo bosque en el que se había perdido hace siete años ese hombre, era blanco de cuestionamientos, ¿Por qué volvió un día después de que se perdió un niño? ¿Tenía que ver con su desaparición? ¿Lo vio? ¿En dónde había estado estos siete años? ¿Por qué lucía exactamente igual al día en que se perdió? …¿Qué pasó en el bosque?
Los más fanatizados empezaban a rezar al unísono, pidiendo al líder espiritual del grupo que expulsara inmediatamente a Sam de la comunidad, todos eran esfuerzos en vano, pues él volvió pero al parecer su mente no, lucía ausente de todo, no sabíamos siquiera si escuchaba. Lo único evidente era la falta de lógica en los hechos, todo este tiempo de ausencia era relativamente nada en comparación con la apariencia del desaparecido, no lucía sucio o demacrado por el extravío, sus ropas estaban aún conservadas después de siete años, y sus barbas y cabellos no habían crecido, se rumoraba que había estado escondido en algún lugar, en otro sitio en el que buscó escapar del apego con su hermana, y así se construyeron muchas historias en torno de Sam, pero ninguna tuvo más eco en los habitantes como la de la consumación de un hechizo, en que todo este tiempo estuvo entre las almas de la siervas del diablo, y que por ende, su alma estaba maldita también. Como mencioné anteriormente, fue llevado al tribunal comunal, y fue imposible de ser juzgado al considerársele un demente, pero si otros tiempos hubieran sido, y la iglesia hubiera regido en su totalidad las decisiones de nuestra comunidad, seguramente hubiera sido quemado vivo.
Una semana después de la desaparición de pequeño Adam Clayton, el pueblo había bajado los brazos, daban por muerto o en poder de lo desconocido al hijo de Richard, quien nunca dejó de buscar, inclusive en altas horas de la noche, corriendo los riesgos de no solo de ser atacado por animales de la zona, sino de lo que no tiene explicación.
Muchos en el pueblo sentimos lástima ante estas acciones angustiantes, solo los más bravos se unían a él en sus búsquedas nocturnas. Una vez platicando con Kirk, quien fue uno de estos sujetos que ayudó a Richard, me comentó que el bosque cambia de forma dramática y espeluznante por las noches, que la mejor prueba de la existencia del infierno era el mismísimo bosque de Hills una vez que lo cubría la oscuridad. Dijo sentirse abrumado por la profundidad del mismo, se sentía observado por los árboles y tenía el presentimiento de que el mal se ocultaba y acechaba en las partes más sombrías de la maleza, nunca escuchó un ruido, ni siquiera la estridulación de los grillos. Kirk comprendió todas esas historias de brujas y demonios que contaban los más viejos cada vez que las tinieblas llegaban, y a partir de esos momentos con Richard en el bosque, estoy seguro que comenzó a creer en Dios. Es curioso como el ser humano funciona en base a su proceso cognitivo religioso, creemos primero en lo divino y después en lo impuro, que será el castigo al no cumplir con las enseñanzas del gran libro, y algunos, como mi amigo Kirk Swansea, lo hacen completamente al revés. Primero tuvo que creer en el diablo, para creer en la existencia de Dios.
IV
Lucas y Zack Dickens se acompañaban para traer agua del pozo artesanal construido por su abuelo materno antes de que este muriera de un infarto cerebral, Lucas, quien era el mayor cargaba la cubeta más grande mientras su hermano pequeño, Zackarias cargaba un diminuto pote que parecía más una maceta para plantas enanas. La orden de la señora Dickens siempre fue para el mayor de los hermanos “nunca pierdas de vista a Zack”. Eran las once de la mañana y el sol extrañamente caía a plomo sobre la pequeña comunidad de Baker Hills, comentaban los vecinos del lugar. Lucas después explicó a sus afligidos padres que en el momento en que introdujo la mitad de su cuerpo a la fosa para acarrear agua, fue que escuchó una voz en el fondo del mismo, cavernosa, e hipnotizante. El fondo del pozo se mostraba tan profundo e infinito que parecía no haber agua en él, era un abismo que despedía un olor a podrido, como si un animal muerto hubiera caído y sus carnes se estuvieran descomponiendo en el fondo de este. Lucas sentía que el olor lo haría desfallecer y caería en esa masa negra, creía que no iba a volver a ver a su familia. Cuando reaccionó, se enderezó rápidamente y sacó el tronco corporal de la fosa, buscó tomar al pequeño Zackarias para correr a donde sus padres, avisar de lo sucedido en el fondo del pozo y rezar a Dios al pie del colchón. Zack no se encontraba en el lugar en el que su hermano mayor lo había visto por última vez, Lucas volteaba en todas direcciones gritando su nombre. Comentó el pequeño que ya no había sol, sino una enorme nube negra cubría el cielo de Baker Hills, también un gélido aire hacía bailar suavemente a los pinos y plantas de la región frondosa. Muy al fondo, en la zona que da inicio al bosque y que rodea a la comunidad, Lucas observó una sombra alargada y encorvada, caminando hacia el interior del bosque, tomando de la mano a una diminuta figura, un infante de rubia cabellera y que era seguramente el hermano menor de mortificado Lucas.
El angustiado niño explicó a sus padres lo sucedido, y mientras un grupo de rescate (entre ellos iba mi amigo Steve McTwain) se apuraba para entrar en el bosque, otro más se acercaba hacia donde dormitaba Sam. De la vieja morada de la familia Wollovitz, solo quedaban los pilares y algunos muros derruidos. Desde los macabros hechos que asombraron a la comunidad de Baker Hills, el lugar se abandonó y nadie se atrevía siquiera a cruzar enfrente de la casa, mala hierba y enredaderas tupieron la deteriorada vivienda que misteriosamente se derrumbó en un muy breve tiempo, era como si la maldición hubiera caído sobre esa familia y sus posesiones materiales.
Hacía los restos de la vieja casa de Sam fue el líder conservador de Baker Hills, un hombre de fe y muy respetado por los religiosos y no religiosos de la comunidad. El padre Karl Sanbers, que en aquel entonces apenas y pintaba algunas canas laterales. Iba acompañado por un reducido número de corpulentos feligreses, solo iban armados con escapularios, cruces y biblias. Al llegar ahí, el atardecer ya cubría con alargadas sombras a la derruida vivienda. La excitación con la que se acercaba la muchedumbre desaceleró al observar la morada. Parecía que la noche solo se posaba sobre la destruida edificación, el padre Karl comentó en una de sus misas que la visita a ese lugar fue la mismísima inmersión al averno, que sus corazones latían tan fuerte que parecían resonar como tambores sobre sus pechos. Su frágil tranquilidad se vio violentada al advertir un corrompido aroma, este se hizo acompañar por un ruido detrás de las delgadas paredes que aún se mantenían en pie, era un gruñido o varios, nunca supieron definirlo, algunos comentaban que parecía ser emitido por una sola boca pero que varias cuerdas vocales hacían sonar ese intento de aullido. Los hombres de la iglesia reconocieron a ese ruido como lo más perturbador que sus oídos habían escuchado, otros más pensaron que era una jauría de animales salvajes que talvez descansaba en los escombros. En lo que todos coincidieron era que el miedo o algo parecido a este se apoderó de sus sentidos, el padre Karl empezó a rezar y sus acompañantes le seguían. Es en este exacto momento en el que los feligreses escucharon como el gruñido o los gruñidos aumentaban de intensidad hasta convertirse en un aullido pavoroso, los hombres de Karl se llevaban las manos a los oídos, el padre les pedía que no dejaran de orar con él. Muchos huyeron horrorizados, Sanbers y los pocos que se mantuvieron con él, perdieron el conocimiento. El padre lo consideró una batalla contra el mismísimo diablo, los más escépticos pensaron que eran una manada de lobos que ocupaba los restos de la casa de Sam como cubil y que el miedo se apoderó del grupo de conservadores.
Esa misma noche en el bosque, el grupo que se internó en la espesura no encontró rastros que llevaran con el paradero del pequeño Zack, pero si algo que llamó poderosamente la atención de toda la comunidad sin excepción. El viejo rifle de Sam, del que nada se supo desde hacía poco más de siete años y que dio muerte a la hermana de este, apareció sobre la tierra maldita del Bosque Hills. El mismísimo rifle, sin rastro de oxidación y con tan solo una munición agotada.
VI
No había duda que la paz en Baker Hills había terminado, esa tregua ficticia daba fin. Lo que habita en el bosque esperó el momento exacto para atormentar y atacar a la comunidad. Muchos se fueron a partir de los nuevos y desgraciados eventos, principalmente las familias con niños pequeños emigraron a las zonas cercanas a la ciudad, no había seguridad para nadie. Y estaba comprobado que no se podía hacer mucho. El terror ahora estaba anidado en todos nosotros. Lo desconocido da pie a muchas suposiciones y eso crea zozobra, estábamos asustados y temerosos de lo que pudiera pasar de un momento a otro, pero no podíamos renunciar a nuestras vidas, los días y los meses pasaron desde el misterioso incidente en la morada de Sam, a partir de ese día y por orden del padre Karl, nadie se metió con él, era mejor no tentar a las fuerzas del demonio, decía el feligrés. No se sabía a ciencia cierta que había pasado esa noche y lo mejor era dejar las cosas como estaban. Las cosas parecían volver a la normalidad para la poca población restante de Baker, las familias de los niños desaparecidos se fueron del lugar también, buscando proteger a sus demás hijos; de vez en vez Richard Clayton volvía con la esperanza de que su hijo regresara como Sam lo hizo, no importaba en que condición, solo deseaba su retorno; la madre de Zackarias y su marido no volvieron. Solo se supo que estaban radicando en un pueblo muy al Sur de Himpshire y que se habían convertido al Mormonismo.
Todos intentábamos olvidar, era lo mejor para no descender al sótano de la locura. Como relaté en el párrafo anterior los meses pasaron fugazmente y con estos el nacimiento de Anthony, mi primogénito. La reducción de habitantes en la comunidad nos afectó a todos, el comercio se vino en picada y las actividades que mantenían al pueblo en mediana prosperidad pronto se vieron sacudidas con una aguda crisis económica.
Es aquí que mi historia hace vértice en este punto, en donde Steve McTwain, Pat Oh´Doll, Kirk Swansea, “Cod” y yo estábamos en la taberna de Karl Oligster, riendo (a excepción de “Cod”) de los chistes de Kirk. Una vez que partió el temeroso miembro de mi cuadrilla, los demás muchachos y yo decidimos hacer lo propio, no sin antes dar un último vistazo al maldito de Sam, quien estaba ya en el último trago de su cerveza. Al día siguiente, entraríamos al bosque de Hills, creí no tener miedo, me sentía intranquilo, bien es cierto que la llegada de mi hijo me hizo derribar muchas barreras y la de flanquear temores infundados fue una de esas.
Esa noche me fui a dormir pensando en los niños desaparecidos varios meses atrás, mientras hacía esto veía como mi mujer se mecía en un viejo sillón con Anthony, el vaivén y el rechinar de la mecedora arrullaban mis sueños, mis parpados pesaban tanto que caí en un sueño profundo, pronto dejé de escuchar y sentir. Pronto estaba deambulando entre sueños, vi difusamente a Samuel en ellos, se veía lucido, él era parte de mi cuadrilla, cazábamos juntos, pero a diferencia de los demás, él no llevaba su malhadado rifle, llevaba un hacha, sus pesadas manos la empuñaban con tanta fuerza que hacia crujir los nudos del mango. Disparábamos hacia “algo” en la maleza, sabíamos que detrás de la espesura estaban escondidos los animales, uno de mis disparos impactó un cuerpo, no supe cómo, pero en el sueño tenía la certeza de que había sido así. Fuimos todos detrás de los arbustos a corroborar la muerte de nuestro objetivo, y ahí estaban nuestras víctimas, tendidas sobre el pasto, eran Adam y Zackarias, estaban recostados retorcidamente con heridas de fuego aun humeantes saliendo de sus frentes, mis ojos se llenaban de horror, todos estaban indignados conmigo, menos Sam, quien sonreía sardónicamente, este último y sin reparar en la reacción de los demás, levantaba su hacha, dejándola caer con todo su peso sobre la garganta de Adam. El crujir de los huesos de su garganta me despertaron abruptamente, un sudor frío brotaba de mis sienes, estaba temblando, creo que nunca había tenido una pesadilla tan horrida como esa. No pude conciliar más el sueño, por lo que decidí levantarme y preparar las cosas aunque faltase mucho tiempo para partir.
Cuando salí de casa, aún era de madrugada, una neblina espesa y abominable rodeaba mis pies, hacía demasiado frio y los vahos salían de mi boca como humo de cigarrillo, me dirigí al crucero de Ohario, ahí me encontraría con los demás. Pensé que me quedaría un buen rato a solas para reflexionar, pero ya se encontraba ahí Steve Mactwain, estaba sentado sobre un tronco partido por la mitad. Sus facciones ratoniles me desagradaban tanto pero esa madrugada sentí lastima por él, tenía miedo y lo pude ver en su semblante.
Pronto y con voz tímida, Steve empezó a parlotear- “Anoche no pude dormir, intenté conciliar el sueño pero me fue imposible. No quiero que pienses que soy un cobarde como Cod, por eso estoy aquí, pero hay algo que no compartí el día que se hizo la búsqueda de Zackarias, yo estuve ahí y vi algo, pero no quise decir nada porque hasta el día de hoy no estoy seguro de lo que vi, preferí quedarme callado, pero ahora que me interno de nuevo en el bosque, tengo mucho pavor de encontrarme con eso. No sabría decirte siquiera que fue lo que vi, pero encajaba perfectamente con la descripción del pequeño Lucas Dickens, y con el personaje que vieron los niños que auxiliaste en las faldas de la entrada occidental al bosque Hills. Era la sombra de un animal o algo parecido, lucía enorme y se escondía en las copas de los árboles. Cuando agaché la mirada para apretar mis ojos y convencerme que estaba paranoico, fue que devolví mi vista a ese punto, solo para descubrir que no había nada. Pensé o me traté de convencer que estaba sugestionado con las historias alrededor de las desapariciones, hasta ayer en la taberna parecía que todo iba bien, pero con la llegada de la noche, las sombras que producen los candelabros de mi hogar dibujaban figuras que me hacían recordar la cosa que me observaba desde las ramas de los árboles. Ahora estoy aquí explicándote esto y no me estoy excusando para dimitir, iré con ustedes, pero estoy muerto de miedo.”
Me senté a un lado de Steve, y le hice saber que estaba también un poco nervioso, pero todo tenía una posible explicación, lo de Sam era en aquel momento una inverosímil incógnita, pero que tarde o temprano, todo saldría a la luz. La claridad empezó a elevar la temperatura y el resto del grupo llegó puntual a la cita. Nos pusimos de pie e intercambiamos miradas, creo que ninguno estaba del todo seguro de lo que íbamos a hacer. Confieso que me sentía un poco culpable de arrastrar a todos a una inminente desgracia, la cobardía de “Cod” ahora lucía como inteligente bravura.
Eran las 7:03 de la mañana cuando ingresamos al Bosque Hills, nuestras vidas cambiarían a partir de ese maldito momento, yo solo iba pensando en mi pequeño Anthony. Era mi fuerza y mi motivo.

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