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Otoño De 1997

  • Foto del escritor: Pedro Creo
    Pedro Creo
  • 19 mar 2019
  • 14 Min. de lectura

El Paso Texas.


La víspera de noche de brujas era esperada por la familia Mahesa, como cada año, se acostumbraba a tener una cena especial. Kattia y Berth, amantes del horror, preparaban un festín relativo al tema de Halloween. Una gran calabaza adornaba el centro de mesa, esta estaba cortada finamente para dar forma a su rostro, unos ojos redondos y profundos así como una sonrisa alargada y retorcida dibujaban un semblante aterrador, dentro de la calabaza hueca había una vela rutilante que iluminaba su mirada y gesto.


La mesa se completaba con bandejas de dedos humanos bañados en sangre (dedos de queso con salsa de tomate), ojos de bebés recién nacidos (paté de queso-crema con rodajas de aceituna negra sobre galletas “Ritz”), brochetas de arañas y demás bichos (bolas de carne finamente decorados para dar esa apariencia) y el plato principal, un lechón adornado creativamente, y el cual daba la forma de ser un murciélago con alas de lechuga.


Los hijos de los señores Mahesa, disfrazados de “Carrie” y “Jason Vorhees” se encontraban viendo la televisión en su cuarto, un festival de dibujos animados que año con año transmitían en la noche de brujas. Kattia y Berth aún no se arreglaban para la gran noche, los preparativos los habían ocupado, así como apurar y vestir a sus hijos. El timbre de la casa sonó macabramente, habían mandado a modificar el tono, sonaba a la melodía de la serie televisiva “La dimensión desconocida”. Berth pensó en su vecino Frederick quien prometió llegar temprano para ayudar a preparar unas “Bloody Mary”. Se apresuró a abrir la puerta y ahí estaba el bonachón y regordete de Frederick, quien vestía un traje de payaso asesino al estilo de Ed Wayne Gacy.


En sus manos cargaba bolsas con botellas de sangría y vodka, las cuales repentinamente dejaba caer al suelo haciendo reventar los envases de vidrio. Detrás del rostro maquillado de Frederick, se asomaba una máscara de plástico en forma de cerdo. El pesado cuerpo del payaso caía sobre Berth. En el marco de la puerta quedaba al descubierto la figura delgada de un hombre, vestía una chaqueta de piel, pantalones de mezclilla y botas industriales, todas las prendas en color negro. Berth intentaba quitarse al cadáver de su vecino de encima. Quería gritar desesperadamente para pedir auxilio pero no tenía aire suficiente y sentía que se ahogaba. El verdugo se acercó de un solo paso a su víctima, se puso de cuclillas ante él, se levantó la máscara para mostrarle el ultimo rostro que vería antes de morir y enterró un cuchillo con dientes de sierra sobre un costado de su cuello, la sangre empezó a salir a borbotones de la herida.


Kattia salía de la cocina preguntado por la identidad de quien había llamado a la puerta y todo ese escándalo con las botellas rotas. Su corazón casi se sale por su boca al ver sobre el piso de la entrada los cuerpos de Frederick y Berth, antes de gritar con fuerza, un guante negro aparece por detrás de ella para acallar su alarido. El asesino entierra en repetidas ocasiones un cuchillo en la zona de la espalda baja, el mismo cuchillo que dio muerte a su esposo y a su vecino.


Media hora después los vecinos invitados por la familia Mahesa van llegando a la cita pactada por sus anfitriones, siendo testigos principales de un banquete de horror. En el suelo yacen los cadáveres frescos de Frederick Henry Holmes, Alberth Kim Mahesa y Kattia Mahesa. De los niños del matrimonio asesinado no hubo rastro, se movilizó a todo el condado en busca de Francis (9 años) y Becky (13 años). Jamás se encontraron a los niños ni pistas que dieran con el paradero de ellos o sus cuerpos.


Otoño 2016


Antony y Betty habían decidido alejarse de la capital y vivir en una ciudad más acogedora en donde poder criar a su bebé. Betty estaba embarazada de seis meses, no habían querido conocer el sexo de su primogénito. La casa que tanto habían anhelado fue conseguida en un precio increíblemente bajo, el agente de bienes raíces jamás les mencionó los sucesos acontecidos hace diecinueve años, y no es que así no lo desease, realmente desconocía los hechos violentos ocurridos ahí dentro. Nadie quería ocupar una casa en la que se dio muerte violenta a tres personas y desaparecieron dos niños. Por eso se devaluó con el paso de los años. La gente nunca olvida.


Los vecinos tímidamente corrían las cortinas de sus ventanas para advertir sorprendidamente que alguien ocupaba la casa de los Mahesa. Betty observaba estos misteriosos movimientos dentro de las casas de enfrente, rápidamente los vecinos se alejaban de las ventanas para no ser vistos. Antony guardaba las últimas cajas de la mudanza y despedía a los empleados del servicio de fletes e invitaba a su mujer a pasar a su nuevo hogar. Una vez dentro Betty comentaba a su esposo las actitudes sospechosas de sus vecinos, aseguraba haber visto como una mano delgada y huesuda descorría una cortina para observarlos. Antony se encogía de hombros para responderle: “Es normal, quieren ver quiénes son sus nuevos vecinos”.


La joven pareja eligió el antiguo cuarto de Francis y Becky como su alcoba principal, un ambiente gélido abrazaba a Betty, quien observaba con atención cada esquina del cuarto, el viejo papel tapiz con figuras circenses delataba que esa habitación perteneció a un infante. Antony estaba entusiasmado, el espacio era amplio y visualizaba la colocación de los objetos en cada centímetro de su nueva alcoba. Betty estaba absorta, con la vista perdida en un rincón, mordía ligeramente su puño derecho y señalaba temblorosamente con su índice: “¿Es eso sangre?”


Verano de 1994


Francis caminaba en un terreno baldío que colindaba con los campos de béisbol del área, lugar en donde Becky practicaba con su equipo mixto de soft-ball. A cada paso que daba Francis, este se quitaba del rostro el crecido monte que raspaba sus mejillas. Empezaba a sentir una sensación de desesperanza por encontrarse solo y no saber cómo devolver sus pasos hacia una posible salida. Intentaba esconderse de su hermana pero el proceso había resultado tan exitoso que ahora se sentía perdido. El asma comenzó a inundar sus pulmones e intentó calmarse pensando en recuerdos agradables que le devolvieran la tranquilidad. Quería llamar a Becky pero no podía desperdiciar el poco aire que le quedaba en un llamado de auxilio, sabía que después su hermana lo fastidiaría con eso. Francis empezó a acelerar el paso para encontrar una salida, no había más que hierba mala ante él, sentía tanta angustia que su rostro se empezó a desfigurar, una mueca de llanto tomaba forma, justo antes de derramar la primera lágrima, Francis tropezó con un objeto que se encontraba en el suelo. El pequeño voltea desde la superficie terrosa para observar lo que lo había precipitado hacia el suelo. Tratar de enfocar en su primer intento sin lograrlo, pensó que era una bolsa de basura. En la segunda oportunidad, pudo observar con detenimiento que la bolsa tiene patas, cola y trompa. Una zarigüeya de buen tamaño se encontraba sobre la tierra con las tripas de fuera, sus ojos había sido removidos y las moscas empezaba o sobrevolar su objetivo.


Una sensación de nausea y el sabor ardiente de su desayuno se mezclan en su garganta, después del asco sigue un sentimiento de espanto. Retrocede del cadáver arrastrándose poco a poco. Una mano pequeña y blanca toca su hombro. Frederick se horroriza y ahoga un pequeño grito, mientras su hermana con voz burlona exclama: “¡Te encontré!”.


Invierno 2016


Betty detesta su alcoba, no podía siquiera descansar en ella. Aseguraba oír ruidos desde el closet, despierta aproximadamente a las diez de la noche y escucha sollozos que provienen desde dentro. Su marido se encuentra en su estudio trabajando. Ella aun no toma valor para dirigirse a la puerta del closet. Siente como el bebé se agita dentro de su vientre. Es más conveniente no abrir, no sabe que encontrará. Solo atina a gritar el nombre de su esposo, quien corre hacia la habitación, enciende la luz y pregunta el motivo de tanta alteración. “Creo que hay un animal dentro del closet”.


Betty no quería alarmar a Antony, por eso no contaba la realidad del sonido, pensaría que solo quiere llamar la atención, pero no tenía ni la más mínima intención de hablar de sucesos paranormales, cosa de la que ella misma dudaba.


Antony se acercaba sigilosamente al closet, una vez parado enfrente de la puerta, la abre de golpe, quedándose quieto, mirando hacia el fondo. Betty se lleva las manos a la boca y exige a su marido que le diga algo –“¿Qué es Antony?”


Antony voltea su mirada hacia ella de forma lenta y pausada, y con voz grave le contesta: “Creo que tenemos una invasión de ropa sucia del gimnasio”.


Después de esa noche Betty no volvería a escuchar un ruido, hasta después del nacimiento de Sammuel.

Invierno 1993.


En la mesa esperaba la famila Mahesa el gran plato principal que Kattia había estado preparando durante toda la tarde. Los niños estaban muriendo de hambre, no se les había permitido comer nada antes de la cena, porque si no, no tendrían apetito para después. Kattia hacía su entrada estelar al comedor, cargaba con dos manoplas una bandeja cubierta con una charola reluciente. Rápidamente Albert hacia espacio en el centro de la mesa para que su esposa colocara el plato tan esperado. Kattia se quita una de las manoplas después de haber colocado la bandeja en el centro de la mesa. –“¿Listos”-


La señora Mahesa levanta la charola dejando ver a un lechón de buen tamaño con una manzana en la boca, la reacción de los niños es de asombro. El hambre que tenían había desaparecido, sintieron gran pena por el cerdito que ahora era el banquete principal de su cena de navidad. Berth rompía el silencio con una gran carcajada para incitar a los niños a comer. Kattia cortaba suavemente el lomo del cerdito. Los niños recibían de su madre su porción mientras estos observaban atónitos el rostro del cerdo.


Noviembre 2015


Antony esperaba el desayuno en el comedor de su pequeño departamento mientras leía la sección deportiva. Tenía tres años de casado con Betty, habían sobrevivido a los primero años de convivencia por lo que una vez superadas las turbulencias, estaban listos para hablar con seriedad el tema de la paternidad. Y uno de los temas que implican la extensión familiar es la búsqueda de un espacio más amplio.


Antony pensaba en los Ángeles, el clima de la ciudad siempre le había atraído aunque nunca descartaba la opción de San Antonio, pero Beatriz siempre sabía conseguir lo que quería. Sus recuerdos de la infancia y origen mexicano le transportaban a la añoranza de su tierra, El Paso, era lo más parecido a las ciudades fronterizas en donde ella pasó gran parte de su infancia, era un pequeño México en Estados Unidos. Así fue como comenzó en la imaginaria los planes a futuro, Beatriz servía un plato de huevos estrellados con dos tiras de tocino, pan tostado y una rebanada de queso fundido. Antony se deshacía del periódico fresco de ese domingo, dejándolo caer a un costado de la mesa, ignorando una nota de la sección policíaca.


“SE REPITE LA MASACRE SUCITADA HACE DIECINUEVE AÑOS EN NOCHE DE BRUJAS”


PRIMAVERA 2017


Betty mecía al pequeño Sammuel, el sillón-mecedora rechinaba de forma molesta pero lo que fuera necesario para que su bebé dejara de llorar. El llanto del bebé cada vez era mas fuerte, mas intenso. Betty apretaba sus ojos y trataba de acallar los sollozos de Sammuel mediante cantos de cuna, pero eran mas fuertes los chillidos, que parecían los de un niño mas grande. Beatriz decide callar y escucha con atención a su hijo. Abre sus ojos para verlo y el bebé está completamente dormido. El llanto sigue con intensidad. Proviene del interior del closet.


Antony no estaba en casa, Betty estaba aterrada, intentaba tapar los oídos de Sammuel. La puerta del closet se abría lentamente y el sonido del llanto se escuchaba con mas fuerza. Las lagrimas corrian por las mejillas de Betty. El llanto cesaba. La puerta seguía abriéndose, solo se escuchaban los goznes viejos del mueble. La puerta se detiene.


Entrando al cuarto aparece como espectro la figura de Antony, quien encuentra a su mujer con el rostro mojado y pregunta por lo sucedido. Ella solo levanta un tembloroso pulgar y con voz quebrada apenas y logra decir que hay “algo” dentro del closet.


Antony se acerca a la puerta abierta del closet, un olor a putrefacción se siente emanando desde dentro. Antony se cubre nariz y boca con el antebrazo, se para enfrente de la puerta abierta y arroja una mirada a su mujer, ella reza porque le responda con una broma como siempre acostumbra, con el mismo y estúpido chiste de “la invasión de ropa sucia de gimnasio”.


-Tenías razón cariño. Había un animal en el closet. Hay una zarigüeya despedazada aquí adentro.


Otoño 1997 (21:47 hrs)


Con pasos pesados, hacía el asesino rechinar sus botas ensangrentadas, los dirigía directo a la habitación en donde los niños veían la televisión. La máscara de cerdo tenía salpicaduras escarlata producto de los viles asesinatos. El asesino observaba a través de los orificios de su careta animal. El cuarto estaba vacío, la televisión seguía transmitiendo a Bugs Bunny disfrazado con una sabana blanca. El asesino prendía el interruptor de luz haciendo iluminar la habitación. Se adentraba girando lentamente la cabeza, se agachaba buscando debajo de la cama y un pequeño sollozo captaba su atención. Venia del interior del closet.


Escuchaba con atención y escuchaba como este llanto crecía cada vez un poco más y seguía creciendo cada vez que el asesino daba un paso mas hacia la puerta del closet.


La respiración profunda del hombre con mascara de cerdo sonaba profunda y siniestra. De golpe abre la puerta del closet, y los gritos del pequeño Francis solo inquietan al monstruo, quien rápidamente rodea con sus garras el frágil cuello del niño, lo aprieta con tanta fuerza que el color del rostro del infante cambia rápidamente de rojo a morado. Francis deja de luchar, y justo antes de que la máscara de cerdo suelte el cuello del menor, un seco golpe revienta el cráneo del asesino. Con un bate es derribado el sujeto, quien cae al instante noqueado, atrás de él aparece Becky con un bate de su equipo de soft-ball. El rostro de Becky estaba con aperlado con gotas de sangre que limpiaba delicadamente con el dorso de su mano. Acto seguido levanta con fuerza el bate y lo dejaba caer con fuerza sobre la cabeza del asesino quien emitía un pujido. Al segundo impacto ya no hubo mas ruido. Le molió la cabeza.


Con mucha dificultad, Becky arrastraba de un pie al cadáver, lo sacaba por la parte trasera de la casa, por la cocina. Minutos mas tarde volvía por su hermano, a quien cargó con mucho cuidado, envolviéndolo en una sabana como a un recién nacido. Becky salía por la puerta de la cocina, en medio de la noche, cargando el frío cuerpo de Francis.


Otoño 2017 (21:25 hrs)


El Paso Texas.


Becky llegaba puntual a la cita. Hace veinte años que no ponía un pie dentro de su antigua casa. Lucía tan diferente ahora. Era evidente el nuevo trabajo de pintura y herrería que se había hecho. Las calles estaban desiertas y las luces apenas y alumbraban débilmente el pavimento. El toque de queda había limpiado de almas para esa hora de la noche. Becky sentía la mirada de sus vecinos asomándose desde las ventanas, agazapados y apagando las luces del interior para delatar su presencia. Becky ya no era aquella niña, había crecido y ahora era una mujer en sus treinta y tres años; siempre fue una mujer semi-robusta, y ahora su complexión por la espalda la hacía lucir como hombre.


Sentía una extraña sensación en la boca del estomago cuando se paró en el porche de la casa, miles de recuerdos se agolpaban en su mente. El mas preciado fue el de su hermano Francis, a quien no pudo salvar esa maldita noche, la muerte de sus padres no le dolió tanto como la de su amado compañero. A sus progenitores los consideraba unos chiflados, quienes los patearían fuera de casa una vez que cumplieran la mayoría de edad. Miraba el piso de la entrada en donde había estados tirados los cuerpos de su padre y su vecino. Becky volvía a concentrar en sus movimientos, reparaba que la casa se encontraba en completa oscuridad, pensó que tal vez no había nadie, de todas formas ella los esperaría adentro. Será una gran sorpresa.


Tomo el frío pomo de la puerta y lo hizo girar. Para su desconcierto, la puerta cedió y terminó abriéndose de par en par. Algo estaba mal, así que prefirió afrontar las cosas detrás del personaje que adoptó veinte años atrás. Lentamente colocó sobre su rostro una mascara de plástico con forma de cerdo, esta tenía viejas salpicaduras de sangre sobre su superficie. Ahora se sentía segura y con una sed renovada de sangre y muerte.


Dio el primer paso dentro de la casa. Las botas industriales chirriaron de manera que sentía que iba a despertar a todo el vecindario. Cerró la puerta cuidadosamente, prefirió no prender la luz para no crear sospechas entre los vecinos, aunque ellos bien sabían que ella estaba de vuelta. La casa estaba echa un desastre, era como si nadie se hubiera preocupado por limpiarla en meses. Olía a suciedad y la suela de sus zapatos se pegaban al piso. Cada rincón de la casa le traía un recuerdo distinto, sentía un nudo en la garganta, no había llorado desde la muerte de su hermano. Y estuvo a punto sino es que el detalle de su antigua habitación captó su atención por completo. La puerta estaba cerrada y sellada con tablones de madera, cadenas y candados también reforzaban lo que parecía la entrada hacía el mismísimo infierno.

Becky se sintió confundida, por un momento se perdió en sus pensamientos, un aire helado se colaba por dentro de la casa, acompañado por débiles pasos que venían desde la cocina. Becky se escondía entre las sombras y veía como una figura femenina emergía hacía la claridad de la luna que se colaba por la ventana. Era Kattia, quien con voz baja empezaba a nombrar el nombre de su hijo Sammuel, su voz parecía quebrarse. Desde un rincón Becky apretaba un cuchillo dentado, dejaba que su victíma se acercara un poco mas. Con pies descalzos Kattia caminaba en la obscuridad a tumbos, buscando luz. Pasaba a un lado de la mascara de cerdo sin percatarse de ella. Cuando la vicitma se colocó enfrente de ella, Becky ataca por la espalda a Kattia, tomándola por la boca para que no grite, apretándola tan fuerte para que ningun lamento pudiese delatarlos. Becky sentía como los vellos de su espalda se erizaban al seguir escuchando la voz de Kattia buscando a Sammuel. Becky apretaba con mas fuerza y la voz parecía ser mas clara. Kattia se alejaba de las garras de la mascara de cerdo y seguía su camino, perdiéndose de nuevo entre las sombras. Becky retrocedía intentando salir por la cocina, en su camino de salida, se encontraba con el cuerpo frío y con expresión de espanto de Antony, estaba sobre el piso, rigido y con la boca tan abierta que parecía que su quijada se había desprendido, sus ojos estaban exageradamente descubiertos, daba la impresión que por ellos había entrado la muerte. Becky sentía un gran dolor en el pecho, no podía soportar tanta impresión. Solo un sonido la tranquilizó. Era un llanto, y lo supo reconocer, era su hermano Francis. Venía de la habitación sellada. Becky devolvía sus pasos hasta ese punto, del otra lado de la habitación se escuchaba el llanto infantil de su hermano, quien pedía a Becky sacarlo de ahí, los tablones y cadenas se sacudían mientras los alaridos iban en aumento.


Becky se paraba justo enfrente de la puerta y empezaba a desprender las maderas con torpeza, las cadenas parecían estar solo sobrepuestas, liberando a la frágil puerta de su prisión. Con apenas la yema de sus dedos índice y medio, empujaba la puerta dejando que esta se abriera lentamente, el cuarto estaba abandonado, sin ningun mueble, solo una mesedora que se movía en suave vaivén. Al poner un pie dentro del cuarto, el llanto cesó. Se acercó al sillón y lo detuvo toscamente. Volteaba a ver hacia el closet, sentía la mirada de alguien que desde el fondo observaba atentamente.


-“Me dejaste morir”.


Becky negaba con la cabeza y se quitaba la careta de cerdo, sus ojos llenos de lagrimas hablaban por si solos, el arrepentimiento y dolor que le causaba escuchar la voz incriminatoria de su hermano la tumbaba de rodillas al suelo.


-“Te he extrañado tanto”.


La puerta del closet se abría de a poco, un olor a muerte salía del fondo, era el mismo olor que le recordaba esa tarde en los terrenos baldíos, a lado de los campos de beis-ball, en donde aventaba los cadáveres de los animales muertos, sus primeras victimas como asesina serial. Todos estos años que había matado, se encargaba de victimar familias, siempre deseaba borrar el recuerdo de la suya, y siempre dejaba vivo (si es que lo había) al niño de la familia, pues era una forma de enmendar el gran dolor de la perdida de su hermano, la gran culpa de no haberlo salvado hace veinte años atrás. Ahora estaba ante el recuerdo de su mas grande desgracia, escupiendo reclamos y malas memorias.


Becky levanta la mirada y sobre el suelo del closet hay un bulto envuelto en una tela de seda blanca, se acerca a gatas y descubre el interior. Es Sammuel, Becky levanta del suelo al bebé y camina afuera del cuarto caminando con la mirada fija sobre el rostro del infante.


Becky sale por la puerta trasera, una vez que pone un pie fuera de la casa, advierte que el rostro angelical de Sammuel se empieza a desfigurar, el tono colorado de sus mejillas cambia por uno grisaseo y sin vida. Las pupilas del niño se tornan blancas y pequeñas venas moradas se dibujan en todo su rostro, pronto Becky se da cuenta que carga el cadáver de un bebé. Una creatura que fue vilmente asesinada minutos antes de que llegara a la casa. Becky siente un hormigueo en su brazo izquierdo, empieza a perder fuerza y suelta al cadáver del bebé que cae de forma descompuesto, Becky siente pequeños alfileres que se clavan en su pecho mientras se lleva la mano derecha a su pecho. Becky se derrumba y cae a lado del cuerpo de Sammuel, viéndose cara a cara. El ultimo rostro que vio antes de morir.



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