Fiestas Patronales
- Pedro Creo
- 20 mar 2019
- 10 Min. de lectura
Habíamos viajado toda la noche, mi amigo Don sentía los pies arder, no podía dar un paso más, y que decir de mí, decidimos pernoctar en un polvoriento pueblo.
Don y yo somos ladrones, escapábamos con nuestro botín, la noche nos cayó al mismo tiempo que el cansancio, la herida de mi socio había dejado de sangrar, tuvimos suerte hasta ese punto, no sabíamos en donde estábamos.
Quedamos impresionados cuando llegamos al lugar, un pueblo ameno, lleno de vida y jolgorio, creo que celebraban una fiesta patronal, nuestra presencia pasaría desapercibida entre tanta gente, así que nos sentimos beneficiados con la reunión que acontecía ahí.
Tratamos de pasar entre la multitud sin levantar la mirada, no queríamos que nuestros rostros quedaran impresos en la mente de los habitantes, nuestro único equipaje era una maleta cargada con el dinero robado. Nos dirigimos al hotel del lugar, el único.
El hotel lucía viejo, obscuro, fantasmagórico, no teníamos otra opción, fuimos atendidos por una señorita de piel tan blanca como la niebla, su mirada estaba perdida, parecía preguntarse por qué estábamos ahí, solo queríamos resguardo esa noche, a la mañana siguiente nos iríamos a la mierda.
La joven nos dio las llaves de la habitación ubicada en el tercer piso del inmueble, las llaves lucían oxidadas, era obvio que no tenían suficiente uso, no había elevador, subimos con lentitud y cansancio las escaleras, tomando nuestro respectivo aire en los descansillos del mismo.
Llegamos al piso de nuestro cuarto, no había energía eléctrica en los pasillos, solo candelabros que aclaraban ligeramente la visibilidad, abrimos la puerta que primero no cedía, su interior hedía a sudor y humedad, pero qué diablos, no podíamos ponernos exigentes con el precio. A parte, para que levantar más sospechas, no queríamos atraer a la policía.
El cuarto era pequeño, con dos camas de colchón delgado, las cortinas parecían una aparición espectral, por lo que mi compañero cerró la ventana, al hacerlo pudo observar con más detenimiento la fiesta que se celebraba afuera.
-¿Qué día es hoy?- me dijo
- Viernes.
-No me refiero a eso, ¿Qué día del mes es?
-No sé ¿Importa?
-No, solo para saber que celebra esta gente.
Tratamos de no prestar más atención, con el cerrar de la ventana el ruido se aminoró, era ahora solo el lejano ritmo musical, las risas, la algarabía. Don entró al sanitario, supongo intentaba darse una ducha y lavar su herida, tardó solo cinco minutos después de que entrara para llamarme, estaba parado enfrente del lavabo, el grifo estaba abierto y de él salía fango espeso, olía a podrido, me miró y me dijo- Podré no bañarme, no hay problema pero debo cambiar mis vendajes, tengo que desinfectar mi herida- Le pedí aguardara un momento, bajaría a recepción a pedir un poco de agua limpia.
Al llegar abajo, le pregunté a la señorita acerca de la celebración, no recibí respuesta.
-Me gustaría un poco de agua limpia ¿Sabe? Hay un problema con las tuberías, sale lodo de los grifos…
-Afuera hay una máquina expendedora de hielo, meta una moneda de veinticinco centavos y espere a que se caliente su hielo, esa es la única agua que podrá conseguir.
Una vez afuera traté de ver con más cuidado los aspectos de la fiesta, la gente vestía con ropas regionales, la mayoría con telas de lona, sombreros que no dejaban ver sus rostros, otros más con máscaras de carnaval, me acerqué un poco más, tal vez podría alguien decirme que es lo que celebraban.
Cada vez que daba un paso, me acercaba más a el tumulto de personas, la música subía de intensidad, era tocada en vivo, un conjunto tocaba con acordeones y tambores, todos bailaban y consumían bebidas embriagantes, ahora cada que vez que avanzaba chocaba con alguien, intenté tomar a uno por el brazo y hablarle, pero éste se escurría de mí y seguía su camino brincando y bailando; cada que me adentraba más en la fiesta, más se volvía una locura, veía gente liándose a golpes, personas inmóviles observándome a través de sus máscaras, orgías que se efectuaban en el polvoriento suelo, me sentía ahora incómodo.
Una mujer cayó en mis brazos, estaba completamente ebria, usaba una máscara roja que emulaba ser la de un hombre con bigote y barba, era mi momento de preguntar:
-¿Qué está pasando aquí? ¿Qué celebran?
-Ja-ja-ja, no es de aquí ¿Verdad?
-…No, ¿Me puede responder ahora?
-Hoy es día del patrón del pueblo, día de fiesta señor. Debería usar una máscara señor.
-¿Quién es el patrón del pueblo? ¿De quién es santo?
-Ja-ja-ja-ja-ja-ja ayyy pero que cosas dice, ¿Cuál santo? No es ningún santo. Debería estar usando máscara señor.
-…¿Por qué debería?
-Para que no le vea el rostro y se lo llevé señor…
-¿Quién?
-El diablo señor, el diablo.
Mis facciones se endurecieron, ¿Qué clase de broma era esa?, pude ver los ojos de la mujer a través de la máscara, su mirada expresaba frialdad, seriedad, no bromeaba. La solté y mire a mi alrededor, cada vez más gente me observaba, sus máscaras y antifaces eran pobres emulaciones de humanidad, eran aterradoras, uno de ellos tenía a una cabra negra tomada por un lazo, la imagen me dejó frío. Todos levantaron su dedo índice hacia mí, me señalaban, empecé a caminar con rapidez, a empujones entre la gente, en todo el trayecto nadie bajó su índice, todos apuntaban a mi rostro.
Salí de la masa de gente gateando, corrí al hotel en donde me encontré con la recepción vacía, subí al cuarto para ir por mi compañero, nos íbamos, esta gente podría matarnos. Al entrar a la habitación, Don estaba sentado en el borde de su cama, tenía la cabeza baja, y los codos sobre sus rodillas.
-Don, nos largamos, la gente aquí está enferma. Creo que adoran al diablo.
Mi socio decía algo que no podía entender, susurraba palabras inentendibles.
-¿Don? ¿Me has escuchado?
Seguía en la misma posición, bisbiseaba algo que no lograba descifrar.
-¿Don? ¿Estás bien?
Me acerqué a él, lo tomé por los hombros y traté de buscar su mirada.
-Don ¿Qué dices?
Su murmurar empezó a tomar más fuerza, las palabras se aclararon en su boca, y me dijo:
-El diablo me ha visto el rostro.
Después de eso, todo fue obscuridad, tanteaba entre tinieblas, no escuchaba nada, empecé a gritar el nombre de Don, di con la puerta y corrí, baje las escaleras sin mirar atrás, me olvidé del dinero y de mi socio, no importaba ya nada, al llegar a la recepción, noté su abandono y descuido por años, empuje la puerta de entrada, no había nadie en el exterior, no había fiesta, no había gente, no había pueblo, Don se quedó atrás, jamás supe de él ni del dinero, tal vez escapó con mi parte, tal vez se lo llevó el diablo.
Manejar solo en la noche y por la carretera da miedo, en verdad que siempre he dicho que es mejor hacerlo en compañía de alguien o en su defecto, subir el volumen del estéreo, nunca me ha gustado y más por el tramo carretero que pasa a lado de San Fortino, un pueblo fantasma, se ha dicho tanto, se ha visto tan poco, y es que nadie entra ahí, a menos de que te hayas perdido.
Yo era chofer, manejaba una camioneta de carga y me dirigía a la ciudad de Oaxaca de Juárez. Eran las once de la noche, los minutos no los recuerdo con exactitud. Me sentía inquieto pues me aproximaba al kilómetro maldito, la gente me ha prevenido, pero lo más curioso es que nadie me quiso acompañar, no podía demorar otro día, perder el trabajo era muy probable de no entregar la mercancía, viajaba con la música a todo volumen, cantaba con fuerza.
Frené de golpe, mi sangre se heló y apreté con fuerza el volante, la camioneta seguía con el motor encendido, la luz de los faros alumbraba a un hombre tendido sobre la carretera, no sabía si estaba herido o alcoholizado, dudé un poco, pero al final bajé del vehículo y me acerqué con muchas precauciones:
-¿Señor? ¿Está bien?
El hombre se encontraba sobre el pavimento en posición fetal, justo en medio de la carretera; percibí sangre y polvo sobre sus ropas, era un hombre de treinta y cinco años de edad aproximadamente, respiraba con dificultad y sollozaba. Me acerqué más y cuando estuve próximo a él, toqué su espalda, el simple roce de mi dedo índice le hizo reaccionar de manera exaltada, empezó a gritar y a llorar, se llevaba las manos al rostro y gritaba:
-¡Me ha visto! ¡Me ha visto!
En seguida se desmayó, pero nunca separó las palmas de sus manos sobre sus ojos.
Tomé al señor del que aun desconocía su nombre, lo llevé a la camioneta y lo senté en el asiento de copiloto; yo que buscaba compañía para este viaje, lo había encontrado de manera singular y poco agradable.
Mi viaje aún tenía tramo que recorrer, haría escala en la comunidad de San Lázaro, ahí me daba posada la señora Dolores, quien es dueña de la morada y comadre de mi patrón, sabía de mi llegada. Lo que no sabía era que ahora venía con compañía.
Al llegar fui recibido por los perros sin raza de la señora, agresivos al principio, mansos y cariñosos después de reconocerme, me bajé y le toqué la puerta:
-Buenas doña Dolores, aquí molestándole para que me reciba.
-Buenas noches señor, no es molestia. Pásele ¿Ya cenó?
-No doñita, ni hambre traigo, pues creo que cogí un susto. Mire me da pena, quisiera pedirle un favor, es que no vengo solo.
-Hace bien, es peligroso viajar tan tarde y solo. ¿Por qué no lo hace pasar?
-Está en la camioneta, y no es que me lo haya traído, lo encontré en medio de la carretera, ha estado inconsciente en el trayecto hasta acá.
Fuimos por el fulano y lo bajamos entre los dos, aun no volvía en sí, lo acostamos sobre el catre que se me ofrece cuando llego de viaje, doña Dolores lo atendió y curó sus heridas:
-¿Hace cuánto que le dio el soponcio?
-No sé doñita, unos quince minutos, me vine rápido una vez que lo trepé a la troca.
-Ya tardó desmayado, ¿En dónde lo encontró?
-En el kilómetro 60, a la altura del pueblo de San Fortino.
El rostro de Dolores se desdibujó, el escuchar el nombre de ese lugar le hizo erizar los cabellos de la nuca.
-Mañana se me van a primera hora, no quiero a este hombre aquí.
No tuve más que asentir, no me atrevía a preguntar más de los rumores que ya sabía. Mañana mismo que despertáramos le daría un aventón hasta Oaxaca y de ahí que agarre camino, pues aquí no pasa nada, el lugar está abandonado.
Se decía que hace más de cincuenta años, en el pueblo de San Fortino, las cosas estaban de mal en peor, era un pueblo fundado por comerciantes y ladrones, a últimas fechas de su existencia habían llegado narcotraficantes que encargaban sus trabajos a satanás, estos mezclaron sus creencias con los comerciantes del lugar, que estaban desesperados por ver prosperar sus negocios, tomaron al diablo como patrono del pueblo. Año con año, cada treinta y uno de octubre le ofrecían una gran fiesta, hacían sacrificios en su nombre, mandas, y todo tipo de adoraciones, el pueblo tuvo auge, sus habitantes gozaron de bonanza, pero existía una condición; todos los pobladores debían participar; hombres, mujeres ancianos y niños, nadie podía estar ajeno a los festejos, y todos debían usar una máscara, algo que cubriera su rostro, pues se decía, que si el diablo veía tu rostro, te llevaba, y se llevaría a todo el pueblo consigo. Hace más de cincuenta años que el pueblo está abandonado, está muerto. Nadie sabe a dónde emigraron sus residentes.
La señora de la humilde casa me prestó unas colchas para acostarme en el suelo, justo a lado del catre en donde descansaba el tipo que recién había recogido, el extraño ya no parecía estar inconsciente, sino simplemente dormido, respiraba profundo, su semblante era pacifico. Aún no tenía idea de lo había hecho, o de lo que había visto.
Caí rápidamente en un sueño profundo, el cansancio del viaje me noqueó en instantes, solo el azote de la puerta del cuarto me despertó abruptamente, entre la obscuridad, y con la tímida luz que entraba a la habitación, pude ver a mi acompañante sentado al borde de la cama, temblaba, y señalaba hacía la puerta:
-Viene por mí. Él me vio.
El ambiente se impregnó de un aroma sucio, de descomposición, como si el sudor podrido de un recién muerto te llenara los pulmones, la habitación crujía, sus paredes se estremecían, doña Dolores golpeaba la puerta desde afuera, fue ahí que entre las sombras advertí una extraña silueta de más de dos metros, no pude gritar, solo emití un pequeño chillido, voltee la mirada hacia mi extraño acompañante, cubría su rostro con las manos, lloraba, de entre los dedos escurrían hilos de sangre, decía algo inaudible, no pude observar más, no quería ver hacía en donde estaba ese bulto enorme.
-¿Qué está pasando señor? ¿Qué es esto? ¿Quién es usted?
El hombre no despegaba sus manos del rostro, que ahora estaban cubiertas de sangre, se empezaba a mecer desde su posición.
-¡Señor, responda!
Los vidrios de las ventanas se cuarteaban, se escuchaban los maullidos de muchos gatos y el olor se intensificaba tanto que hacía arrugar mi rostro. El extraño separó las manos de sus ojos, lentamente volteó la cabeza hacia mí y dijo:
-¡Ayúdeme, no deje que me lleve!
Al decir esto, sus ojos lloraron sangre, vi como en su piel se marcaban arañazos, moretones y marcas de dedos, sus gritos me aturdían, el cuarto fue obscuridad total. Silencio; no se veía ni oía nada, las paredes dejaron de crujir, doña Dolores dejó de golpear la puerta, pero el olor seguía, ese olor no me ha abandonado hasta el día de hoy.
Había amanecido, no había rastro de nadie, solo el desorden del lugar, ¿A dónde iría ese hombre? ¿Doña Dolores escapó? Lo que pasó dejó secuelas, tal vez sean psicológicas (o tal vez no), me quedé con un pedazo de infierno desde esa noche, como les decía, esa peste no desaparece, no hay perfume u olor generoso que venza al podrido aroma a cadáver, a veces veo sombras escondidas en mi cuarto, en otras más tengo pesadillas con ese hombre que encontré en la carretera, lo visualizo en el averno, él me habla, me dice que se llama Don, me pide que rece por él, que el diablo lo vio al rostro y que ahora se lo ha llevado, ahí termina siempre mi sueño, es recurrente, es verdugo de mi descanso.
No sé qué creer, pero siempre rezo por ese hombre, lo hago no solo por él, lo hago por mí también, para volver a encontrar la paz, estas alucinaciones (o apariciones) me tienen al borde de la locura. No sé si el diablo o el infierno existan, no sé si la historia del pueblo de San Fortino sea real, no sé siquiera en donde se encuentra Dolores, lo único real es lo que viví, mi infierno, mis demonios, mis pesadillas.

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