top of page

Leslie

  • Foto del escritor: Pedro Creo
    Pedro Creo
  • 19 mar 2019
  • 5 Min. de lectura

Los cuentos de terror nunca asustaron a Leslie, siempre ha pensado que son fantásticos y entretenidos. Desde que tiene uso de razón ha crecido escuchando historias de fantasmas y brujas que chupan niños, este tipo de historias se las ha contado su abuelo, quien tomó la figura paterna en su hogar, su padre las abandonó a ella y a su mamá al año de que naciera, aunque esa ausencia no la resintió tanto como cuando murió su abuela Ignacia, el llanto por la difunta solo le duró una semana, pues a palabras de la niña, "Ella regresó porque estaba triste, ahora siempre me visita para jugar y platicar conmigo", -cosas de niños- se decían entre el abuelo y la mamá de Leslie.


Tobías Marcial Guerrero, abuelo (y papá por circunstancia) de Leslie, es un hombre de edad adulta, piel morena y quebrada por las arrugas, es celador del cementerio del pueblo de San Lázaro, más de cincuenta años de labores le daban material necesario para contarle a su nieta un sinfín de historias que alimentaban su insaciable hambre por este género de cuentos, no está por demás decir que Leslie lo visitaba frecuentemente al cementerio en horas decentes de la noche, por lo que, para la niña de escasos diez años, el terror y el miedo era mera diversión, una razón para compartir tiempo con su abuelo.


Es día de todos Santos, las noches son heladas en esta temporada, aun puede olerse el aroma de las flores para los muertos, aún se escuchan los ecos de los visitantes que retumban en el cementerio de la Santísima Trinidad; Tobías hace su recorrido con lámpara en mano, caminando entre los pasajes angostos y pavimentados del cementerio.


De vez en cuando, osa caminar entre tumbas, cuando intuye que algún visitante nocturno se aloja en su centro de trabajo, -Una vez que haga este recorrido, regreso a mi cálida cabina y fumaré esos habanos cubanos del mercado- se decía mentalmente, tal vez para darse ánimos, pues algo no le daba buena espina, algo le helaba la espalda haciendo a su piel respingar.


A su mente vino esas veces que en el cementerio se encontró a esos muchachos de la telesecundaria Melchor Ocampo, cuatro de ellos para ser exactos, jugando con una tabla ouija, tremendo susto se llevaron los críos, o aquella vez que metros más arriba, y en donde el servicio de alumbrado falla, estaba esa parejita de enamorados teniendo relaciones sexuales, -"cogiendo sobre una tumba"- se repitió mentalmente Don Tobías, -Ya no hay temor de Dios- ahora lo dijo dejando escapar las palabras de sus labios arrugados.

Eran las dos de la madrugada, los ruidos tímidos del cementerio no cesaban, tal vez eran mozalbetes jugando a ser valientes en día de muertos o el aire que golpea las ramas secas. Su lámpara ahora apunta allá donde la luz no llega, si, allá en donde estaban fornicando esos muchachos, -¿Cómo se llama ese muchacho que trabaja con Don Milagros?- se decía tratando de recordar el nombre del noviecillo de esa muchacha que le hacía el amor sobre la tumba, se lo preguntaba para desviar el miedo que empezaba a sentir, miedo que hacía mucho no sentía, pues llevaba años en el trabajo, y el simplemente no creía (pese a que le fascinaba escuchar historias y contárselas a su nieta) en la llorona, los duendes, nahuales, fantasmas, cuentos de ese tipo que la gente se inventa para espantar a los pequeños.


Cada vez más se acercaba a ese lugar, sin luz, con tumbas en mal estado, olvidadas, tétricas, con olor nauseabundo, -¿Cómo pudieron venir a hacer sus "cosas" acá?- se decía el celador, la luz apuntaba en todas direcciones, alumbraba nombres en las sepulturas, nombres que el tiempo ya olvidó, -¿Se llamaba Rómulo?- se decía y cuando más inmerso se encontraba en sus pensamientos.


Un crujir de hojas secas en el piso se oyó a sus espaldas, volteando con asombro y apuntado con la luz en dirección de donde venía el ruido... nada, silencio, solo el sonido de los grillos; tenía ahora más miedo, no quería ni preguntar quién estaba ahí, temía recibir respuesta, sentía ahora que si creía en todas esas historias.


-Creo ahora si le llevaré a Leslie una buena historia de terror- siguió caminando, adentrándose más en la parte obscura del panteón y sonó de nuevo ese crujir, tenía que hablar.


-¡¿Qui-qui- qui-quien está ahí?- con voz temblorosa prosiguió.


–¡Lla-lla-lla-llamaré a la p-p-p-policía!- no hubo respuesta, se sentía observado, sus ojos estaban desorbitados, sacó de entre su abrigos una foto vieja con la imagen de su difunta esposa y la besó, la devolvió a sus ropas, y al momento justo de voltearse su linterna cayó al suelo, un grito ensordecedor inundó el cementerio, un alarido se impregnó en el aire, y se perdió en la niebla, la luz de la linterna que yacía en la tierra alumbraba al vacío, a la nada.


Esa misma noche, a las tres de la mañana, Leslie es despertada por su abuelo, quien entra en su cuarto en puntas para no hacer ruido, sin prender la luz, le habla con suavidad para no despertar a mas nadie que ella, -Leslie, despierta, te tengo una historia de terror- Leslie solo veía la silueta de su abuelo en la oscuridad, respirando el olor a cementerio y cempasúchil que éste despedía.


Leslie frotaba sus ojos, asimilaban la situación.


–Leslie, despierta te tengo una historia de terror ¡y es real!- el viejo se sentó en la cama, Leslie se enderezó para sentarse también y estar atenta a las palabras del abuelo


-¿Qué hora es?- preguntó la niña, sin recibir respuesta del celador -Cuéntame papá- le dijo.


-Hoy en el cementerio, ya no quedaba ni un alma, solo yo y los muertitos, estaba en mi cabina tomándome un cafecito, cuando decidí hacer mi recorrido, ya era algo tarde, había mucha neblina, y el frío estaba helándome, bueno; camine entre las tumbas pues sentí que algo no estaba bien, algo me daba mala espina, así siento desde esa vez que los muchachos de la secundaria estaban jugando a la oujia, ya sabes que yo no creo mucho en esas cosas, pero por esta cruz, que desde ese día se ha sentido un vibra mala ¿Quién sabe porque? pero bueno; caminaba entre las tumbas buscando algo, sabía que había algo que me observaba, sentía una mirada incomoda, tenía miedo Leslie, y lo peor es que tuve que ir a la parte esa toda fea del cementerio, ahí donde... bueno ahí donde está muy obscuro, oí el crujir de las ramas y con voz firme empecé a preguntar "¿Quien anda ahí?", "Salga antes de que llame a la policía", y nada, no se oía más el viento, entonces el ruido continuó, ese crujir seco, ese crujir que te hace pensar que alguien está ahí agazapado y se delató pisando las ramas.


En ese instante se prende la luz del cuarto, es la mama de Leslie, su rostro es un mar de lágrimas y sollozos, - Hija, acaba de venir el agente municipal a decirme que encontraron a tu abuelo muerto en el camposanto- Leslie con cara seria e inexpresiva le dice a la afligida madre - Si mami, él está bien, solo que ahora él si cree en historias para espantar niños- La mamá de la niña que estaba parada en el marco de la puerta, mira al lugar en donde se supone debería estar sentado Don Tobías, no hay nada, pero para los ojos de Leslie, está un anciano, de tez morena y piel quebrada por las arrugas, cabellos blancos, con los ojos bañados en cataratas, con la expresión del horror y la angustia, el miedo y la desesperanza, abriendo la boca para exhalar un último grito, al saberse muerto, al saberse parte de un cuento de terror.


ree

 
 
 

Comentarios


© 2023 by Name of Site. Proudly created with Wix.com

  • Facebook Social Icon
  • Twitter Social Icon
  • Instagram Social Icon
bottom of page