Las Minas De Kepplen
- Pedro Creo
- 19 mar 2019
- 17 Min. de lectura
He viajado constantemente por el placer que me generan los encantos y rumores que envuelven a cada lugar que marco en el mapa, eso es determinante para elegir mi próximo lugar de visita. Proviniendo de una familia acomodada, el tiempo y los recursos no han sido obstáculos para embarcarme a lugares tan recónditos y enigmáticos como la zona de silencio en el desierto de Chihuahua, México, el pueblo fantasma de San Zhi en China, o la iglesia de huesos de Sedlec en Republica Checa. Pero de mis oídos había escapado un lugar poco conocido por encontrarse remotamente escondido y silenciado por el temor de sus historias poco creíbles. Hablo de las minas de Kepplen.
Esta zona minera se encuentra enclavada en un hermoso y misterioso bosque de la región de HumbleMount, al norte del continente americano; lugar aborrecido por los vecinos del lugar debido a la extrañeza (o debería decir “fealdad) de sus nuevos habitantes quienes han desplazado a los lugareños fundadores de la zona. Las minas de Kepplen tuvieron su esplendor durante el periodo de la Primera Guerra Mundial, produciendo popularmente estaño y wolframio, esto elevó la calidad de vida de sus fundadores, atrayendo gente de varias partes del mundo en un “boom” comercial y minero destacado.
Pero estas minas, cuentan los mas viejos, han estado ahí desde antes de que llegaran sus primeros habitantes, se murmura que su producción era antinatural, pues en pocos años pasó a ser el abastecedor numero de uno de la región sin siquiera contar con las características y dimensiones para posicionarse de tal forma. Los mas viejos dicen también, que de las cuevas se extraía un mineral imposible de conseguir en cualquier parte del mundo. La rareza de éste atraía la mirada de muchos curiosos, por lo que pronto se vio atiborrada de grupos de exploradores y caza fortunas tratando de extraer el mineral único. Pero rápidamente, esa popularidad se transformó en un rumor morboso y tétrico, se decía que los exploradores desaparecían una vez que entraban en la boca principal de la mina, sin embargo; los explotados trabajadores que salían de sus extenuantes jornadas laborales jamás se percataron de la presencia de alguien mas que ellos en las profundidades de las cuevas.
Eso fue en un principio y así continuó por muchos años, como un cuento para alejar curiosos y asustar turistas. Diez años mas tarde cuando los precios del estaño se desplomaron y la producción bajó, las minas de Kepplen fueron las únicas que se mantuvieron en el radio de producción, se decía que los sostenía a flote y en considerable solvencia el extraño mineral. Quisiera ahondar más en el misterioso objeto, pero no existe descripción o propiedades de éste descritas en ninguna inscripción minera, solo que viejos escritos y fotos en pésimo estado las refieren como un mineral de fulgor cegador y que sus compradores se mantenían en el anonimato, pues este extraño sólido solventaba muchas industrias, por lo que inmediatamente se impuso la ilegalidad de este para no verse afectados por el monopolio de Kepplen.
Una vez que me instalé en HumbleMount después de un largo y ansioso viaje, pregunté al recepcionista del hotel (un joven de mirada centelleante y grisácea) por las zonas de interés del lugar, me nombró con entusiasmo las maravillas del bosque y sus reservas naturales, así como las zonas comerciales y de conservación histórica, no reparó en nombrarme la proximidad del puerto y las playas que se encontraban a no poco más de seiscientos kilómetros de la zona. Con ansia esperaba me nombrara algo acerca de las minas, pero de él jamás hubo intención de proferir palabra alguna, como sí adivinara mis pensamientos, mi interés y ávidas ganas de escuchar por el morboso lugar.
Al no encontrar voluntad de mi consejero turístico, tuve que nombrar las mentadas excavaciones. Su reacción fue hosca, solo se animó a comentarme que se encontraban cerradas desde hace ya mas de cincuenta años, y estaba restringido el acceso a todo tipo de persona. Insistí en que me hablara un poco mas de ellas, pero mi anfitrión estaba renuente a tocar el tema, intenté comprar lo que él sabía, pero ni eso fue suficiente para arrebatarle una sola palabra.
Regresé derrotado a mi habitación, maquinando el como poder llegar a las minas sin la información suficiente, pues ni siquiera en internet se encontraba mas que lo esencial y por todos sabido de la zona. Desganado por la falta de datos me dejé caer sobre la cama, el cansancio del viaje hizo cerrar mis parpados pesadamente, perdiéndome en un profundo sueño que solo sentí durar unos instantes, un llamado en la puerta de mi habitación me despertaba con violencia.
Me levanté cuando pude desentumirme y me acerqué a la mirilla de la entrada, del otro lado observé el rostro demacrado y cuarteado de un anciano, miraba en ambas direcciones, se alejó de mi puerta con paso calmo al notar que no atendía a la cita. Abrí la puerta y llamé la atención del viejo, éste regresó con torpe andar hacía mí. Advertí que vestía uniforme de intendencia del hotel, pronto empezó a hablar:
“Disculpe la interrupción, creo que lo he despertado”. -con una seña le demostré que no había problema y lo invité a entrar a la habitación. Una vez dentro, el viejo simuló estar limpiando los ya pulcros muebles de mi recamara y empezó a hablar como si no se dirigiera a mí – “Bueno el motivo de mi visita es, perdón, estoy un poco nervioso. No pude evitar escuchar como preguntó al joven en la recepción acerca de las minas de Kepplen, negándole la información. Pero sabe, a todos en este lugar se les ha metido el miedo desde hace unos años, a mi no me importa, le diré lo que se acerca de esa zona. Esas minas son mas viejas que el pueblo mismo, cuando los fundadores llegaron, las cuevas ya estaban ahí. Nadie les dio importancia pues creían que estaban completamente explotadas y no había nada que sacar de ellas. Pero en visperas de todos santos, estos yacimientos comenzaron a manifestarse. La gente argumentaba que los animales del bosque parecían estar excitados y los podían escuchar bramar, graznar, chirriar y emitir cualquier sonido que les correspondiera a la distancia. Los que salieron de sus casas o se asomaron por la ventana ante el barullo proveniente de las entrañas del bosque, observaron con pasmo un extraño fulgor que emanaba de los mas profundo del pulmón de HumbleMount. El brillo que en las noches proyectaban desde sus honduras llamó pronto la atención de los habitantes codiciosos, quienes se aventuraron durante el día a explorar la zona; los testigos de las primeras expediciones escribieron en sus diarios que fuegos fatuos se podían observar desde lo lejos, como en una danza desincronizada de luces.
Uno de estos primeros excursionistas, un escoces de nombre Kepplen Filligan, armó una cuadrilla de cuatro hombres, documentaron su inmersión a la zona, y el resultado fue impresionante inclusive para los ojos mas creyentes en fantasías, encontraron un mineral de aspecto cilíndrico, el cual brillaba vivamente, estaban todos estas piedras preciosas pegadas en las paredes de la caverna, y observó que el camino que descendía a las profundidades de la gruta era iluminado por un resplandor que les obligaba a cubrirse la vista con el antebrazo. Pronto se crearon senderos en el bosque para llegar a las minas y explotarlas, nadie sabía cual era el valor de este mineral, pero existía una necesidad inexplicable para los exploradores de poseerlo. Los cinco excursionistas se obsesionaron con poseer la piedra, la cual documentaron como un objeto mas precioso que el diamante mismo, que este cambiaba de color constantemente, y que; cada que esto sucedía, se decía que transformaba a los que poseían esta piedra, se volvían violentos, perdían control en sí.
El extraño mineral, fue vendido a embarcaciones de dudosa procedencia, piratas lo mas seguro, y trajo este mercado ilegal abundancia para la zona. Pronto Kepplen Filligan de ser un simple y humilde excursionista se volvió en un empresario minero, el mas importante de la región. Crecían dentro del ámbito minero, los rumores de la extraña piedra obtenida en sus excavaciones, y que cada vez más eran sus compradores, la mayoría de ellos, sino es que todos; gente de negocios turbios o de empresas poderosas y viles.
Nadie mas tenía acceso a las minas, solo los trabajadores de Kepplen, sus socios, y por ende él mismo. La familia del escoces desapareció, probablemente los mató. ¿Le comenté que la piedra los cambiaba? Bueno pues esa fue una de las razones por las cuales se rumoreaba que en un ataque de locura Kepplen mató a su mujer y dos hijos. Después se supo que el mineral cilíndrico cambiaba a colores que no existen en la faz de la tierra, y el ser testigo de “eso”, los volvía en contra de los que estuvieran a su alrededor. Pero no solo ellos desaparecieron, al poco tiempo los socios y compañeros de excursión de Filligan también fueron borrados, dejando a Kepplen como dueño único y universal de la empresa. No había quien se atreviera a levantar dedo acusador en su persona.
Filliigan pronto se refugió en el bosque, levantó una mansión cerca de las minas y se encerró durante mas de cincuenta años, nadie supo de él, nadie mas conoció noticias de él. Las minas y la prosperidad siguieron en HumbleMount, aunque esta escalada fuera a costillas de la ilegalidad. Los problemas con los trabajadores eran otra constante, los mineros eran explotados y recurrentemente perecían en accidentes de trabajo sin ser respaldados o algunos desaparecían, sin entregar el cuerpo a sus familias. Un accidente de circunstancias difusas y misteriosas en las minas en el cual la mitad de la cuadrilla de trabajo falleció, y a la otra mitad quedó demente, fue la gota que derramó el vaso y encolerizó a un grupo nutrido de personas y familias afectadas que decidieron arrancar de raíz el halo de misterio y maldad que existía en el pueblo, y el sinónimo de vileza pura era Kepplen Filligan. Armados con herramientas de trabajo y perros de campo, fueron en altas horas de la madrugada, cruzando los viejos senderos del bosque HumbleMount.
Cuando llegaron a la inmensa residencia de Filligan, derrumbaron puertas y destruyeron todo lo que se encontraban a su paso. Por todos era conocido que Kepplen dormía en su oficina, y que lo encontrarían ahí, esperando por ellos.
Al derrumbar la puerta de su alcoba - oficina, observaron a una sombra parada sobre un enorme ventanal, aguardando entre las tinieblas. Dedujeron que era el miserable dueño y autor de las desapariciones de los trabajadores. Cuando lo alumbraron con las linternas para por fin poder ver su rostro después de tantos años de ausencia, más de uno dejó desplomar su quijada de tremendo asombro, al encontrarse con un Kepplen Filligan intacto por el paso de los años.
Solo fueron unos instantes el que pudimos contemplar la viva y joven presencia de Kepplen. La inexplicable y joven figura del tirano cargaba un revolver el cual se metió en la boca volándose la tapa de los sesos, la ventana que estaba detrás de él quedó cubierta de una masa viscosa, negra y espesa que resbalaba en tiras de pesadas gotas.”
El viejo hizo una pausa en su historia y el silencio entre los dos se volvió incomodo, quedé mudo de escuchar la historia, no sabía que creer, pensé que el anciano me estaba tomando el pelo. Cuando reaccioné y comprendí que el viejo estaba aún impactado al recordar imágenes que creía sepultadas en la memoria, pude entender que no vacilaba en sus palabras. El dinero que tenía destinado para el tipo de la recepción se lo di al viejo, éste con mas reservas que certeza me dijo como llegar al sendero que conduce a las minas de Kepplen, me pidió no llegar más allá de la zona de advertencia, pues podría no haber retorno o de volver, regresaría acompañado de la locura.
Esa noche dormí con dificultades, me cubría un horrible sopor, lo poco que pude descansar fueron pesadillas insanas que me obligaron a levantarme temprano y salir a caminar por las calles de HumbleMount, aun esperaba que abrieran la tienda de excursión para las reservas naturales del bosque; tomé un café en un pequeño y pintoresco comedor, me extrañaba que en el local y en el hotel no hubiera diarios recientes, lo mas cercanos eran de hace un año, la gente de ahí me empezaba a dar escalofríos y deseaba terminar mi viaje cuanto antes.
Al llegar a la modesta tienda de excursión, solicité los artículos necesarios para emprender el viaje, así como la ayuda de un guía. Me fue asignado un hombre de aspecto asiático, pero con un perfecto uso del idioma y acento de la zona. De carácter servicial y con una sonrisa fingida comenzamos el viaje primero en jeep hacia las faldas del bosque, una vez dentro comenzamos a el recorrido de algunos de los puntos con mayor belleza de la región, sus explicaciones y extraordinaria dicción eran nada para mi pues mi interés estaba centrado en la visita de las minas. Espere que nos adentráramos un poco más, que nos alejáramos considerablemente para solicitar de forma tramposa a mi guía desviar el curso asignado. Una vez que creí prudente le solté mis intenciones y le pregunté el costo de sus servicios por llevarme a esa zona.
Su rostro cambió de color y soltó una risa ahogada, el nerviosismo enredó un par de palabras que no pudo conectar. Tomó aire y perdió toda su amabilidad vertida en un principio:
“Gente como usted se toma como broma lo que pasó aquí, lo que vivimos día a día. Ustedes turistas no saben ni remotamente lo que vive la gente de HumbleMount. Ni por los tesoros de mi país natal iría a ese lugar, mi vida no tiene precio. Usted debería cuando menos respetarse un poco más y considerarme respeto ¿Cree que soy un idiota? ¡Terminamos el viaje! no me tiene que pagar si no le desea, ha arruinado su viaje.”
Empezamos a caminar y lo seguí a enorme distancia en completo silencio, solo se oía el crujir de las hojas secas y los insectos chirriando de forma vibrante. Metros más adelante, un viejo letrero picado por la humedad mostraba una flecha indicando la distancia en kilómetros hacia un sendero, que por lo que pude leer, imposibilitado por el deterioro del mismo, decía: “S ndero K ppl n – 50 mts.”
Mi guía estaba tan inmerso en sus pensamientos que ni siquiera reparó en el letrero. Solo caminaba con la mirada sobre el suelo, sin importarle mas que llegar a la tienda de excursión. No lo pensé mucho, había hecho un enorme trayecto para llegar hasta ahí. Mi objetivo no era otro sino conocer las malditas minas de Kepplen.
Detuve mis pasos lentamente, desaceleré y dejé que el guía siguiera caminando, no se percató que el par de pisadas que lo seguían dejaron de ir tras de él. Sería el incesante ruido de los insectos que no dejaban espacio para escuchar con claridad los demás sonidos, o la distancia que guardamos entre nosotros lo que hacía imposible escucharme con claridad, y perderse sus pisadas con las mías. No importaba más, me agazapé en un arbusto hasta que vi su humanidad perderse. Dirigí mi andar hacia donde la flecha despintada del letrero anunciaba que estaba el “Sendero Kepplen”.
Obviamente éste era el camino que el intendente me había dicho trazaban los trabajadores para llegar a las minas, así como la ruta que la enardecida chusma tomó para intentar dar muerte a Kepplen Filligan.
Aun era de día, la hora marcaba apenas treinta minutos antes del mediodía, cruzar ese sendero de noche hubiera sido infartante, mi imaginación estaba extasiada con las historias del viejo y no hubiera podido cruzarlo solo. El sol estaba cayendo a plomo y sentía mis pies pesados, cada paso era mas difícil, no podría calcular cuantos kilómetros caminé, pero podría decir que los suficientes para empezar a sentir los efectos de una fatiga producida por el sol, quien parecía castigar mi insolencia. Cuando estaba apoyando el peso de mi cuerpo sobre mis rodillas para descansar, pude ver a lo lejos una visión de horror que me erizó la piel de la nuca. Asomándose en el horizonte empezaba a levantarse una enorme mansión, la cual puedo asegurar que en sus años fue majestuosa, pero ahora se encontraba deteriorada y percudida por el abandono e irremediable paso de los años. A cada doloroso paso que daba, observaba como crecía en dimensiones la imponente construcción, la cual se encontraba ubicada a un costado del sendero.
Era una mansión derruida, pero con cimientos fuertes. Daba escalofríos el solo verla, sobresalía el enorme ventanal el cual me hizo recordar el relato del viejo. Era un boquete con pedazos de cristales pegados en el marco, la humedad y excesiva vegetación creciendo en sus muros la hacían ver como una enorme criatura. Si ponía atención, parecía que el viento traía de vuelta viejos ecos de la cacería hecha a Filligan, me sentía estremecido y nervioso de solo pensar en esos misteriosos hechos que dieron lugar a tan infame popularidad de la zona.
Traté de distraer mi mente enfocándome en la enorme reja que rodeaba a la mansión y que atravesaba al sendero metros mas adelante. La reja estaba oxidada y sobre la parte superior había alambre de púas enredado en forma espiral. Diversos anuncios de advertencia en diferentes idiomas anunciaban a la gente de la desgracia que rondaba en el lugar. –<<Dangerous place, stay away >> <<Verzauberter Ort, geh weg>> <<Perigo de morte, lárguese>>…” entre los que recuerdo y mis clases de idiomas me permitieron entender. Dibujos de máscaras antigás o el símbolo de toxicidad advertían a los posibles analfabetas del terrible peligro que había más allá de la reja. Estos carteles diversos cubrían como un enorme collage de ultimatos de lo que al fondo podría decirse, era mi objeto de deseo. Una pequeña formación de tierra con un inmenso agujero, que asemejaba las fauces de una bestia, anunciando con la boca bien abierta la antesala al infierno.
Pese a que era solo una mina, la gente popularmente las conocía como “Las minas” de Kepplen, sin embargo, no hacía falta más horror que esa aberración formada por algo más allá de la naturaleza. No comprendía como los trabajadores entraban a trabajar en ese lugar, asemejando ser devorados por la boca de un demonio. Me acerqué con profundo terror y miré la espantosa mina a lo lejos. De puro pavor, me encontraba apretando la reja exageradamente con los dedos mientras imaginaba las voces que salían del fondo de la caverna, pidiendo auxilio con gritos desgarradores que sugerían el rompimiento de las cuerdas vocales, gritos ensordecedores y lamentos espeluznantes que no pudieron ser no escuchados por el mismo Kepplen Filligan.
Cuando dejé de imaginarme las voces, el sonido de espanto seguía ahí, las voces de socorro seguían retumbando en mis tímpanos. Comprendí que había alguien atrapado en las entrañas de la mina y no dude un instante en socorrer la desgracia de la víctima. Busqué como atravesar la reja, algunos pasos mas adelanta había una ranura realizada con algún corte de pinzas sobre la misma, me tiré sobre ella y la atravesé, la mochila con mis suministros se rasgó, pero aún no había reparado en eso. Corrí hacía el monstruo y me adentré en sus fauces. Justo cuando la oscuridad de la mina me envolvió. Las desgañitadas voces callaron.
La oscuridad me envolvió. Devolví mis pasos, pero no había salida. Todo era una masa negra a mi alrededor. Desorientado, a tientas buscaba topar con las paredes de la mina. Pareciera que no había fondo, ni a lo largo ni a lo ancho. Mis ojos estaban cubiertos por la total obscuridad, ni siquiera el sonido del bosque se escuchaba, era un espacio ausente de sonido. Mis palpitaciones comenzaron a escucharse, así como mi agitada respiración. Empecé a pedir ayuda con voz entrecortada. Estaba muerto de miedo. Al fondo de las tinieblas, una luz se movía como queriendo llamar mi atención. Del miedo pasé al pavor. No tenía muchas opciones, dudé en acercarme, pero resuelto en buscar salir del lugar, con pasos telúricos y cortos me acerqué a ese pequeño fulgor de luz intensa.
En mi trayecto escuché rumores, voces que iban y venían, fuertes ráfagas de aire me empujaban lejos de la luz, apreté los ojos cuando sentí que me estaba acercando más. A través de mis parpados cerrados podía aun ver el resplandor. Escuché el trabajo de minería realizado a mi alrededor, pude imaginarme a los trabajadores en sus labores, los escuché gritar pidiendo a los demás salir del lugar al percatarse que la entrada principal de la mina se iba cerrando, escuché decirles que la entrada estaba siendo tapada por “algo”. Escuché sus botas correr en todas direcciones y sollozar de miedo. Había algo extraño en las piedras. Algo que los hacía doblarse de miedo. Algunos enloquecían y se volvían en contra de otros. “Aléjense de las rocas” era lo que chillaban.
Cuando la refulgencia era intensa y la percibía frente a mí, abrí los ojos sin siquiera pensarlo. Que arrepentimiento, preferí en ese instante arrancarme los ojos y así salvarme de ver la postal de espanto. Frente a mi estaba el rostro destrozado de Kepplen Filligan sosteniendo el luminoso material. Su cráneo abierto me dejaba ver que detrás de él estaba la cuadrilla de mineros desaparecidos, en sus ojos blancos, ciegos por la ausencia de luz pude ver como un albor les bañaba el rostro y despejaba las tinieblas; lentamente a mis espaldas, la boca de la mina se volvía a abrir. Corrí desesperadamente hacía la luz. A trompicones me alejaba de la imagen de miedo que había atestiguado, salí de la mina corriendo a zancadas exageradas sin siquiera reparar en los desaparecidos que la cueva convirtió en demonios. Cuando por fin pude ver la claridad del día, me dejé caer sobre mi humanidad y me levanté con rapidez solo para voltear y darme cuenta de que la mina lucía tan aterradoramente normal como cuando la vi a través de la reja. Lloré sobre las palmas de mis manos con marcado ahogo. Volví a caer, pero esta vez sobre mis rodillas, traté de tranquilizarme y me levanté una vez mas solo para sacudir mis polvorientas ropas. Observé que sobre el camino por el que había recorrido hasta la boca de la mina, se encontraban latas de comida percudidas. Reparé que mi mochila se había rasgado y los alimentos se habían regado a lo largo de la entrada a la cueva, los infelices de la tienda me habían vendido comida echada a perder (pensé).
Crucé por debajo de la reja para continuar mi camino por la vereda, antes de partir volteé a ver la mina por ultima vez. Lo que me había pasado aplacó mis ganas de viajar, quería volver a casa. Caminé a lado de la mansión la cual lucía un poco mas tétrica y sombría. El enorme cristal de la oficina en donde Kepplen se voló los sesos, me hizo recordar el desfigurado y abierto rostro del escoces.
Creo que lloré gran parte del camino de regreso al hotel. La advertencia del viejo se había cumplido, no volví siendo el mismo, había quedado marcado. Mi salud mental estaba en ese momento inestable. Creí que enloquecería y perdería por completo la razón. Antes del anochecer salí del bosque y me fui directo al hotel. Mi mirada estaba clavada en mis pasos, sobre el pavimento húmedo de las calles, sin embargo; noté algo extraño que no podía explicar en la pequeña ciudad a mi regreso, sentí como la gente me observaba con temor y asombro. Se alejaban de mí y murmuraban como si fuera una especie de espectro. Me detuve en un aparador para mirar mi reflejo y este no me decía nada fuera de lo habitual, podía ver claramente mi rostro y mi figura. Todo en completo y vil orden. No comprendía el extraño comportamiento de los pueblerinos. La sorpresa de los eventos que a continuación narraré me tiene en un estado de completa confusión, pues no hay explicación posible, y la redacción de este escrito me ha sido encomendada por un grupo de gente que estudia mi caso, y los cuales, me tienen recluido en un sanatorio mental al no creer la versión de mis hechos.
Prosigo con la narración de los eventos. Después de ser examinado de forma por demás incomoda por los habitantes que me topaba en el camino de vuelta al hotel, decidí apresurar mi andar, recoger mis cosas y esa misma noche salir de HumbleMount. En ese momento entendí los rumores acerca del porque su gente era extraña y de formas poco decentes, pero he confesar también que no sabía sus razones y ahora los comprendo.
Al ingresar al hotel me percaté que el lugar lucía diferente, algo me indicaba que me había equivocado de local, pero mi instinto me gritaba que ese era el lugar correcto, por muy extraño que ahora se observase. No había nadie en la recepción, tenía prisa por finiquitar mi hospedaje por lo que llamé más de un par de veces por el timbre de mesa y esperé a ser atendido. De la oficina del hotel salió un hombre de edad avanzada el cual se apoyaba con cuidado por donde pasaba, pensé por un momento que era el conserje, pero cuando su mirada hizo contacto con la mía reconocí en ella los ojos grises del joven que me había atendido un día anterior, solo que ahora sus ojos eran los de un hombre cansado y llenos de terror al observarme. El individuo se llevó sus temblorosos dedos al pecho y se desplomó de forma errática. Quedó sobre el suelo levantado su mano con índice acusador y rígido hacía mi persona, mientras su rostro dibujaba una mueca de terrible pavor.
La gendarmería local se apersonó rápidamente al lugar de los hechos y me llevó a los separos del centro de readaptación social. Les expliqué con lujos de detalle lo acontecido mientras me eran tomadas muestras de mi orina para descartar que estuviera drogado. He sido trasladado al sanatorio local una vez que los estudios arrojaron que era supuestamente la misma persona que muchos años atrás había sido reportada como desaparecida en el bosque de HumbleMount. Ahora aquí, sentando en una habitación con hoja y tinta frente a mí, intento redactar los fantásticos hechos que expliquen en donde me había metido en estos últimos cincuenta años y porque… porque demonios el tiempo nunca pasó sobre mi persona.

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