No Le Abras A Extraños
- Pedro Creo
- 10 mar 2019
- 5 Min. de lectura
El kilómetro 92 de la carretera a Santa Isabel es especial, es un tramo solitario, ideal para los amantes de ritos satánicos y santeros de la región, a veces ocupado también como cementerio de cadáveres, todos saben que nadie debe viajar por ahí a altas horas de la noche, necesitas no ser de ese lugar para ignorar dicha advertencia.
Miguel y Marion era un matrimonio que viajaba a casa de un antiguo amigo de la infancia, se habían mudado hace muchos años fuera del país y regresaban al enterarse de su enfermedad crónica, era una obligación moral estar presentes.
22:45
Habían llegado después de un largo viaje en avión, para continuar con su travesía requerían viajar ahora en coche, no había aeropuerto en la Comunidad de Santa Isabel, Miguel no quería demorar más, deseaba llegar a primeras horas de la mañana por lo que se decidió a rentar un vehículo, Marion le proponía tomar un descanso.
-¿Por qué no nos quedamos esta noche en un hotel Mike? Luces cansado.
-Ya estamos en el aeropuerto Marion, aquí está el alquiler de vehículos, no hace falta gastar en el hospedaje, en verdad me siento bien. Puedo hacerlo.
Marion asintió, no había manera de convencer a su esposo de una idea que ya se había anidado en su cabeza, rentaron un auto (Toyota Corolla 2009) que sería el que los llevaría a su destino.
23:57
La carretera estaba en pésimas condiciones, para Marion era imposible dormir con tanta turbulencia vehicular, aunado a eso estaba la velocidad con la que Miguel conducía.
-¡Dios! pero que jodido.
-¿Qué sucede Mike?
-Nos quedamos sin gasolina, el medidor me marca en rojo.
-Es imposible, ¿Qué acaso la agencia no revisa los vehículos antes de entregarlos? ¿No lo revisaste tú?
-Todo estaba bien, debió ser por la carretera, de seguro una piedra suelta golpeó en la línea de la gasolina- Marion ponía rostro de entender lo que su marido decía mientras observaba el señalamiento vial por el que pasaban. Kilómetro 92.
-Voy a tener que estacionarme Marion, necesito checar lo que pasa.
Miguel se aparcaba a un costado de la carretera, los faros del coche alumbraban al monte crecido que se erigía frente a ellos. “Mike” le pedía a su esposa una linterna de la guantera, bajaba con pesadez a observar debajo del coche; se ponía de vuelta en pie limpiándose el polvo de los pantalones, su rostro reflejaba cansancio.
-La gasolina se está tirando, no podremos llegar más lejos. ¿Sabes? Creo que pasamos una gasolinera a unos cien metros, lo mejor será que vaya, veré si encuentro a alguien que nos pueda ayudar.
La idea de quedarse sola en medio de la carretera y a tan altas horas de la noche la hizo palidecer.
-¿Por qué no mejor nos quedamos en el auto? En la mañana podremos seguir. Es peligroso Mike.
-No amor, quiero llegar cuanto antes; creo que hay una garrafa para transportar gasolina en la cajuela, deja checo.
-Miguel, te lo ruego, ¡Me da miedo quedarme sola!
-¡Eureka! aquí está.
¿Me estás escuchando Mike?
-Cariño, la estación de gas no está muy lejos, aparte no podemos quedarnos a dormir en este tramo, no creo que sea buena idea.
-Te odio Mike…
-Te lo juro, no me tardaré, ponle seguro a las puertas, sintoniza la radio, duérmete un rato.
-¿Llevas tu celular?
-No hay señal Marion.
La mujer no puede ocultar su preocupación, Miguel nota en su mirada esa angustia de estar solitaria en medio de la noche.
-Cierra bien todo Marion, y recuerda: No le abras a extraños.
Después de decirle esto, Miguel le sonríe para tranquilizarle un poco. Le da un beso en la frente, toma la garrafa para la gasolina y comienza su andar hacia la estación de gas. Marion sube las ventanas y activa los seguros de las puertas, puede ver como su esposo se pierde a la distancia, como se hace cada vez más pequeño hasta desaparecer.
Marion apaga el motor del coche, las luces sobre el crecido monte desaparecen, todo a su alrededor es tinieblas, solo puede oír a los grillos cantar, se cruza de brazos y cierra con fuerza sus ojos. Desea que al volverlos abrir pueda ver la claridad del día, que pueda volver a ver a su marido.
01:13
-tac-tac-tac-tac- -tac-tac-tac-tac-tac-tac-
Marion despierta, ese sonido le ha roto el sueño, el cansancio del viaje le venció, se da cuenta de que se quedó dormida, asustada mira su reloj de pulsera. Ha pasado ya más de una hora de que su esposo se fue. El pánico se apodera de ella, intenta abrir la puerta de su asiento y salir en busca de él.
En el momento en que trata de levantar manualmente el seguro, algo enfrente del auto capta su atención, mira hacia donde está el monte, de entre la obscuridad puede ver dos lucecillas, estas lucen estáticas a una distancia de treinta centímetros sobre el suelo. Marion se queda inmóvil; pares de luces se empiezan a reproducir dentro de la maleza, son pequeños ojos que la miran desde las sombras, ojos que brillan en la obscuridad.
Marion no levanta el seguro, se aferra al asiento del auto, no quiere moverse, ni siquiera para respirar, las luces en la hierba crecida se van apagando de par en par, los ojos se cierran, solo queda el primer par de ojos que advirtió al principio, exclama un susurrante –Dios…- de entre las sombras, salta una criatura sobre el cofre del coche, un diminuto ser de piel arrugada y facciones cadavéricas empieza a brincar y a mostrar sus afilados dientes, otros endemoniados esperpentos se unen en su danza de horror, seis pequeños monstruos brincan a lado del primer gnomo, sus enormes y sucias barbas rebotan sobre sus pequeños cuerpos, Marion grita despavorida, los gnomos brincan y golpean con sus largas manos el cofre del auto, ríen con excitación, y ese sonido, aparece de nuevo
-tac-tac-tac-tac- -tac-tac-tac-tac-
Marion cubre sus orejas con la palma de sus manos, llora desesperadamente, y empieza a gritar el nombre de su marido.
-tac-tac-tac-tac- -tac-tac-tac-tac-
Marion aprieta nuevamente los parpados, esperando que cuando los abra todo haya desaparecido, que la pesadilla termine, esperando ver la claridad del día, esperando ver de nuevo a su esposo.
El coche deja de moverse, los gnomos ya no golpean ni brincan sobre el auto, Marion aun aprieta sus parpados. Silencio.
Marion abre primero el ojo derecho, se han ido, limpia las lágrimas de su rostro, respira agitadamente. Abre su otro ojo.
-tac-tac-tac-tac- -tac-tac-tac-tac-
El sonido la vuelve a poner en alerta, lo escuchó sobre el cristal de su puerta, voltea lentamente hacía la ventana y observa a uno de esos seres de piel arrugada, nariz enorme y barba amarillenta; tiene la mirada fija en ella. Éste le sonríe enseñándole sus colmillos diminutos y amarillentos, al tiempo que le muestra un bulto que carga con su mano izquierda, bulto que distingue como la cabeza ensangrentada de su esposo, cabeza arrancada de su cuerpo, con las arterias y venas colgando de su cuello cercenado. La risa macabra del pequeño demonio se funde con el grito de horror de Marion que observa la mirada de su esposo decapitado, el horror de tan cruel y vil muerte.

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