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Lo Que El Bosque Oculta (Segunda Parte)

  • Foto del escritor: Pedro Creo
    Pedro Creo
  • 20 mar 2019
  • 22 Min. de lectura

Actualizado: 20 mar 2019

VI

Parecía que llevábamos horas buscando en las entrañas del Hills, solo habían pasado quince minutos. Deseábamos cazar a nuestras presas y largarnos a nuestros hogares, no hablábamos entre nosotros y había una gran tensión que se palpaba en nuestro silencio. Un día anterior el padre Karl se apersonó en mi puerta, me advirtió tener cuidado y no llegar al límite de la zona prohibida, pese a que no soy una persona cercana a la comunidad conservadora y hemos tenido nuestros roces, ese día el padre Sanbers me dio su bendición, la recibí con suma humildad, si Dios existe lo necesitaba en ese momento.


Parecía que no estábamos en busca de osos, parecía que buscábamos algo más allá de lo que veíamos, no estábamos concentrados, nos cuidábamos de algo más. Buscábamos entre los rincones, en las copas de los árboles y en las sombras vegetales. La humedad del bosque hacía caer gruesas gotas de agua que golpeaban nuestros hombros, haciéndonos voltear violentamente a la espera de ver algún horror acechándonos. El resultado de nuestra poca atención se vio reflejada al cabo de dos horas, habíamos cazado apenas un par de liebres y un mapache, una raquítica cosecha que no servía de mucho. Estábamos decaídos y faltos de comunicación, solo una acción inusual hizo que el silencio entre nosotros de desquebrajara. Steve McTwain me alertó con su absorto comportamiento, observaba fijamente algo, voltee para descubrir que tenía petrificado a Steve. Unos metros más adelante de nosotros estaba un bello ejemplar de zorro, su lomo rojizo parecía una llama ardiente y el esplendor de su especie daba sentido al hipnotismo de mi amigo. Este miraba a McTwain, los dos mantenían contacto visual sin siquiera parpadear. El animal empezó a alejarse lentamente de nosotros, Pat O´Dohl quien era el más ambicioso del grupo, nos arengó a seguir al animal, era sumamente escurridizo pero nos animó y motivó para darle caza, su piel sería muy bien remunerada y compensaría nuestra pésima cosecha. Lo seguimos a lo largo del Hills haciéndonos olvidar nuestros previos temores, cierto es también que no reparamos en las tierras que estábamos pisando, conocíamos muy bien el bosque, pero ese día cambió su estructura de manera absurda, no era el mismo de siempre, de eso puedo estar seguro. Estábamos aún muy alejados de la parte prohibida y por tal motivo tenía la confianza de avanzar varios metros sin siquiera advertir de la cercanía de la zona maldita. En unos cuantos metros vimos como el zorro saltaba obstáculos como una audaz saeta, Pat soltaba el primer disparo, puedo jurar que había acertado pues él es un excelente mortero, pero para nuestra sorpresa el animal seguía en su salvaje huida. Metros más adelante cuando sentí un fuerte dolor en las costillas por la falta de aire, fue que el zorro paró una vez más para observarnos con diligente atención. Nosotros, que no podíamos aguantar por más tiempo el ritmo del animal, detuvimos abruptamente nuestra persecución, el tiempo de examinarnos visualmente con “él” solo duró unos segundos antes de que desapareciera entre el verde de la vegetación.


Pat lo siguió detrás de los arbustos, no había nada, solo mas flora. Esto era de naturaleza imposible, pues sus huellas sobre la tierra húmeda se habrían marcado de manera clara, pero no había rastro alguno del zorro. La mirada de confusión de Pat me dio escalofríos, su rostro tuvo un cambio escabroso, sus facciones se endurecieron al ver más allá de nuestra posición, Kirk y Steve voltearon lentamente para descubrir con horror que justo a sus espaldas se encontraba algo tan común a la vista de las personas pero que significaba desgracia para aquellos que se internan en un bosque como el Hills. Justo detrás de nosotros se encontraba una larga recta con púas, sobre este, colgaban varios mensajes de advertencia, habíamos cruzado la línea divisoria del bosque, no nos percatamos como, pero estábamos en el lado prohibido del Hills.


Corrimos desesperadamente hacia el alambrado, saltamos las vallas metálicas sin tanto cuidado, Kirk se rasgó sus pantalones y yo apreté un nudo con púas del alambre, un hueco en mi mano dejaba escurrir un hilo de sangre que salpicaba el follaje verde del escenario, una vez que cruzamos nuestro obstáculo, resoplamos de alivio; pero nuestra sorpresa fue un horror indecible, estábamos una vez más del lado maldito del bosque, era imposible, cruzamos una vez más obteniendo el mismo resultado escalofriante. Steve se dejaba caer de rodillas llevándose las manos al rostro, gritaba a los cielos estar maldito. Los demás solo guardábamos silencio, en ese lugar del bosque no había Dios que oyera nuestras plegarias. No nos queríamos mover, adentrarnos más era un suicidio, volteábamos a ver hacía las profundidades de la arboleda, era difícil distinguir a la distancia, pues la neblina hacía difícil la tarea de visualización. Solo la imaginación de lo fatídico dibujaba para nosotros los peores infiernos que se podrían esconder entre las sombras de la vegetación, los arboles deformes y retorcidos tenían ojos que vigilaban nuestros movimientos y los animales, la tierra y todo lo que se posara en él, estaban malditos. Nosotros ya lo estábamos.


Las horas pasaban y la temperatura empezaba a descender de forma dramática, no sabíamos de horas pues nuestros relojes se habían detenido, Pat tuvo una idea que solo corroboró lo surrealista de los hechos, tomó la iniciativa de cruzar él solo el alambrado, dejándonos al resto de los muchachos y a mí, del lado prohibido. Quería descubrir la posibilidad de que las dos zonas del bosque fueran la misma. Aventó primero su mochila y después levantó con sumo cuidado los alambres para cruzar al otro lado, una vez ahí volteó a vernos y en su mirada triste se reflejaba la desgracia sin explicación, de aquel lado era un espejo de donde estábamos, era la misma sección del bosque, no existía nada más que un plano idéntico, viéndose de frente. Con lágrimas en los ojos Pat volvía hacia donde nosotros, dejaba caer sus sentaderas sobre el suelo y permitía correr la amargura de su infeliz descubrimiento.


Con voz quebradiza empezó a chillar:


“Nadie que ha entrado a la zona prohibida del Hills ha sido visto de vuelta, estamos condenados y no sabemos qué pasará con nosotros, hechizos y maldiciones están ocultos debajo de esta tierra que pisamos, ahora nada nos liberará del fatal destino, somos presa de espantos nunca antes contados… somos ya unos cadáveres podridos…”


Esperábamos la noche, la cual nunca llegó, solo la algidez de la temperatura nos hizo tensar nuestros músculos, pero nadie estaba dispuesto a buscar ramas secas para hacer una fogata, estábamos petrificados y no contemplábamos siquiera movernos de nuestra posición. Steve empezó a rezar en voz queda, apenas y se escuchaban los siseos de su rezo. Yo solo pensé en el pequeño Anthony y resolvía en que jamás lo volvería a ver. El rezo de Steve iba en aumento, me empezó a incomodar, trataba de ignorarlo pensando fuertemente en mi familia, pero Kirk parecía estar más entusiasmado en sus oraciones y las palabras que pronunciaban no eran en un idioma distinguible para mí, ni siquiera parecía latín. Solo la mano de Pat apretando mi antebrazo, como lo hacen aquellos que buscan apoyo debido a una fuerte impresión, me hizo volver en sí. Antes de mirar al frente, vi como las quijadas de mis compañeros estaban figuradamente sobre el piso, una expresión de horror inenarrable dibujada en sus rostros hacía palidecer mí ya incolora piel. Sus pupilas eran una gran mancha negra que abarcaba el total de sus ojos. Levanté mi mirada con angustia profunda, la desesperación se aglutinaba en mi garganta formando un nudo difícil de tragar. No eran los rezos de Steve los que escuchaba, era la voz de lo que habita en el bosque. Todo este tiempo vivimos bajo el yugo de un engaño, no eran los espíritus pasados de un aquelarre, no eran las brujas de narices puntiagudas que nuestra mente conceptual plasma al escuchar esa palabra. Era un horror que encajaba con las visiones de Steve, Lucas y los niños que auxilié. Algo detrás de los troncos de los árboles se escondía, observándonos con una tranquilidad abrumadora, una sombra enorme y delgada, como una línea encorvada y siniestra se acercaba pesadamente hacia nosotros, dejando atrás el anonimato. A cada paso que daba nosotros nos arrastrábamos con desespero hacía la valla. El ser presa del pánico nos hizo olvidarnos de nuestros rifles, aseguro que de haberlos utilizado, el resultado hubiera sido inútil. Esta espectral figura no estaba sola, sobre cada de sus huesudas manos sostenía la de un par de pequeños, quienes parecían escoltarlo en su marcha lenta y pesada, eran los niños extraviados que meses atrás habían sido vistos por última vez en las faldas del bosque, la sombra dejaba de ser una figura obscura y alargada para convertirse en un singular individuo. Un hombre de avejentada fisonomía hacia presencia ante nosotros, más de un metro noventa y cinco, piel pegada al hueso, ropas harapientas y mugrosas hacían lucir al anciano como un ser sacado de una profunda pesadilla, su arrugado rostro hacía juego con su alargada cabellera plateada, su mirada pesada y demencial se posó sobre nosotros. Empezó a hablar en un idioma imposible de descifrar, el larguirucho anciano soltó las manos de los infantes y se acercó a grandes zancadas hacia nuestra humanidad, sentí a mi corazón detenerse. Le neblina se abría paso ante su presencia, Steve comenzó a gritar tan fuerte que parecía que sus cuerdas vocales se desgarraban, a partir de ese momento perdió la cordura y se volvió loco, no soportó tanto terror. El anciano se plantó con fuerza ante estos asustados hombres, sus cadavéricas manos hacia movimientos en el aire, a la vez que pronunciaba algunas palabras extrañas, curiosamente solo recuerdo obsesivamente una: “Vaycheen o Vayshin”.


Después de ese horrido pasaje, el nigromante desapareció, o cuando menos, estaba oculto de nuestra vista. Despertábamos de un pesado e insufrible sueño, me sentía mareado y con un sabor a oxido en mi paladar. Estábamos sobre la húmeda tierra, cubiertos completamente por la bruma. En un principio pude haber creído que talvez lo vivido fue una pesadilla, pero corroboré con mis compañeros que el posible sueño fue una experiencia compartida. El único que al parecer no había caído en sueño, fue Steve, quien estaba sentado sobre el pasto y abrazando sus piernas. Seguía rezando en voz ininteligible y sus parpados estaban tan abiertos que hasta el día de su muerte murió con esa expresión de susto en su rostro.


Así como de inexplicable fue nuestra inmersión a la zona prohibida, ahora incompresiblemente nos ubicábamos del otro lado de esta, sobre la parte “segura”. Del lado maldito que habíamos dejado atrás, había un extraño bulto negro clavado sobre una estaca, esta misma estaca parecía atravesar al misterioso cuerpo desde el recto, hasta salir por la boca, despedía un olor infecto, y lucía como un cadáver chamuscado por las brasas. En mi mente zumbaba la idea de a quién podrían pertenecer tan horribles restos, y que probablemente su detestable alma vivía en los animales, árboles y el aire que respiramos, estábamos condenados desde el momento mismo en que los vientos del norte llevaban oxigeno que aspirar o cuando probábamos alimento que salían de estas entrañas. Lloré amargamente por todos mis coterráneos, aunque pronto mis lágrimas tuvieron que ser secadas para devolver mis pensamientos al camino de vuelta. Dimos la espalda al despreciable muerto, dando esto paso a la risotada de muchos niños que se escuchaban en la gélida brisa que venía de la parte más oscura y profunda del Hills. Esto hacía más tétrico nuestro partir. Llevábamos tristes noticias acerca de Zack Dickens y Richard Clayton, que a la postre, solo conservamos para nosotros.


VII

Durante el viaje de vuelta me hice cargo de Steve, lo llevaba del brazo y trataba de hablarle para intentar devolverlo en sí. Comprendí a la perfección su sentir, pues estoy seguro que mis compañeros también asomaron la cabeza al sótano de la locura, la experiencia hizo casi matarnos solo de terror. Podía apreciar en la mirada de Kirk el tormento que lo acompañaría por el resto de sus intranquilos días y Pat, el hombre más rudo del grupo lucía desconsolado, jamás volvió a ser el mismo al igual que todos nosotros, de hecho, todos nos habíamos mimetizado en algo parecido a Sam.


Mientras avanzábamos por los ensortijados caminos del bosque, veíamos con desagrado a la vegetación, sabíamos que todo tenía ojos y que éramos vigilados. Intenté romper el silencio dirigiéndome a los aun cuerdos del grupo, una advertencia que termino en una amarga disculpa -“Debemos permanecer unidos muchachos, ahora sabemos lo que Samuel vio, y porque quedó demente. Todo aquí tiene vida, y no me refiero a la natural, algo maligno está impregnado en el verde escenario…” –mi voz empezó a quebrarse- “…perdónenme muchachos, no quise traerlos a este aterrador destino, disculpen mi egoísmo al solo pensar en mi familia…”- La voz no me salía más de la garganta, se atoraba en el cogote haciéndome ver como un miserable cobarde. No tuve respuesta de mis compañeros. Solo Pat Oh´Doll tuvo unas palabras para nosotros.


“Creo que nuestra mente está frágil y próxima a entrar a un estado de locura permanente, lo que hemos visto no corresponde a la verdad, y el recuerdo de este día será el alimento de nuestras más crudas pesadillas si es que conciliamos descanso. Así que aprovecho la poca sensatez que aún me queda antes de que sea devorada por la insania. No tengo el valor y estoy seguro que ustedes tampoco de siquiera volver a nombrar lo que vivimos, el simple de hecho de traer el recuerdo de lo reciente hace que mi piel se erice sin excepción. Nadie en el pueblo tiene oídos para las historias malditas y sinceramente, creo me será imposible contarlo sin que deje de sonar como un desequilibrado mental. Todos escaparan de nosotros al tacharnos de malditos, como lo hicimos con Samuel, y no prestarán a oídos siquiera de las noticias de los niños perdidos, es por eso que ruego, a excepción de Steve, que ya nos ha abandonado y su mente ha soltado a su ser demencial, que el último sobreviviente de esta catastrófica mañana, haga saber al pueblo lo que hemos con horror presenciado, sin importar las injurias que caigan en su contra.


Kirk y yo asentimos, y en verdad pensábamos que el sería el último en irse debido a su dureza y fuerza mental, estuvo a punto de cumplirse eso, murió recientemente como comenté al principio, apedreado por un grupo de niños que nadie había visto en la comunidad, y que jamás encontraron, se pensó que era una pandilla del pueblo vecino de Ohario, pero ni ellos dieron con la descripción de los temerosos testigos. Los infantes no lucían como tal, parecían pequeños demonios en un disfraz de crío. Eso decían las voces anónimas.


Seguimos avanzando con paso dubitativo el camino de regreso, las lianas de los arboles hacían más difícil nuestro andar, no queríamos tocar nada, pues pensábamos que podría tomar la forma de un tentáculo y arrancaría nuestras cabezas con solo apretar nuestros cuellos. Cuando todo parecía indicar que pronto encontramos la salida del bosque, observamos con tremendo susto que la sombra estaba oculta entre la separación de los troncos de los arbustos, y una vez más no estaba solo, decenas de niños de diversas edades le acompañaban, eran las almas de los desaparecidos y que ahora pertenecían a él. La espigada y horrible figura parecía decirnos adiós con una de sus arrugadas manos, sus uñas largas y terrosas figuraban una garra espantosa que nos despedía de sus dominios. Pero lo cierto es, que la desgraciada presencia nos acompañaría por el resto de nuestras en vidas en delirios y visiones de locura que no dejarían en paz a la ya atormentada existencia nuestra.


Kirk estaba a punto de acompañar a Steve en su estado de trastorno, reía desesperadamente, una risa que jamás le habíamos escuchado y que de vez en cuando soltaría de forma macabra cuando deambulaba en la ahora fantasmal plaza central de Baker Hills. Oh´Doll lo tomó del brazo y lo haló para que continuáramos con nuestro camino. A partir de ese momento el día se convirtió en noche y todo el bosque cambió, sus árboles lucían más retorcidos y tenían dibujadas sobre sus maderas rostros que provocarían un infarto a los más débiles, todos los animales empezaron a chillar infernalmente al unísono, ninguno se dejó ver, solo hacían brillar sus ojos entre las sombras de los arbustos, haciendo que nuestra mente jugara con las formas monstruosas que podrían tener los poseedores de esas estridentes miradas. Un aire helado con lluvia trajo consigo el olor de mil tumbas abiertas, justo frente a nosotros se volvía a posar el cadáver clavado sobre una estaca, estaba rodeada de cuatro antorchas, haciendo un cuadro perfecto a su alrededor. Su negra piel abrasada era devorada por larvas y moscas verdes que se daban un festín inmundo. Todo esto era observado por un grupo de hombres y mujeres vestidos al estilo colonial, estas ropas delataban el origen de su época. Tratamos de no observar pero nuestra mente había capturado lo suficiente como para martirizarnos eternamente, con gran horror dejamos atrás la imagen a la vez que tratábamos de unir cabos. El horror que se esconde en el bosque era una visión de alarido al pasado, un recordatorio maldito que cae como alargada sombra sobre los descendientes de los antiguos moradores de Baker Hills. Sentí que mi mente no soportaría más, pues el castigo a mi cerebro con tan espeluznantes postales es algo tan aberrante que no hay tinta ni hojas suficientes para explicarlo. Las siniestras representaciones de un sangriento pasado desaparecían ante mis ojos, pero se quedaban conmigo hasta lo que será el ocaso de mi existencia.

Caminamos a paso forzado sin voltear atrás, pese a que escuchábamos las voces de los infantes extraviados pedir ayuda, sus voces se elevaban en un grito desesperado que se convertía en rugidos guturales que solo el diablo sabría emitir. Recé, lo hice con tanta fuerza, que me arrepentí de haber hecho caso omiso al sector conservador de Hills, tenían parcialmente la razón. Jamás solté al enloquecido Steve, quien parecía disfrutar de los horrores que el bosque tenía preparado para nosotros. Intenté no tener los ojos cerrados por mucho tiempo, pues veía en mi mente al anciano de cuarteada piel, sus ojos enajenados me llenaban de angustia. Tenía en el rostro retratado la ira de una injusta y horripilante muerte. Sentí morir al ver que sus detestables garras se cerraban alrededor mi garganta, cortando mi respiración y devolviendo el sabor a oxido en mi paladar debido al ahogamiento. Al abrir mis parpados, todo había terminado, fue como despertar de un vil sueño, estábamos en las faldas de la entrada al bosque de Hills, aún era de día y la bruma que rodeaba a nuestros pies se había esfumado, el sol apenas daba señales de asomarse en nuestro cielo y el canto matutino de los pájaros fue el contraste abismal de lo que apenas habíamos escuchado con espanto.


Steve seguía en su estado catatónico, apenas y movía el labio inferior para continuar con su rezo, Kirk reía desenfrenadamente mientras Pat lo sostenía de su brazo derecho. A Pat jamás le volví a escuchar palabra alguna salir de su boca. Habíamos vuelto, pero ya no éramos los mismos.


VIII

Un grupo de gitanos provenientes del sur de Europa había llegado a esta zona del continente, muchos habían continuado con su naturaleza nómada y otro pequeño grupo optó por el asentamiento en el norte de Massachusetts. La basta vegetación y fauna, encantó a los nuevos residentes de esta área, que pronto buscaron echar raíces y formar un grupo solido que cuidaba su ambiente para la perfecta armonía entre civilización y naturaleza. Una de estas familias y que fue la que fuertemente impulsó la idea de quedarse aquí, echó a andar un plan de bonanza que consistía en el trueque de oficios para la emergente supervivencia de la nueva comunidad. La familia Alzigo, no tenía mucho que ofrecer en cuestión de fuerza laboral, era una grupo conformado por madre e hijo, pero que fuertemente era respetado por el joven primogénito, Kefá Alzigo, un chico instruido en la herbolaria y con un conocimiento en ciencias ocultas que nadie se atrevía a desafiar, imponía más respeto que miedo, pues su naturaleza fue siempre noble, jamás negó su ayuda a los necesitados y en especial a los niños. Con el tiempo sucedió lo inevitable y Kefá se convirtió en la cabeza de este grupo nutrido de gitanos que creció como familia. El bosque se convirtió en su hogar, siempre respetando el entorno animal y vegetal que cuidaba de ellos. Una tarde, la comunidad estuvo alerta ante la inesperada visita de un individuo, llegó con los pies desnudos y forrados de légamo, entre sus brazos cargaba lo que parecía ser un desnutrido niño, que apenas y respiraba. El afligido padre pedía con desespero la presencia de Kefá, los gitanos no dudaron en escupir y echar al forastero de sus terrenos. Pero esto llegó a los oídos del anciano quien meditaba en su tienda. Una figura exageradamente espigada e imponente salía de entre las paredes de tela, la blanca cabellera hacia movimientos pendulares en lo que buscaba el equilibrio exacto, un examen visual a la situación bastó para pedir mesura ante el comportamiento asqueroso de sus cohabitantes. El afligido hombre comprendió que el gitano buscaba defenderlo, por lo que aprovechó para vanamente explicar en su lengua natural el origen de su incomoda visita, trató de aclarar que había escuchado rumores y leyendas acerca de un brujo blanco que habitaba en los bosques, y que podía curar con solo posar sus palmas sobre el enfermo. Kefá solo arrugaba su frente y estiraba sus facciones, no entendió una sola palabra pero comprendió lo que sucedía, su debilidad por los niños le hizo tomar rápidamente al infante y meterle a su tienda, tras de él se dirigía el hombre consternado, pero un grupo de sucios gitanos no le permitió entrar a donde el viejo entró.


Al cabo de media hora, Kefá salió con el chico en brazos, era muy tarde. Con lágrimas en los ojos, el anciano explicaba en su lengua gitana su gran pesar al no poder ayudar al muchacho, y que su corazón estaba partido con su pesar, pero él había guiado su alma hacía el impío descanso. El inerte cuerpo del niño volvía a los brazos del descuidado padre. Quien regresaba sus pasos entre sollozos- “Lo has matado, lo has matado”.

Al cabo de las semanas, cuando todo parecía retornar a la calma y el viento otoñal volvía a su curso en plenas vísperas de Samhain. Un grupo encolerizado de la población próxima se internó en el bosque, armados con palos, hachas, fuego y una gran estaca de madera de pino. Buscaban vendetta de lo que creían había sido una falta de respeto a la vida de un joven que por no pertenecer a su estirpe, había dejado morir el líder gitano, esto aunado a las voces que se alzaban en contra de las practicas ocultas del supuesto “brujo”. Era de noche y una gélida lluvia con viento hacía ladear a las copas de los árboles y golpeaba lateralmente a los visitantes. Los gitanos se refugiaban en sus pequeñas chozas, las muy miserables parecían que no iban a soportar las voladeras. Los aldeanos nunca escucharon los pasos de los invasores, quienes casi a hurtadillas se fueron acercando para prender fuego al pasto seco que daba forma a sus viviendas, los cíngaros fueron quemados vivos dentro de sus paupérrimas chozas, los que salían corriendo despavoridos con las llamas vivas sobre sus espaldas, era rematados con un hachazo certero que les desprendería la cabeza. Kefá dormía aparte, alcanzó a escuchar los alaridos de muerte que interrumpían su descanso, al salir de su humilde vivienda, fue testigo de la atrocidad de los ignorantes. Pronto los vecinos de la comunidad sometieron al anciano, quien era identificado como un demonio blanco y poseedor de maldiciones paganas. Fue maniatado con gruesas cuerdas por los más fuertes a la vez que era pateado y golpeado a puños en el suelo. Un grupo de cuatro personas fue el encargado de la más brutal de las torturas que el príncipe de Valaquia obsequió con desagrado a la humanidad. Repartiéndose el grupo de la muerte tan siniestro trabajo. Primero dos de ellos, aprovecharon la inestable consistencia de la superficie debido a la fuerte lluvia para clavar en el suelo uno de los afilados lados de la estaca. Esta quedaría en posición vertical, una inclinación no tan elevada para facilitar la tarea. La tranca era grande, cerca de dos metros de longitud, personalizada para la víctima en cuestión. Los otros dos restantes miembros del grupo encargado de dar muerte violenta al cíngaro, cortaron sus sucias ropas, dejándolo en la desnudez total, solo pedazos de tela quedaron apretados entre su cuerpo y los gruesas sogas. Después los mismos fornidos que lo amarraron y sometieron, lo cargaron por los hombros, siendo estos desgraciados los encomendados de la más desagradable y nauseabunda acción que me cuesta relatar por motivos evidentemente miserables. Con gran fuerza, y tomando un considerable impulso, hicieron y lograron con mucho trabajo que la punta chata de la estaca saliera por la boca de Kefá, borbotones de sangre salían de su boca, nariz y recto. El gitano aún estaba con vida cuando el pedazo de pino tallado atravesaba su garganta para salir por su boca, aun podía sentir el más miserable de los castigos impuestos a la humanidad. El grupo oriundo de la joven comunidad antes llamada New Fallagan, se aglomeró alrededor del moribundo cuerpo de Kefá, quien sufría el dolor más perverso de todos, entonaban cantos y alabanzas. Un hombre, al que el provecto reconoció al instante, se acercaba a él con una antorcha que no menguaba ni con la fuerza de la lluvia. Al joven lo reconocía por ser aquel desdichado que perdió a su hijo y que con gran amargura no pudo salvar, el gitano supo su nombre sin que nadie siquiera se lo dijera, su nombre era Frederick B. Hills.


Este lo miraba con odio y rencor, pero su pulso no temblaba cuando acercó la llama hacia Kefá, quien sintió el calor del fuego chamuscando una de sus extremidades, pronto el olor a carne achicharrada inundó el ambiente forestal. El viejo chillaba y rogaba por su pronta muerte, pero no fue así, su muerte se debió a la consumación por las brasas, sintió como su piel se derretía y se convertía en una masa putrefacta y negra, lo ultimó que sus globos oculares vieron, antes de reventar por el calor del fuego, fue la mirada aborrecible de Frederick, quien lo despedía con una execrable mueca.


Este es el sueño que noche a noche opaca mi descanso, no existe maldecido día en que no me despierte exaltado y oliendo la carne carbonizada de Kefá, siento que mi piel también arde y que la garganta se me cierra como si me atragantara con el humo espeso de la quema. Me imagino que mis compañeros compartían las mismas visiones que nos obsequió lo que habita en el bosque. Esto fue así desde que volvimos a Baker Hills, angustiosas horas que se volvieron eternos eones, jamás imaginamos la magnitud de las indecibles cosas anidadas ahí una vez que el bosque quedó a nuestras espaldas.


Cuando cruzamos la carretera y los parajes que separan la comunidad de la entrada principal del Hills, encontré curiosamente en nuestras figuras cierta diversión insana, Pat y yo lucíamos cómicamente raros, cada quien con su loco tomado del brazo. Para no llamar en demasía la atención, decidimos entrar por la zona central del lugar, aunado a esto; no deseábamos rodear la comunidad pues era bien sabido que las familias conservadoras ocupaban esa zona; así que atravesamos lo que era la entrada de la antigua New Fallagan, todo esto para llegar por una de las laterales de la plaza central de la población, no había mucha gente, los pocos parecían abstraídos de la vida diaria. No había prestado atención a las fachadas de algunas viviendas, lucían más percudidas y enmohecidas. Así como también la plaza parecía deteriorada y abandonada a los cuidados de la comuna. Solo un hombre detuvo su andar ante nuestra presencia, era un anciano de unos ochenta años que aún mantenía la lucidez que una buena vida puede otorgar a esa edad, su rostro lucía familiar para mí, este hombre se acercó como quien lo hace arrastrado por el asombro de un suceso, se plantó frente a nosotros y a excepción de la blanca cabellera y lo cuarteado de su piel, pude reconocer ese rostro que lucía avejentado. Detrás de unas gafas de culo de botella me miraban unos ojos agrandados por el aumento y el asombro. Era el padre Karl Sambers. –…han vuelto…


IX

Solo el diablo puede reconocer las veredas en la que nos perdimos en nuestro camino de regreso, solo él sabe cómo el tiempo se escabulló como agua entre los dedos cuando nos detuvimos en la zona maldita, fue un asalto a la lógica. Recorrimos los mismos caminos de la demencia que antiguamente Sam había hecho, y siete años después, volvimos como fantasmas despreciables que alimentan viejas leyendas. Muchas cosas habían cambiado ahora que regresábamos a la comunidad, empezando por el deterioro físico del padre Sambers, quien comenzaba a abrir la boca en señal de desconcierto. Esto llamó la atención de los pocos transeúntes que había en derredor y se empezaban a acercar a nosotros. Pronto, se arremolinaba un grupo más nutrido de personas en torno a nosotros, salían de sus casas y el barullo iba en aumento. Kirk reía frenéticamente por la ansiedad que esto de seguro le generaba. Pude reconocer muchos rostros que habían madurado, otros ya se exhibían demacrados. Ya no eran tantos como antes, y entre esos rostros busqué el de mi interés. Jamás vi el de mi amada esposa Olivia Thompson, esperaba verla aun cargando al pequeño Anthony, pero recordé que el tiempo se había detenido en el Hills más no en Baker Hills. Meses después, los comentarios de los ociosos me hicieron saber que se habían ido dos años antes de nuestro retorno. Hace dos Octubres un viento extremadamente helado trajo consigo la misma sustancia en el aire que mató a decenas en el otoño de 1873. Una vez más los pocos niños que habían, fueron el blanco de este oxigeno maldito. Los sobrevivientes optaron por abandonar Baker, dejando al pueblo en manos de la extinción. Nunca supe a donde se fueron, nadie me lo quiso decir ni nadie quería hablar conmigo, una vez que nos reconocieron como condenados, la gente se empezó a alejar de nosotros, corrieron a esconderse dentro de sus casas, los más asustados aún se daban tiempo de dibujar cruces rojas sobre las puertas. Solo el padre Sambers se quedó pasmado ante nosotros. Creo que nunca se repuso de la impresión, pues aseguran que se encerraba por horas en la ermita de su santuario y rezaba hasta perder la conciencia. La gente nos abandonó y nos dejó en el olvido. Sam murió de un infarto hace cuatro años dijo el doctor Vincent Santos, o cuando menos eso escuché en una conversación de vecinos que se murmuraban ante mi pensando que no comprendía nada de lo que decían. Dicen que lo que su delirante mente vio, lo impactó demasiado que se sacó los globos oculares con sus dedos, ahora que comprendo lo que vivió Sam, dudo que lo haya imaginado, pues a veces aún siento la pesada mirada del gitano sobre mí.


Con el paso de los años murieron Kirk y Steve, su mente desequilibrada encontró descanso después de vivir en un estado de total locura y recuerdos seguramente escabrosos de la mañana de 1885. Path apenas y lo hizo. Se le encontró muerto de frío sobre una de los claros de la comunidad, su boca lucía una mueca grotesca, y dentro de ella, aprecié nada, estoy casi seguro que dentro de esa boca no había lengua; eso explicaría la mudez de Path desde que volvimos a Baker Hills, imagino que durante el último e infartante trayecto del bosque, la mordió tan fuerte que se la arrancó, aunque guardo mis dudas respecto a esa teoría, porque jamás vi chorros de obscura sangre salir de su boca.


Como redacté en un principio, desde mi regreso, me ha sido imposible comunicar los aberrantes hechos ocurridos en las entrañas del Hills, siento que hablar de ello desencadenara una caída en espiral hacia la locura. Aunado a esto, les recuerdo que soy el terror de los pocos habitantes de la comunidad. Todos se han estado marchando desde nuestro regreso. Dejando a Baker Hills en calidad de pueblo fantasma, los pocos que quedamos somos aquellos pobres diablos que no tenemos esperanza de vida alguna, ir tras el rastro de mi familia sería un impacto sumamente fuerte para ellos, que los atormentaría al ver que no envejecí ni un poco en estos años. Es por eso que decidí ser el alma errante de este despreciable y execrable lugar. Muchas de las casas fueron abandonadas, la mía ni siquiera existe ya. Me muevo en libertad por todo el pueblo y entro en aquellos hogares que fueron abandonados por las atemorizadas familias. Fue en la antigua casa del Doctor Santos en donde encontré refugio para redactar estas últimas memorias y que liberaran mi alma de tan embargante sentimiento. Antes de concluir la escritura y de cumplir con la palabra prometida a mis difuntos compañeros, quisiera que esta carta llegara al padre Karl Sambers y que hicieran saber a Olivia y a Anthony que ellos fueron mi fuerza cuando descendí a lo más profundo del infierno. Ojala y llegue a ellos estas palabras de despedida.


En su huida el buen Doctor dejo todo en su lugar, cuadros y diplomas aun cuelgan de sus enmohecidas paredes, abusé de su descuido para ocupar su oficina, y de los materiales para esta escritura fantástica mas no irreal. La luz del quinqué se extingue y pierde su fuerza en medio de la helada y apacible madrugada. La tenue luz alumbra cada vez menos al pequeño revolver de bolsillo que encontré en el cajón de la cómoda y que cuidadosamente coloqué sobre el escritorio, a un costado de estas hojas. Con alivio lo observo, pues sé que cuando imprima el último punto de este escrito, habré cumplido cabalmente con la palabra prometida a los hoy muertos. Y por fin, solo al fin, podre darme el descanso que mi turbulenta mente y alma han gritado con amargura a lo largo de estos años.


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