top of page

El Gigante De Los Montañas

  • Foto del escritor: Pedro Creo
    Pedro Creo
  • 10 mar 2019
  • 21 Min. de lectura

Dado a mi gusto por viajar, las letras y el periodismo, es que hoy me encuentro aquí. Soy escritor de profesión e investigador por inquietud. He publicado muchos artículos y trabajos acerca de sucesos asombrosos que carecen de toda lógica. Hace unos meses me enteré de la existencia de un lugar que absorbió por completo mi atención. En la edición de mi artículo anterior (santería y esoterismo), tuve la oportunidad de hacer una investigación dentro de la vasta comunidad latina que radica en Los Ángeles. De ellos oí hablar acerca de inquietantes historias dentro de una pequeña y pobre comunidad ubicada muy al sur del globo terráqueo. Una zona que representa un retroceso en la historia, un salto hacia los albores de la edad moderna. Mi editor y amistades me recomendaron no seguir con esta historia, pues bien es sabido que los habitantes de estas tierras suelen ser muy celosas de su espacio geográfico con el extranjero.


La ambición extrema de mi trabajo y la falta de calma cuando me obsesiono con un tema, hicieron apresurar mis planes para viajar al sur del continente. Sin tener ningún lazo familiar o sentimental que me detuviera en mis intenciones, emprendí el vuelo a Vonegas. Un lugar de amplia vegetación y pobreza económica. El aeropuerto al que llegamos sinceramente dejaba mucho que desear, me quedé con la impresión de que fuera una pista de aterrizaje para un avión Pipper Aircrafft, como aquellos que veía en películas de temática narcotraficante.


En el aeropuerto me esperaba Santos Cienfuegos, un amigo de mi editor que vivía en la frontera de Vonegas, accedió a recibirme a cambio de productos básicos y dinero necesarios para la zona. No malentiendan a Santos, es un buen hombre y de capacidad intelectual reconocida, pero con necesidades comunes como todos y más dentro de esa zona geográfica arrasada por regímenes voraces.


Una vez ubicados en un cuarto de hotel de tres estrellas, comencé con las preguntas al hombre de mi editor. Su rostro se desencajaba cada vez que empezaba a bombardearlo con cuestionamientos del lugar a donde me dirigía. El nombre de la zona es Canarias, un pueblo pequeño detrás de las montañas. Un lugar en el cual es imposible llegar a pie o en vehículo terrestre.


El lugar existe desde hace muchos años antes de que Vonegas fuera declarado zona independiente, se dice que los españoles no llegaron jamás a esa zona por la dificultad de su ubicación. Fue un resquicio olvidado por Dios. Sin embargo mi anfitrión me comentó que los lugareños no tienen rasgos indígenas. Son gente con rasgos mezclados, de narices finas y pieles coloradas. No son tribus, pero si es un lugar pintoresco con chozas y zonas arqueológicas, es un lugar sin más que casas de barro y construcciones rusticas, sin comodidades citadinas y con bellezas naturales inexploradas. Hablan español y un dialectico indefinido y sin posible registro. Algunos de sus miembros han salido a Canarias y zonas aledañas para traer ideas a la esfera geográfica del lugar. No son salvajes, son simplemente una estirpe particular.


Pero ¿Qué es lo que hace a esta gente de Canarias tan especial? ¿Por qué viajar desde tan lejos? Pues bien, se ha dicho que los habitantes de este lugar están alejados por una razón. Sus costumbres y usos les impiden abrirse a la sociedad, se hablan de deidades y creaturas fantásticas habitando en sus límites geográficos.


Inclusive se decía (y es el rumor más mentado) de un gigante. Si, así como lo leen, un gigante que vive en la montaña, escondido y jamás antes visto. Se le rinde culto, se le idolatra de manera desmedida. No sé si puedan comprender un poco mejor mi curiosidad.


Santos me advirtió abortar mi idea de llegar ahí, me recomendaba otras maravillas cercanas, viejas leyendas y mitos locales. Nada me llenó tanto como “El gigante”. Sería que no le presté atención al encontrarme tan obsesionado con la gente de Canarias o simplemente que no se comparaban con la idea de investigar una secta. Gente que jamás ha sido documentada, ni estudiada. Eso me atraía, me robaba el sueño.


Santos comprendía mi terquedad, pero no tenía en mente arriesgar su pellejo; su vida no valía latas de comida ni unos cuantos dólares. Pero si me hizo saber de un viejo piloto que por unos cuantos billetes volaría hasta esa zona.

No había que imaginarse mucho el esperpento de maquinaria que me llevaría hasta ese lugar. Era una avioneta con más de una mano de arreglo, solo un idiota como yo tomaría ese riesgo. El piloto era un viejo grasoso y gracias a Dios con poca charla, no está por demás decir que el viaje fue largo para mí, piloteaba de forma temeraria, pero cualquier cosa por obtener la historia lo valía. Observaba desde las alturas como un manto de copas verdes alfombraban nuestro suelo. Algunas colinas rompían el verde de mi vista. Era una imponente vista. El milagro natural a mis pies.


Aterrizamos en un campo de trigo quemado, parecía haber sido abandonado hace años. El pasto lucia seco y amarillo. El piloto del cual no recuerdo su nombre me llevó a una casucha en donde esperaba por mí un hombre alto de piel bronceada y ojos claros, su cabello era muy rizado y pegado al cráneo. Al parecer este sujeto, de nombre Jonás, no estaba de acuerdo con las actividades desarrolladas en su comunidad. Rechazaba ideologías y viejas costumbres que se vivían en Canarias.


Entré detrás del piloto, Jonás nos recibió en su pobre sala. Un cuarto de madera con miserables pertenencias, muchas al parecer fabricadas por él. Los habitantes varones de esta región manejan un conocimiento básico en carpintería, la producción local es base de su economía, no hay moneda que valga así que la auto sustentación y el trueque son sus sistemas económicos. Se nos ofreció asiento, las sillas chirriaban una vez que posábamos el trasero en su lugar. Nuestro anfitrión nos convidó café artesanal en unas jarritas diminutas de barro (El mejor que he probado), se asomó varias veces por los marcos de su humilde casita. Cerró las cortinas de telas floreadas como si con eso el sonido se quedara atrapado entre los sucios tejidos de la misma.


Jonás haló una silla y se sentó en la mesa con nosotros, hablaba bajito que a veces hacía difícil distinguir lo que decía.


-“Bien, entonces ¿Usted es el escritor verdad?”- asentí y me presenté.


-“Mire señor, aquí las cosas son surreales. Son de no creerse. Permítame le cuento un poco la historia de Canarias:


Este pueblo se fundó en los 1410 aproximadamente, nuestro ancestros eran gente de trabajo, jamás de guerra, incrustados en una zona alejada de todas las demás civilizaciones, fueron invisibles antes los ojos de las demás culturas e inclusive de la invasión ibérica, de hecho nuestros ancestros también se creían únicos en la faz de la tierra, sus remotos límites geográficos eran obstáculos para emigrar o expandir sus territorios.


Tenían sistemas económicos, potables y judiciales tan avanzados como sus pares incas y aztecas, sus procesos productivos agrícolas eran impresionantes. Estudiaban las estrellas y eran también hombres religiosos, creían en figuras más viejas que la tierra misma en la que usted y yo estamos parados, deidades tan antiquísimas que existieron mucho antes que la misma humanidad hubiera sido pensada por Dios.

Nadie sabe de dónde emergieron estas figuras, solo se sabe que la montaña que usted ve, y que cubre toda la vista de este valle, es una de ellas. Él está debajo de esta tierra, el creó toda está vegetación, esta prosperidad, Él le da el equilibrio a las cosas. Pero es una entidad vanidosa, necesita algo más que ritos, adoraciones y fidelidad. Esta tierra no se alimenta solo de oraciones y alabanzas; para mantener el equilibrio, va más allá, inclusive la sangre no basta para “Él”. Necesita carne, piel, sudor y vida.”


Me sentí por un momento abrumado y confundido, lo interrumpí con un pensamiento en voz alta.


-¿…Los entierran vivos?


Jonás guardó silencio. Era como si se hubiera sentido descubierto, pude ver como tragaba el grueso de saliva. Era evidente que con su silencio respondía a mi favor. Antes de que continuara, me apresuré a preguntar:


-¿Usted cree en todas estas historias?


Antes de que me pudiera contestar el asustado hombre, un fuerte golpeteo en la puerta de madera nos hizo saltar a todos de nuestros asientos. Mi mirada y la del piloto chocaron por un momento, Jonás seguía en su lugar con la cabeza agachada, como si fuera un niño regañado. El piloto adivinó mis pensamientos y se levantó de su lugar para atender los golpeteos que ya habían cesado, Jonás no se movió en ningún momento, parecía petrificado. El piloto abrió la puerta y se asomó afuera del marco de la misma, no había nadie, volteó a la derecha e izquierda en busca de alguna pista, parecía que se devolvía por lo que amagó con cerrar la puerta, pero algo llamó su atención cuando miró hacia abajo, se puso en cuclillas y recogió algo del piso.


El grasoso hombre volvió con algo en las palmas de sus callosas manos. Era la semilla de un fruto que no había visto antes.


El fruto que nos mostró el piloto en la palma de su mano era una semilla de forma desproporcionada, pareciera una pequeña bola con varias raíces saliendo de sus costados. Pedimos una explicación a Jonás, quien solo se limitó a decir que esta semilla se dejó de plantar hace mucho en Vonegas, solo se ve en momentos de ofrenda, era un fruto rico que alimentaba a familias enteras, a comunidades. Pero algo no estaba bien, podía ver en los ojos de Jonás un poco de temor, no pregunté nada para no entrometerme. Sabía que quería que nos fuéramos, así que antes de orillarlo a pedírnoslo, me adelanté arguyendo tener prisa para continuar con nuestro viaje. Un rostro desencajado y resignado nos pedía tener cuidado y nos indicaba el camino para llegar con el jefe comunal de Canarias. Días después me enteré de la terrible muerte de Jonás, fue sepultado vivo, la semilla fue el mensaje. Fue “sembrado” en ofrenda para la deidad de la zona. Este tipo de actos me hacen pensar que el fanatismo y locura son separados apenas por una frágil tela. Pero todo esto, por muy demencial que parezca, tiene una sólida base. El miedo.


En nuestro camino hacia el centro de la comunidad, puedo decir que mis nervios me jugaban malas pasadas, todo el viaje me sentía observado, sentía los ojos penetrantes de algo acechando desde los arbustos, la vegetación parecía sentir nuestra presencia. Desde todos los ángulos, la gran montaña de la cadena rocosa que separaba a Canarias de Vonegas parecía vigilarnos, nunca la perdía de vista, desde cualquier lugar de la zona, es visible. Es el gigante de las montañas.


La gente que se aparecía en nuestro andar era sumamente extraña, admito que jamás había visto raza parecida, eran todos ellos gente alta de pieles obscuras, pero sus rasgos eran europeos, ojos claros y extremidades delgadas, me recordaban mucho a “Los Melungeons”, raza misteriosa de la que se tiene registro en los 1690, humanos de piel color oliva que se extendieron al norte de Estados Unidos. No miento al decir que intenté comunicarme con más de uno de estos personajes en el camino, siendo despreciablemente ignorado por los mismos. Algunas chozas cerraban sus mendigas puertas de madera a nuestro paso, sentía sus miradas aperladas desde las improvisadas ventanas.


Confieso que el camino fue una oda a la belleza, fui testigo de la vasta expresión natural, arboles de troncos gruesos y altura monstruosa eran hogar y reposo de aves de plumajes coloridos y jamás fotografiados. Dentro de la avifauna de Canarias, me fue fácil reconocer a las guacamayas, turpiales y cardenalitos, pero había otras que parecían sacadas de la imaginación de un ornitólogo.


La noche parecía acercarse cada vez más, por lo que el piloto, me recomendó parar y acampar en un claro de la zona vegetativa. Solo cargábamos con una mochila de expedición cada quien, hicimos un fuego breve y comimos alimentos enlatados, no nos dirigimos mucho la palabra, estábamos cansados, la caminata me había reventando un par de ampollas en las plantas de los pies. Esa noche dormí tan profundamente que no recordé siquiera una imagen de mis sueños. Desperté y apenas comprendí en dónde y porque me encontraba ahí. Advertí que no estaba el piloto, pensé que había ido a orinar. Tardó algunos minutos y para mitigar mi impaciencia, decidí buscarlo en los alrededores. Empecé a rastrearlo sin éxito, no había siquiera rastros de sus pasos. Devolví los míos a donde habíamos acampado, recogí mis pertenencias y seguí avanzando. Esta vez daba pasos firmes y rápidos. Recordaba mentalmente la ruta que tenía que seguir para llegar a donde los lugareños y sus líderes habitan, cuando inesperadamente, algo me hacía tropezar y caer al suelo. Buscaba en la tierra la piedra o rama salida que me hizo trastabillar. Era una mano, la gruesa mano del piloto. Estaba enterrado y sobre su callosa palma estaba la semilla que habíamos visto en casa de Jonás. No me detuve a desenterrarlo porque seguramente ya estaba su suerte echada. Comencé a correr hacia cualquier punto hasta casi chocar con una diminuta figura. Era un niño, un infante de la zona que me miraba con una tranquilidad que me hacía sentir como un desquiciado, levantó su índice y me indicó una pequeña cueva de barro, formada debajo de las raíces de un viejo árbol. Sin dudar y guiado por mi pavor me dirigí ahí sin cuestionar, me introduje y me recargué en las paredes de tierra. Al poco tiempo vi que un grupo de hombres fornidos y de pieles muy negras pasaban por el camino de la vereda, buscándome y hablando en su lengua materna palabras que no entendía, pero que comprendía se encontraban molestos por el irritable tono de voz.


Los hombres preguntaron algo al niño, este solo negó con la cabeza y siguieron su camino. Desde mi escondite observé como el pequeño se acercaba hasta donde yo me refugiaba. Intenté hablar con él, pero era claro que no me entendía. Él decía algunas palabras en su dialecto que no descifré, solo algo que pronunció fue claro para mí. El nombre de “Jonás”.


Después de un rato seguí mi camino, el niño se quedó en su refugio, intenté ofrecerle alimento en retribución por la ayuda brindada, pero el pequeño se negó. No insistí, pues desconocía si lo iba a necesitar después. Seguí mi andar por la extensa vereda, pero esta vez me volví más sigiloso, tomé precauciones para no pisar ramas u hojas secas, nada que pudiera delatar mi ubicación, solo las aves y algunos animales de ojos brillantes eran testigos de mis andanzas.


Me senté debajo de un enorme roble a descansar. Me sentí fatigado por lo que me saqué las botas para refrescar mis hinchados pies, dudé en seguir, sin embargo, era seguro que me encontraba más cerca de mi objetivo que del camino a casa. Razón tenían mis amigos, mi editor e inclusive el mismo Santos en cuanto al viaje, ponía en riesgo mi vida. La gente es muy celosa de sus tradiciones, ideologías y costumbres. Un extranjero es un intruso, nunca será bien recibido si tus ideas y pensamientos contrastan con los de tus anfitriones, y si realmente quieres conocer el lado más primitivo del hombre, debes conocer sus fanatismos irracionales, ese que no media opiniones, que no acepta críticas o argumentos. En que la simple duda es una falta de respeto a la consagración de su intelecto. Así son los habitantes de Canarias, cuando menos en su mayoría.


Después de haber sentido alivio en mis maltratados pies, decidí retomar el camino. Al ponerme la segunda bota, un dolor me hizo sacar mi pie del calzado apuradamente. La bota que se quedó tirada dejaba salir por su entrada una especie familiar para mí. Ya antes había hecho una investigación relacionada con animales del amazonas y el trópico, y en una de estas secciones me tocó escribir acerca de la araña Telamonia de Dos Rayas, un arácnido sumamente ponzoñoso. A diferencia de lo que había estudiado de estos animales, este le superaba diez veces más en su tamaño. La araña, después de haber cometido su fechoría, se alejaba lentamente y se perdía entre las rocas, en ese breve tiempo mi mordedura se inflamó, dejando ver una bola roja que nacía de mi dedo gordo. El dolor se intensificaba cada vez más, y sentí palpitaciones en el mismo. El veneno no tardó en hacer efecto, sentí mareos y nauseas, así como el engarrotamiento de mis músculos. Empezaba a desvanecerme entre la fiebre y las alucinaciones. Caí sobre la tierra, con mi rostro hacia “el gigante de las montañas”, quien parecía siempre observar todo, desde cualquier alguno. Vi como las montañas se derrumbaban, liberando de su interior a una criatura tan antigua como la tierra misma. Era un espectáculo impresionante, tan bellamente apocalíptico. Pasé en un instante a un estado inconsciente.


Cuando desperté pensé en la muerte misma, recordé la picadura de la Telamonia dimidiata, aún me sentía muy envarado como para ver mi herida, así que continúe recostado sobre una especie de catre. Reparé que estaba en una humilde choza, con paredes de barro y techo de hojas de palma seca, esta estaba adornada con cráneos de animales salvajes, había muchos objetos pertenecientes al mundo del que yo vengo: Libros de novelas clásicas, radios viejas, cafetera, cables conectados a la tierra para generar corriente (al puro estilo de Nikola Tesla) y muchos envases vacíos de varias marcas de gaseosas.


Aún estaba mareado y sentí un sabor a cobre en mi boca, me enderecé y quedé sentado en el catre, el dedo gordo de mi pie estaba envuelto entre plantas de hoja ancha parecidas a las del tabaco. Un grupo de tres personas entraron a la choza, todos ellos eran muy altos y de piel bronceada; gente de Canarias, pero estos a diferencia de mis perseguidores, tenían intenciones diferentes. Uno de ellos, el cual vestía con ropa de boutique citadina fue el que se dirigió a mí en mi lengua, se presentó como Bahía.


“Lo rescatamos a tiempo señor, no muchos tienen la suerte de sobrevivir a la mordedura de la araña del amazonas. Me imagino que usted no viene aquí precisamente a vacacionar, sé que sus intenciones van más allá de las meramente exploradoras. Ya habrá conocido a Doran, fue el niño que le indicó en donde refugiarse, gracias a él es que sabemos de su existencia. También conocimos el trágico final de Jonás y de su amigo.” (En ese momento yo no sabía lo que había pasado con Jonás, pero entendí que corrió la misma suerte que el piloto)


“Como usted verá, estamos ante una situación que nos ha dejado estancados en la época de la barbarie, aquellos que hemos tenido la oportunidad de salir y volver hemos encontrado los defectos de nuestra patria, aunque no todos comulgan con este despertar. Creemos conocer cuál es el objeto de su visita y nos gustaría poderlo ayudar, en verdad es necesario que el exterior sepa lo que sucede aquí, y con las disculpas anticipadas, revisamos sus identificaciones, encontramos que usted es escritor, por lo que en usted confiamos para ser la voz de denuncia de lo que sucede en este lugar que pide ser exorcizado de sus fanatismos”


Me encontré perplejo ante el excelente dominio de expresión de Bahía, después me hizo saber que él estudió una carrera en literatura en la Ciudad de Massachusets, pero que ahora había vuelto a su lugar de origen para ayudar a los suyos a salir de la situación actual de Canarias. Bahía me ofreció su ayuda y la de los suyos, un grupo de rebeldes que buscaban derrocar al líder de la zona. ¿Quién era este hombre?


En Canarias, siempre se habían seguido las costumbres de sus antecesores. Su distanciamiento de las sociedades modernas los había hecho convertirse en una clase de comunidad Amish, a diferencia de lo que advertí de la actual, se me comentó que anteriormente no eran tan salvajes, no empleaban métodos tan extremistas como sacrificios humanos y medidas de castigos corporales. Se sabía y se conocía un poco acerca de estos dioses antiguos, pero con el paso de los años se volvió flexible esta doctrina, se respetaban tus creencias o tu indiferencia, pero este dogma estaba presente. Todos tenían una base teológica de las enseñanzas de “El Dios” de su zona, misma que se basaba en el cuidado del medio ambiente, flora y fauna. Todo parecía ir en vías aceleradas de crecimiento, y como todo desarrollo trae cambios, se hablaba acerca de la capitalización de ciertos sistemas económicos y productivos del lugar, obviamente que estas ideas crearon malestar en aquellos que estaban muy comprometidos con las viejas creencias.


Una revolución ideológica se cocinó, se levantaron pequeños grupos que intentaban preservar los sistemas que respetaban la vida ecológica y evitar los aparatos citadinos de producción. De entre estos grupos rebeldes, surgió un hombre de ideas fuertes y claras, pero radicales y extremistas.


Ramiro Sancho Freitas, nacido en una tribu pobre del occidente de Canarias, tuvo el don de la palabra, carisma e influencia sobre las masas, logrando lo imposible, convencer a la mayoría de los habitantes que de seguir estos nuevos modelos capitalistas, el mismo sistema los llevaría a la destrucción total. Consumó una victoria sobre la mente, dominó a los demás mediante las enseñanzas de las viejas costumbres, los motivo por el camino del miedo. Y como anteriormente había expresado, radicalizó las viejas costumbres, siguiéndolas al pie de letra. Llevándolas a su expresión más cruda. Haciendo de las parábolas del gigante de las montañas, algo real.


El carácter mesiánico y megalómano de Ramiro hizo que fuese imposible debatir con él diferentes puntos de vista, el simple hecho de diferir ideológicamente podía provocar la muerte mediante sacrificios ofrecidos al “Gigante”. Bahía me comentó que hacía ya más de veinte años que el sangriento líder había tomado el poder, y las cosas se recrudecían cada vez más. Pocas eran las personas que podían salir del valle, y aquellos que lo hacía era para traer ideas que encajaran con la ideología implementada. Obviamente, pocos salían, pues su apariencia era rara. Los que lo hacían expresaban venir de zonas alejadas de Europa, para no delatar la ubicación geográfica de su zona y no crear curiosidad por las actividades realizadas dentro de su comunidad.


Con esta información, escueta pero valiosa, Bahía trataba de persuadirme para regresar a mi casa, era demasiado peligroso seguir, los hombres de Ramiro sabían de mi presencia en el Valle, sabían que no era un simple investigador de vida salvaje, tenían conocimiento de mis propósitos (seguramente torturaron a Jonás para conseguir esa información). Me buscaban para darme muerte y eso preocupaba a Bahía y a sus hombres, por lo que puso a mi disposición una pequeña avioneta que saldría el día siguiente en punto de las ocho de la mañana, por ahora la niebla haría imposible mi traslado, por lo que se me solicitó recuperarme por completo de mi herida y publicar lo que sucedía en Canarias inmediatamente llegará a mi destino.


Agradecí y agradezco infinitamente las atenciones de Bahía para conmigo, un hombre noble y de buen corazón. Esa noche apenas y probé bocado, me forcé a hacerlo pues el viaje de regreso sería largo y tenía que soportar lo pesado del trayecto. A la mañana siguiente, tuve un despertar tranquilo, con gran paz fui despertado por las aves que reposan en las copas de los árboles, me sentí recuperado y apenas un dolor en el dedo de mi pie se sentía cuando ejercía presión sobre la picadura. Afuera me estaban esperando cuatro hombres, ninguno de ellos hablaba castellano para mi fortuna, no tenía ganas de trabar conversación con nadie. Bahía ya no se encontraba, me dolía no poder agradecer personalmente tanta ayuda.


Los cuatro hombres me guiaron por un camino rocoso en descenso, amablemente uno de ellos cargaba mis cosas, caminé con cuidado pues aun sentía esas punzadas de dolor en mi pie. Atravesamos algunos pequeños manantiales, juro por Dios fue el agua más cristalina y deliciosa que jamás antes haya visto, podía ver como los peces nadaban en esa agua invisible. Un espectáculo de belleza incalculable.


Cada vez que avanzábamos un poco, la montaña parecía crecer más y más, nos poníamos casi a las faldas de la misma, era imponente desde cualquier punto, pero desde ese ángulo tan cercano, parecías estar a merced de morir aplastado por un pie gigante, así me hacía sentir, tan insignificante como un insecto. Me creó gran desconcierto ver que nos adentrábamos en una zona poblada, varias áreas de chozas y construcciones para el riego de campos de maíz, trigo, cacao y un extraño fruto que no había apreciado anteriormente, se veían a la entrada de la nutrida comunidad, así como una estatua imponente tallada en granito. Era una creatura rocosa, sin boca, solo con ojos y manos que llegaban hasta el suelo. Tenía en su pecho escrito elementos ajenos a cualquier vocablo en el mundo. Estos cuatro sujetos, no eran hombres de Bahía.


No hice más que afrontar mi cruel destino, no intenté escapar ni mostrar angustia, los seguí sin siquiera agachar la mirada, a mi paso todas las familias salían de sus casas y me escupían en el rostro, algunos otros me hacían signos raros con las manos. Y así durante un trayecto de cincuenta metros, una fila de hombres negros, altos y con rasgos europeos me hacían valla hacía una gran construcción rocosa en forma de pirámide, misma que estaba adornada con piedras hermosas y figuras del ídolo de las montañas, algunas de ellas talladas en madera, otras más en mármol y oro.


Al ingresar a esta construcción de tipo templo piramidal, advertí que habían otros más esperando por mí, cubiertos con túnicas largas y capuchas, usaban mascaras de barro que hacían parecer a sus rostros estar hechos de piedra, todos ellos en formación triangular. Sentado en un trono alto y adornado de gemas, estaba quien presumía era Ramiro, un hombre con evidente exceso de peso, el único hombre obeso de todos los habitantes que había visto.


A los pies del trono, se encontraba un maltrecho Bahía, atado de pies y manos, mientras que sus ojos se encontraban vendados. Se hizo un silencio sepulcral hasta que Ramiro habló:


“Con desagrado encuentro que gente como usted no entiende que lo único que queremos es vivir en paz. Gente como usted se alimenta del morbo ajeno para distraerse de las desgracias que ocurren justo debajo de sus narices. Hombres como el que yace a mis pies, es indigno de este suelo, es abono para esta tierra que necesita fortalecerse. Mire, la humanidad es inquilina de un lugar sumamente hermoso, del cual no ha tenido conciencia de que no le pertenece. Hace más de 4,530 millones de años este lugar fue visitado por viejas deidades, seres primigenios que se encargaron de abastecer a la tierra de todas estas bondades naturales, y entre todas estas riquezas de las que usted es testigo, nos encontramos nosotros. Nosotros somos el resultado de todos estos milagros, la vida nace del agua, los mares fueron creados por inspiración de estos seres. La vida nació de la vegetación formada por bondad pura de los dioses, de la tierra, de cualquier elemento que usted me nombré, nace la vida. Por lo tanto nosotros somos hijos de los primigenios, negarlos sería una blasfemia. Pero, ¿cómo hemos nosotros correspondido a este gran acto de amor? Destruyendo querido señor, talando, deforestando, extinguiendo, evaporando. Ecocidio señor. Y nuestros Dioses son sabios, ellos han sabido reprendernos, nos han mandado temblores, tormentas, maremotos, erupciones volcánicas e inclusive pandemias, ¿Hemos aprendido? No señor, no hemos escuchado a la naturaleza, la seguimos masacrando, seguimos atentando contra nuestros padres, nuestros amados Dioses. Es lamentable señor, pero la realidad es esta.


Ha tenido oportunidad de explorar nuestras tierras señor, mire a nuestro alrededor ¿Ve hambruna? Señor, no nos hemos enfermado en años, nuestra esperanza de vida es de 150 años. Talvez le han contado ya historias acerca de mi ascenso al poder, no sé hasta qué punto le han relatado. Pero eso fue hace cincuenta años, ¿Y parezco un hombre de ochenta años? No señor, me veo de cuarenta. Así que el mensaje es claro, la tierra le dará lo que usted le ofrece. Nosotros le otorgamos vida, ella nos retribuye con vida. ¿Ahora es que entiende? Bien, es hora de mostrarle un poco de lo que vino a buscar”.


Tres hombres fornidos se dirigieron a una estrella de Azrael que estaba dibujada en el suelo, ahí fue que comenzaron a cavar. Esto ruido desesperaba a Bahía que fue amordazado para callar un poco sus suplicas. Rápidamente los hombres cavaron cerca de dos metros bajo tierra. Uno de los encapuchados se dirigió hacia Bahía y sobre una de sus manos, introdujo la misma semilla extraña que se le otorgó a Jonás, símbolo de penitencia. Si la soltaba era reprendido de forma brutal. Solo bastó un azote para que dejara de repetir la acción.


Fue levantado por las axilas, y arrojado al hueco, calló boca abajo. Escuchaba los sollozos de Bahía, se reventaba las cuerdas vocales intentando decir algo. Palazos cargados de tierra empezaban a caer sobre su espalda. Me sentí impotente, no podía hacer nada. Seguramente yo seguiría a Bahía. En poco tiempo la tierra marrón cubrió por completo al desgraciado hombre. Todos los encapuchados se acercaron e hicieron un círculo en torno del sacrificado bajo tierra. La estrella de Azrael ya no era visible, pero los fanáticos se acomodaban en torno a las débiles marcas aun existentes. Rezaban en un lenguaje tan antiguo como la creación de la tierra misma. Lo supe porque reconocí algunas de esas oraciones, las cuales pertenecían al libro de los muertos. Un libro que se suponía ser un mito.


“Bien señor, ahora que usted ha sido testigo de nuestros ritos, debo a bien encomendar que siga su camino. El Gigante de las Montañas no desea su cuerpo en sacrificio, tiene otros planes para usted. Vaya de vuelta a su ciudad de origen y escriba el artículo que lo trajo aquí. Su suerte y la de los suyos ya están escritas. Así que por favor, regrese, y avise al mundo las buenas nuevas. Los dioses vienen a tomar lo que siempre les ha pertenecido.”


Con gran desconcierto fui llevado a rastras afuera del templo. No sabía que estaba pasando, realmente de entre de todos mis posibles finales, este era el que menos contemplaba. Fui llevado como un prisionero fuera de la zona, caminé sin descanso por todo el bosque. La montaña era testigo de mis pasos, sentía su presencia, es algo que jamás podré explicar, pero la incomodidad que esa montaña generaba en mí, es algo que requiere tiempo y líneas para expresarlo.


Me llevaron exactamente a donde había llegado, a los campos de maíz secos. Advertí que la casa de Jonás había sido quemada y la avioneta del piloto grasoso aún seguía ahí. Uno de los habitantes se encargó de pilotear la nave, mientras otro más se encargaba de que no me moviera ni hiciera nada extraño. Me dejaron en el aeropuerto de Vonegas. Una vez que aterrizaron, me aventaron sobre la pista así como a mis pertenencias. Personal del mediocre aeropuerto corrió en mi auxilio, solo pedí por una llamada telefónica. Hombres de mi editor se encargarían de devolverme a casa.


El viaje a este lugar me ha dejado en claro muchas cosas. Existen cosas fuera de nuestras manos, cosas que escapan de nuestra voluntad. Vi morir a un hombre y dos más desaparecieron. Las autoridades de Vonegas no tienen deseos de entrar a esa zona, pues es considerada un lugar protegido constitucionalmente al ampararse en usos y costumbres del lugar, así que internarse en esa zona generaría un complicado proceso administrativo y burocrático, y al ser los muertos gente sin peso en el atmosfera regional, dejarían que el tiempo los entierre en el olvido.


Canarias es un lugar olvidado por Dios. Por el Dios al que tú y yo rezamos. Pero protegido por otros seres. O cuando menos esa es la fe y creencia de sus habitantes. No comprendí muy bien cuál era la misión u objetivo que se me encomendó y por el cual se me perdonó la vida. Solo al empezar a escribir comprendí la necesidad de dar a conocer a los demás que aún estamos a tiempo, que lo que existe más allá de nuestra imaginación es tan real como lo que existe físicamente en tu espacio geográfico. He crecido leyendo muchos libros de ciencia ficción en los que se me vendían historias sin ningún otro fin más que el de entretener. Pero estos autores parecían no estar muy alejados de la realidad, tal vez ellos tenían conocimiento pleno de los primigenios, del Dios Pulpo que habita en las profundidades del Mar Atlántico, o de las osamentas gigantes de Uluru-Kata-Tjuta, en fin. Pareciera que también ellos nos hubieran querido advertir.


Estoy en el trigésimo noveno piso del edificio en donde trabajo, en estos momentos solo yo me encuentro en el interior del mismo. El monitor de la pantalla ilumina mi rostro mientras estoy a un “Enter” de publicar la historia. Afuera todo es locura y desesperación. Los residentes de Los Ángeles están siendo evacuados ante la amenaza de un maremoto con escala de 8.5 que azotará nuestras costas. Las posibilidades de supervivencia son mínimas. A ratos me asomo a la ventana y observo el cielo obscuro, los rayos descienden con fuerza sobre el mar, asemejando venografías que hacen al oleaje levantarse rabiosamente con un colérico estruendo. Para esto regresé. Este era el plan que el Gigante de las Montañas tenía para mí. Hacer llegar a ustedes el caos y la locura que han estado reservando para todos nosotros a través de millones de años.


ree

 
 
 

Comentarios


© 2023 by Name of Site. Proudly created with Wix.com

  • Facebook Social Icon
  • Twitter Social Icon
  • Instagram Social Icon
bottom of page