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Karla Delfina

  • Foto del escritor: Pedro Creo
    Pedro Creo
  • 19 mar 2019
  • 7 Min. de lectura

Karla abría los ojos, sus pupilas se acostumbraban a la débil luz que se colaba por la ventana cubierta con viejos diarios. El nerviosismo que le causaba el exterior le obligaba a vivir entre las sombras, aislada, introvertida y con una pobre comunicación familiar.


Mientras observaba su entorno recordaba el sueño que la había despertado. Un grito intenso que se ahogaba en el borboteo de sangre que emergía de un alarido. Era el rostro de su madrastra. Tan claro y nítido, en los ojos de ella estaba inyectado el horror, sobre su rostro, pequeños puntos de sangre salpicada adornaban el cuadro de pavor.


No era la primera vez que Karla lo soñaba, no desde hace unas semanas. Se enderezaba sobre su colchón viejo y ruidoso; hacía tiempo que había dejado de preocuparse por el colegio, tenía educación en casa, las constantes burlas y ataques físicos por su comportamiento y desinterés en su aspecto, obligaron a su padre a tomar la decisión de continuar la escuela desde la protección de su hogar, pero ni siquiera eso le facilitaba el proceso de asimilar los estudios y la lectura. Sobre el marco de la puerta abierta de su cuarto, la silueta de su madrastra pasaba con andar lento y cansado. Molesta y digna no dirigía saludo ni mirada a su entenada.


Karla y sus actitudes habían creado el enfado de la esposa de su padre, su madrastra (encargada de su cuidado por encomienda de su papá) se había rendido con ella, psicólogos, terapias, consultas médicas e incluso visitas a brujos y chamanes, nada funcionaba con la adolescente. No era una etapa de rebeldía, era un comportamiento normal en el pensamiento de la chica.


Karla ponía sus pies descalzos sobre el piso sucio de la habitación, caminaba lejos de las ventanas, todas cubiertas con cartones y periódicos; su padre había permitido tapar todos los portillos, su hija era bien amada por él, pese a sus problemas, él la apoyaba en todo.


Entraba a la cocina a buscar algo de comer, el lugar estaba hecho un desastre, si su madre natural viviera las cosas serían muy distintas… si su padre no se hubiera casado con esa mujer. Tal vez todo sería distinto.

En la cocina estaba su padre. Sus codos estaban recargados sobre la mesa mientras sus manos cubrían su rostro, daba la impresión de estar llorando. Apenas advertía la presencia de su hija, parecía abrumado y aturdido. Se dirigía a ella con voz titubeante.


-Karla, hija… pensé que no estabas. ¿Tienes hambre?


Karla solo asentía. Su padre halaba una silla invitándola a sentarse a su lado.


-Hija, quería hablar contigo… sé que este cambio no ha sido fácil para ti, y te ha costado asimilarlo. Comprendo tus acciones mas no las apruebo… no quiero dar más vueltas al asunto. Tampoco quiero alimentar más tus miedos. Quería hablarte de… de “los extraños”… tu sabes. Es solo que…


Un ruido desde el patio hacia que el hombre callara y volteará con angustia hacía las ventanas tapizadas.

-Karla, discúlpame si nunca te comprendí. Pero creo entender tus temores… Tengo miedo así como tú.

Un sonido parecía golpear el cristal de las ventanas.


-Mantente alejada de las ventanas. Sé que vienen por ti.


Karla abría los ojos tanto que parecían que se salían de sus orbitas. Talvez su padre estaba tan loco como ella. Una familia tan disfuncional no auguraba un ambiente propicio para su salud mental.


Su padre se llevaba el dedo índice a su boca. Daba la señal de guardar silencio. Algo se movía detrás de los viejos periódicos pegados al cristal. Karla y su padre ni siquiera respiraban. Los rayos matutinos que se colaban entre los espacios de los diarios eran tapados por una figura que se desplazaba desde el exterior, intentando asomarse dentro de la casa. Parecía pegar su rostro a los cristales, parecía querer ver en el interior. Después se perdía, se escuchaba como pisaba las ramas secas caídas en el jardín.


Después de un minuto, pareciera que la extraña sombra se había ido. Al parecer su padre estaba tan loco como ella. Karla parecía haber heredado las fobias de su viejo.


Se levantaban con cuidado como para no hacer rechinar las sillas, cuando el golpeteo a la puerta los hacia brincar desde su posición. Karla volteaba a ver el desencajado rostro de su padre. Quien con el simple movimiento de sus labios le ordenaba: “escóndete”.


Karla corría a su habitación, emparejaba la puerta de su cuarto y la sellaba empujando un juguetero viejo, su mente aun infantil pensaba que con eso era suficiente. Abría su armario y se colocaba en el fondo de este, cerraba la puerta y se sumergía en la obscuridad. Solo escuchaba el golpeteo en la puerta.


Un golpe seco hacia abrir la puerta principal. Escuchaba como el pomo de la puerta caía sobre el suelo. Se imaginaba las imágenes que pertenecían a los sonidos. Imaginaba a su padre gritando a los “extraños” que se introducían por la entrada principal. “¡lárguense, no se la llevaran, mi hija no les ha hecho nada!” gritaba el nombre de su esposa “¡Lucía! Aunque la odies por lo que te hizo, ayúdame, no permitas que se lleven a mi bebé”. No había replica por parte de los extraños, quienes seguían caminando sobre la sala, ignorando los gritos y amenazas.


Karla apretaba los ojos con fuerza, se sumergía más en las sombras, en la histeria de los gritos de su padre. Apretaba sus puños con tanta fuerza que sus uñas se enterraban en sus palmas. Después solo silencio. Parecía que se había quedado dormida o desmayada. No tenía idea de lo sucedido. Abría los ojos para toparse con las tinieblas. A tientas buscaba la puerta del armario. La tocaba con la punta de los dedos, la empujaba para salir de entre las sombras. La luz de la luna iluminaba las viejas notas pegadas sobre las ventanas de los diarios. Evitaba mirar hacia afuera. Su miedo al exterior la dominaba, su miedo a los “extraños”.


Caminaba sobre las puntas de sus pies, antes de salir de su cuarto asomaba la cabeza. No había ruido, no había señales de sus padres. Estaba todo tan oscuro, sucio y descuidado, cada rincón de su hogar parecía una gran boca de lobo. Por el rabillo del ojo, observaba una silueta. Una figura que caminaba con cansancio y pesadez, era su madrastra, andaba como un espectro caminando errantemente. Entraba en la alcoba de su padre.


Karla volteaba solo para ver una parte de su madrastra desaparecer al atravesar la entrada de su habitación. Sin tener las ganas de ir a su encuentro, se dirigía hacia su lugar. Con miedo avanzaba contando los pasos. Sabía que nada agradable se encontraría en ese cuarto.


Al llegar a la entrada, se paraba firme en sus dos pies para ser testigo de una pintura de terror. El cuarto se encontraba perfectamente iluminado, las paredes lucían más blancas y radiantes de lo que ella podía recordar, la cama estaba acomodada justo en medio de la habitación, destendida, con sabanas igual de blancas que las paredes. Un rojo carmesí hacía contraste con la palidez de los colores, recostada sobre la cama estaba Lucía, su madrastra, se ahogaba, tocía, vestía un camisón teñido en sangre, había perdido su blancura al absorber las heridas abiertas. Karla se acercaba y veía a Lucía batallar por pasar saliva, escupía sangre por la boca, finos hilos color rojo se desbordaban por la comisura de sus labios, una herida amplia en su cuello palpitaba, con ojos inyectados de miedo Lucía volteaba a ver a Karla, con dificultad imita un intento de alarido al verla, pequeñas gotas de sangre expulsadas de su boca manchan su rostro, sabanas y ropas.

Karla queda paralizada del horror, mientras observaba que en su mano cargaba con un cuchillo cebollero, empapado de sangre por la navaja. El terror de la revelación la tumbaba al suelo. Solo para levantar la mirada y encontrarse con la habitación vacía, con manchas de sangre secas, su mirada se perdía en la nada, acomodando sus recuerdos, volteaba a todos lados, quería algo que estimulara su memoria. Su mirada se detuvo fijamente en un punto, parecía que había encontrado la respuesta.


Karla se levantaba de su lugar, y caminaba directo a la ventana. Se paraba enfrente del portillo, acercaba su rostro a los cristales de la ventana. Las vidrios tapizados por el periódico de hace una semana redactaban una noticia que letra a letra, palabra a palabra la ponían helada.


El titular era: NIÑA MATA A SANGRE FRÍA A SU MADRASTRA.


Su mirada se detenía en detalles importantes de la redacción: …asesinó a la mujer cortándole la yugular…

Cada que pasaba su mirada por una línea parecía recordar todo: …conservó el cuerpo de su madastra por una semana, su avanzado estado de descomposición alertó a los vecinos…


Sus ojos llenos de lágrimas lo comprendían todo: … la madrastra estaba a cargo de la niña, quien hacía unas semanas había perdido a su padre biológico…


Cada vez más asimilaba los hechos: … la hoy occisa estaba bajo investigación judicial por los extraños hechos que ocasionaron el deceso de su esposo… la niña padecía una severo trastorno… Agorafobia, miedo a salir a la calle… la pequeña asesina será recluida en el centro mental de la ciudad…


Una luz se colaba en la transparencia de los diarios viejos, la voz de su padre retumbaba en su mente “vienen por ti”


Al dar la vuelta para escapar a esconderse nuevamente, Karla chocaba de frente con una masa inamovible, haciéndola caer de espaldas, una mano gruesa y tosca la levantaba del suelo. La voz de su padre gritaba con fuerza en su cabeza: “¡los extraños!” “no dejes que te lleven de nuevo”


La luz de otra linterna de mano, apuntaba hacia el rostro de Karla, los extraños de afuera dejaban de alumbrar hacia adentro, algunos de ellos se pegaban a las ventanas dejando ver sus contornos.


Una vez que dejaba de alumbrar su rostro, Karla podía ver la cara del extraño, nada distinta a la de cualquier otra persona que no haya visto antes. Uniformado con camisa e insignia del condado del estado, su placa tenia inscrito el apellido del sujeto. Carusso, Oficial Carusso.


Karla despertaba una vez más en una habitación sin muebles, solo con una cama de base tubular, una puerta al fondo con una ventanilla en la parte superior. Estaba lo suficientemente drogada por los sedantes como para discernir si los recuerdos de ayer eran reales o simples fantasías de su mente trastornada.


Mientras acomodaba sus pensamientos fantaseaba con la idea recurrente de escapar; de escapar una vez más y ocultarse en el único lugar en donde se puede sentir segura de los “extraños”, su hogar. Su cuarto.


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