El Caso De Duhart McTwain
- Pedro Creo
- 10 mar 2019
- 17 Min. de lectura
Seré lo más breve posible (veremos cómo termina) además de encontrar productivo relatar esto como ejercicio para drenar mis emociones. He decidido tomarme un descanso en la casa de campo que rentamos mi familia y yo en las afueras de la ciudad, como siempre lo hago después de esos juicios dilatados que me dejan completamente molido. Esta vez he decidido venir solo, creo que ha sido la mejor idea.
Soy un nuevo elemento en la firma de abogados en la que trabajo desde abril pasado, generalmente a los de reciente ingreso se les asigna los casos que nadie desea. Esta fue mi situación, tuve una charla con el jefe, y fue claro conmigo “Muchacho, no te lo voy a preguntar, te hemos asignado este asunto, y deseo celeridad en él”.
El expediente era de un sujeto residente de la zona boscosa al norte del país, la firma de abogados había tomado el caso por recomendación de la asociación de portación legal y civil de armas de Dakota del Norte, solo se me informó que el hombre había matado a un semejante a sangre fría, un simple pero contundente disparo en el pecho. El cliente en cuestión responde al nombre de Duhart McTwain, un viejo guardabosques retirado y con permiso expirado para portar armas. En el vuelo me di oportunidad de leer un poco más acerca del caso, la joven victima respondía al nombre de Victor Welber, quien se había extraviado hace años atrás en la frontera con Canadá. No había reporte de él hasta ese día que se identificó su cadáver. No había mucha información, aparte de esa, solo un recorte de periódico fechado el día 25 de octubre del año pasado, un encabezado amarillista y rimbombante anunciaba, “ASESINADO DE UN TIRO A MANOS DE UN ORATE”.
La pobre redacción señalaba que Duhart McTwain confundió al desaparecido Victor Welber con una bestia salvaje, dándole muerte de un certero tiro a la altura del pecho, la oscuridad y la posible demencia del sujeto (quien afirmaba haber matado a un monstruo) podría jugar a su favor ante la ola de reclamos por el uso indebido de armas de fuego, pues detrás de este asesinato, estaba la fuerte campaña de localización de Victor, quien hacía diez años había desaparecido en las faldas del bosque de Dakota, sus padres pedían todo el peso de la ley y la prohibición del uso de armas de fuego en ese condado. La violenta muerte del joven conmocionó al pequeño poblado de Minot.
Phillip Duckarkis
Después de un largo vuelo logré llegar al aeropuerto de Minot, Condado de Dakota del Norte, rápidamente un sujeto de raza negra y que se identificó como miembro de la asociación de armas tomó de mi brazo para dirigir mis pasos hacia donde esperaban afuera por nosotros, en un vehículo de la empresa. Dentro del auto me esperaba Phillip Duckarkis, socio mayoritario y honorario de la APLCAD (Asociación de Portación Legal y Civil de Armas de Dakota) lucía preocupado y sus dientes amarillos sonreían apretadamente para darme la bienvenida.
“Abogado, luce usted muy joven para ser uno, me imagino que la gente del buffet no quería venir y le han mandado (¡y vaya que tenía razón!). En fin me alegro que alguien haya venido, como usted entenderá, no podemos vernos perjudicados con una situación tan complicada como esta, uno de los más grandes pilares de la economía de la asociación y las mejores aportaciones, las hace este estado, perder la licencia a portar armas de fuego nos debilitaría fuertemente en el norte del país. Espero comprenda la gravedad de la situación”.
Durante el viaje, Phillip trató de establecer una relación amistosa conmigo, mostrándome algunos lugares a través de las ventanas del vehículo en movimiento y contándome las historias que les envolvían, admito que era un buen relator, pues sus palabras formaban imágenes en mi cabeza como pintura sobre lienzo. Hubo un momento en que hizo una pausa larga, se llevó las manos a la barbilla, acariciando su lampiño mentón expresó:
“¿Usted cree en lo sobrenatural abogado”?
La pregunta me estremeció, no la esperaba y tampoco sabía que contestar, alguna vez habré vivido una experiencia fuera de lo común, pero con posible explicación que jamás reparé en indagar. Por lo que mi respuesta fue un seco – No.
“La gente que vive lejos de la capital, se distrae con este tipo de historias, usted entenderá, nuestro entretenimiento dista mucho de el de ustedes; espero no perturbar su estancia con estos cuentos, pero a mí, estas narraciones, ciertas o no; se me hacen sumamente interesantes. Bien, le comentaba; hace muchos años, cuando me mude a esta zona del país, me resultó difícil acoplarme y establecer mis negocios en estas tierras. Los antiguos habitantes de estas regiones son muy celosos de su hogar; para mí fue difícil adaptarme; confieso que aún no me aceptan del todo, en fin; cuando compré terrenos en las zonas colindantes del bosque, afecté los cultivos de unos furiosos indios; para no acarrear problemas tuve que reparar el daño generosamente y ser miembro activo en la restauración de otras zonas protegidas por el gobierno federal. Tuve oportunidad de conocer solo un poco de la cultura e historias de los nativos americanos que viven en la franja divisora entre EEUU y Canadá. Ellos hablaban con temor de rituales que ofrecían para calmar la sed de violencia de una criatura que ronda por las noches, cazando a aquellos que se extravían en las entrañas del bosque, un demonio perverso, que se divierte dejando la espina dorsal de sus víctimas colgando en la copa de los árboles, le llaman el Wendigo, si es que tengo buen uso de memora.”
Lo mire de alguna forma que él sintió la extrañeza de mis facciones y rápidamente se justificó.
“No crea que he perdido la razón, mi historia tiene un punto. Si usted mira por la ventana, podrá ver que afuera hay un sinfín de vidas que trabajan arduamente, gente de bien. Tristemente existe también esa gente que busca aprovecharse de eso, personas sin ningún otro oficio que el de lastimar y robar para sobrevivir, hay mucha maldad, ¿entiende? Toda esa maldad transforma a las personas, algunas cambian por completo, su rostro deja de ser el suyo, y lo poco de humanidad que existía en estos individuos, desaparece. Eso joven, es la obra del diablo. Eso es un acto sobrenatural. Y si me permite emitir un juicio en cuanto al asunto de Duhart McTwain, él se defendió del diablo. Lo que él vio, son los rumores de los moradores que no se atreven a salir de sus casas por las noches de Octubre. Siempre en este mes, cosas terribles ocurren. Satanás rondaba a sus anchas en el bosque del condado y Duhart, lo vio en Victor. Toda la gente está agradecida, pero nadie dice nada, tienen pavor de la maldición. Dicen los rumores morbosos que un hechizo gitano cayó sobre un desdichado y desde hacía diez años, cada Otoño; se dedicaba a dejar una estela de muerte a su paso. La gente se resguardaba en sus casas una vez que caía la noche y la luna se colocaba en el cenit. Solo los despistados o los foráneos ignorantes de lo que pasaba aquí, eran sus presas fáciles. Nadie hacia nada al respecto con los desaparecidos, no se armaba un gran escándalo como ahora, si no había cuerpo, no había delito. La gente sabía cuál era el fatal destino de los extraviados, pero ante los ojos de la ley, solo eran eso, desaparecidos en el bosque. La única diferencia ahora, es que si hay un cuerpo, y Duhart violó la segunda enmienda del país. Usó un arma y municiones no permitidas por el estado.”
-“Sí, tengo entendido que usó un arma de tipo militar, pero de las municiones, no me fue informado…” -Espeté.
“Municiones de plata abogado.”- Respondía irónicamente Phillips, a la vez que encendía un grueso habano.
Duhart McTwain
Fui llevado a la prisión local de Minot, en ella se encontraba nuestro cliente, necesitaba urgentemente entrevistarme con él. Mientras era llevado a donde Duhart, comencé a recordar un poco las palabras de Phillips, pensé en la posibilidad de que solo deseará asustarme. No pensé más allá de lo ridículo que pudo haber sido mi expresión en el momento en que el viejo me contaba sus cuentos provincianos. Creo que la excitación del caso me sugestionó.
Pronto ya estaba caminando en los pasillos de la prisión. En ellas se encontraban aquellos infractores de delitos menores pero en la sala del comedor, se encontraba mi cliente. Cuando ingresé al lugar, aprecié la sombría figura de un hombre en uniforme color naranja, propio de los presos de ese estado con sus muñecas fuertemente esposadas. Curiosamente, noté que se aferraba a un bastón con cabeza metálica, ya me habían explicado que había sido imposible desprenderle el cayado, pese a que el estado le proveía de un bastón ortopédico debido a su cojera. Rogó a las autoridades dejarle conservar el objeto. Sus años de servicio como guardabosques, hicieron que el alcalde concediera ese favor internamente.
Había un solo guardia custodiándonos, lucía desdeñoso como todos los oficiales que he conocido en las prisiones federales. Me acerqué hacia mi cliente haciendo sonar los tacones de mi calzado durante mi andar para que advirtiera mi presencia. Permanecía estático, ni siquiera sé si escuchó cuando me aproximaba.
Un rostro demacrado, arrugado y curtido por los crudos inviernos, me miraba con ojos indiferentes.
“Señor McTwain, vengo de parte de la APLCAD, sabemos que usted era un miembro activo de esta asociación y estoy aquí para brindarle servicio legal.”
Después de darle una introducción de los aspectos legales y darle parte de las acusaciones que se le imputaban, solicité de manera atenta me contará lo sucedido la noche del 24 de Octubre. Pensé no diría nada, solo miraba al suelo, tragó un grueso de saliva, y finalmente se animó a pronunciar palabra.
“Abogado, soy culpable, no hay forma de probar lo contrario. Estoy simplemente esperando mi condena, la familia del muchacho quieren verme morir, y no los culpó. Solo que les cuesta trabajo aceptar que en realidad les hice un favor a todos, incluso a él. Lamento haya venido desde tan lejos, pero no creo que sean necesarios sus servicios aquí.”
Su respuesta parecía dejarme sin argumentos, por lo que pronto reviré su respuesta.
“Señor, creo no entiende la gravedad de las cosas, lo pueden condenar a pena de muerte, en este estado está permitida esta sanción y los hechos por cómo han sido presumidos, encuadran perfectamente para enmarcarlo como sujeto punible de delito.”
“Lo entiendo perfectamente, y no tengo miedo abogado, si es eso lo que quiere decir. Ante los ojos del juez Thompson y todos estos bastardos, maté a un joven que se había extraviado en el bosque hace no sé cuántos años, pero yo estoy seguro de lo que vi. La luna alumbraba con una claridad extraordinaria y esa luz de luna caía sobre él, sobre su espalda que no era más que un lomo de bestia. (Observaba como McTwain hacía pausas mientras apretaba sus sudorosas manos)…Esa noche yo no vi a un hombre.
Miré al guardia y parecía no prestar atención a nuestra conversación, por lo que me atreví a preguntar:
“¿Qué es lo que vio McTwain?”
Después de un breve silencio, Duhart por fin habló.
“… (…) Vi a una bestia parada sobre sus patas traseras, era una persona, pero lucía más como una criatura del bosque. Su mirada era penetrante, sin embargo, no dejaba de resultarme una mirada humana… hace más de diez años hemos sido atormentados por algo que ronda en la espesura del bosque. Familiares y amigos se perdieron en un principio, después fueron solo foráneos, los animales silvestres eran despedazados con saña. Esa cosa no se acercaba a las casas que estaban en las faldas del bosque, la gente colgaba muérdago en sus puertas, dicen que eso lo mantenía alejado, la verdad nunca lo supe. Cada octubre sucedía lo mismo, cuando la luna era más grande, esa cosa anunciaba su llegada con un sonoro alarido, era como el sonido de mil lobos hambrientos aturdiendo sus oídos. Todos se quedaban en casa rezando. Yo fui guardabosques toda la vida, jamás he tenido miedo de las bestias de la noche que moran en la zona, pero esta me tenía encrespado los nervios, sabía que no era un animal común. Una noche decidí darle caza a la “cosa”, me resguardé en un viejo cedro hueco que utilizábamos para protegernos de la lluvia, pensé que no sería percibido por la bestia si me escondía entre las sombras, pero ese monstruo tiene el olfato desarrollado, sabía en donde me resguardaba. Podía oír cómo se acercaba, sus pisadas hacían retumbar la tierra. No pude en esa ocasión distinguirlo bien, pero era una figura de más un metro noventa de estatura, gruñía con la fuerza de una jauría de perros salvajes. El pulso me temblaba, disparé en tres ocasiones, y estoy seguro que le di, pero jamás logré tumbar a la bestia… Dios me salvó esa noche, pues como usted verá soy cojo, necesito de este bastón para desplazarme, los años recorriendo las entrañas de los bosques hizo que uno de mis tendones se reventaran, y desde entonces uso este bastón para apoyarme. Cuando la bestia se acercó a mí, metió el hocico dentro del cedro hueco, con facilidad iba a destrozar la cascara del árbol, mis inútiles balas cayeron al fango. Mi único y desesperado instinto fue golpear a la bestia con lo que tuviera a la mano, primero lo hice con la escopeta que cargaba, una Makarov convertion 380, mi arma se deshizo al primer golpe, así que mis posibilidades de supervivencia se reducían a cero. Por instinto lo golpee con la punta de mi bastón, ni siquiera esperaba que le hiciera daño, solo tiraba patadas de ahogado. Pero el demonio cedió, profirió un chillido lastimero cuando la cabeza de plata de mi cayado golpeó el rostro del engendro, se retiraba brevemente dándome esto tiempo y espacio para apreciarlo una vez más y mejor; era una especia de hibrido, entre lobo y humano, sangraba abundantemente y se perdía en las faldas de la oscuridad.
Minutos más tarde los primeros rayos de sol descansaban sobre la tierra húmeda del bosque, sobre ella había huellas enormes. Pertenecían a las patas de un animal, pero rebasaba las dimensiones de uno normal…sin embargo, me quedé con algo abogado, esa cosa por alguna razón, no pudo soportar el contacto con la plata… ”
-“¿Por eso utilizó una munición de plata?”
“Fundí un crucifijo bendito y forjé una bala de plata, si la cabeza del bastón lo lastimó de esa manera, imaginé que una bala sería letal…”
“Lo esperé en la vieja cabaña de los guardabosques, utilicé un arma de uso exclusivo militar, pues las otras armas no tenían cabida para una bala de fabricación doméstica, y estaba seguro que no impactaría con la misma fuerza que una de uso militar. Sabía que me buscaría, pues tenía ya impreso mi olor, y le sería fácil ubicarme como presa cautiva. Espere a que la luna llegara a su cenit, justo cuando la noche estaba sumergida en su más profunda tiniebla, y las alimañas del bosque guardaban silencio sepulcral; fue que el demonio llegó puntual a la cita. Sus ojos estaban inyectados de cólera. De su boca escurrían hilos de saliva y su sola presencia olía a un centenar de tumbas abiertas. Mi error fue dejarlo acercarse demasiado, estaba petrificado y a la vez asombrado de ver tan imponente acolito del infierno. Una de sus garras me tumbó, haciéndome soltar mi bastón y la bestia se lanzó con furia sobre mí, pude ver claramente su demencial rostro, era la cabeza enorme de un lobo, solo que sus dientes estaban formados por dos hileras de filosos colmillos, sentía como se desgarraban las mangas de mi camisa con el solo calor de su fétido aliento. Era una lucha desigual en la que era de cuestión de tiempo para ser devorado. Por lo que traté de no demorar en apretar el cañón de mi arma sobre su pecho, mientras rezaba internamente para que funcionara. Jalé el gatillo justo antes de que lanzara su primera arremetida por arrancar mi rostro; el olor a pólvora inundó mis cavidades nasales. Vi como las pupilas de la bestia se dilataban, la enorme mole se separó de mí, retrocedió unos pasos y se erigió como un enorme monumento a lo espantoso, haciendo sentir a mi humanidad insignificante. Continuó reculando mientras chillaba con alaridos ensordecedores. Parecía que no caería y aproveché mi ultimo resguardo de fuerzas para levantarme para buscar el bastón, le empuñé con tanta presión que mis uñas las clavé en las palmas de mis manos, me acerqué cojeando hacía el “hombre lobo” y lo aporreé con tanta fuerza hasta derribarlo. Una vez en el piso lo molí a garrotazos, puntos rojos de sangre empezaron a cubrir mi rostro. Paré cuando me di cuenta de que lo que estaba masacrando no era más un licántropo, sino el cuerpo desnudo y amoratado de un hombre, jamás supe la identidad de este pues su rostro quedó horrendamente desfigurado. Creí que estaba perdiendo la cordura, me deje caer sobre mis rodillas y lloré a un lado del cadáver hasta que la policía fronteriza me encontró en estado de shock por el impacto y la hipotermia.”
Se hizo un silencio largo, no supe que responder, estaba helado ante su declaración, no sabía si era cierta pero para ser inventada fue demasiado convincente. Enfrente de mi había un hombre a punto de quebrarse emocionalmente y ese era mi único argumento de defensa. Su frágil estado mental. Era un loco para mí.
Día de ejecución
No los aburriré con los tediosos procedimientos judiciales, desgastantes audiencias y exhaustivas jornadas en las que el juez Thompson tumbaba todas mis defensas. Me aferré a un estado de salud mental inestable de mi cliente para salvarlo de un letal final, al final y en fecha veintidós de septiembre del presente año, fue sentenciado a la silla eléctrica por el asesinato de Victor Welber. La noche del dos de Octubre estaba todo listo para el proceso de ejecución del condenado.
El despacho estaba muy decepcionado de la resolución, pues sentían que mi actuación había sido de lo más acertada. Phillip Dukarkis también me respaldó y estuvo conmigo el día de la ejecución. Duhart McTwain estaba demasiado tranquilo esa noche, incluso parecía conforme con el dictamen judicial. Su última cena fue de lo más convencional: pollo, puré de papa y malta. No tuve palabras para con él; estaba satisfecho, era como si la muerte fuera lo que él hubiera estado esperando desde un principio. Caminó la milla verde con la cabeza muy en alto, ajeno a su miserable destino, lo vi avanzar con pasos cortos y con la dificultad de su cojera, aunado a los grilletes que acortaban más sus pasos.
Los guardias me pidieron que me adelantara y buscara asiento en la sala, pues no encontraban apropiado que entrara con el condenado. Adelanté mis pasos y pronto me acomodé en una de las incomodas sillas dentro de la sala de ejecución, opté por sentarme en la última línea, sentía profunda vergüenza para ver de cerca cómo se freía Duhart; pronto Phillip se acomodó a mi lado. En primera fila había una señora de edad y con notable sobrepeso que asumí era la madre de Victor. Todos comenzaron a entrar por una puerta distinta a la que utilizaría el sentenciado, uno a uno iba tomando lugar indistintamente, el alcalde fue el último en llegar a la fúnebre cita.
Mientras esperábamos por McTwain, observé hacia un pequeño cuadro que daba asomo al exterior, era un tragaluz que dejaba entrar la lobreguez de la noche. Dukarkis tomó mi hombro y dijo unas palabras que recuerdo muy bien, pues aun retumban en las paredes craneales de mi mente, “Es la noche perfecta para que salga el demonio”. No hice replica a su comentario y estoy seguro de que el tampoco esperaba mi respuesta, solo se reacomodó en su asiento mientras resoplaba lentamente. Fueron minutos largos antes de que entrara el condenado.
Finalmente hacía su aparición Duhart, escuchaba el arrastrar de sus pies con mucho desagrado; su mirada estaba clavada en el suelo, detrás de él, entró el sacerdote local. Todos se pusieron de pie siendo sentados inmediatamente por el clérigo a una señal tímida con las manos. Después de unas palabras del alcalde para con los presentes, se procedió al penoso acto de ejecución. Se le rasuró la coronilla frente a todos nosotros, así como también se le remojó un poco la mollera. El guardia que lo peló lo tomaba del brazo para sentarlo en la incómoda silla eléctrica. Otro guardia, más fornido que el anterior, apretaba brazos y piernas de condenado. El comisionado local del condado atravesó la sala, parándose justo enfrente de la palanca que daría muerte a McTwain. El mismo oficial fornido cubría la cabeza y rostro del sentenciado con una bolsa de tela negra, observaba como su respiración se agitaba al contraerse los tejidos de la bolsa con su boca. Enseguida colocó una base metálica sobre su cabeza, la cual daría la descarga que pondría fin a su vida.
Phillips Dukarkis parecía exaltado, respiraba con mucha excitación. Reparé en su comportamiento y le pregunté si se encontraba bien.
-“La noche es perfecta y hermosa, y que decir de la luna. Solo en Octubre el diablo se manifiesta de maneras que usted no creería abogado. Mire por el tragaluz, y dígame que ve.”
Era una luna hermosa y enorme, su color plata parecía iluminar el cuarto de ejecución. Me distrajo su majestuosidad, era hipnótica y enfermiza. Estoy seguro que de mirarla por más tiempo me hubiera desquiciado. Reaccioné cuando escuché el primer golpe eléctrico de 2450 Voltios a Duhart; este empezaba a contorsionarse ligeramente. La audiencia exclamó un grito ahogado ante el impacto de ver a un hombre morir frente sus ojos. Pero pronto, los murmullos empezaron a crecer. Crecían como un sonido penetrante en los oídos que solo te obliga, como reacción natural a taparlos con las palmas de tus manos, algunos gritos empezaban a sobresalir y a encontrar replica. Pronto otra descarga más potente se dejaba escuchar; un atronador sonido de más voltajes inferidos para el cráneo de McTwain se escuchaba con amarga angustia. La gente se levantaba de sus asientos buscando la salida. El comisionado no esperó a la señal del alcalde para el siguiente golpe de mayor voltaje. Jaló hacía abajo las palancas de 480 voltios. El olor a carne quemada llenaba las fosas nasales de los presentes, el alboroto por abandonar el lugar hacía a muchas personas caer al piso y ser aplastados por los más desesperados. Yo me levanté de mi asiento y voltee por un breve instante solo para advertir lo que hacía Dukarkis, éste parecía disfrutar del espectáculo, sonreía mostrando esos enormes dientes amarillentos. La sala era una locura y un gruñido proveniente de la parte trasera de la sala, hacia a la concurrencia gritar atormentadamente. El cuerpo de Mctwain se convulsionaba mientras que los policías que le ataron a la silla, llenaban su cuerpo de balas. El sonido de las detonaciones hizo que la mayoría de los presentes se tiraran al suelo. Obviamente seguí el patrón de supervivencia natural, ya en el piso pude ver como el saco que cubría el rostro del condenado, se envolvía en pequeñas lenguas de fuego; un policía de aspecto asiático corría con un extintor en mano y rociaba la cabeza del cadáver, al mismo tiempo que el sacerdote llamaba a todos a volver a la calma. Una misión casi imposible ante la terrorífica postal que se desarrollaba, solo el tono dulce y pacifico del clérigo parecía devolver todo a la cordura. Sollozos y comentarios se elevaban con fuerza una vez más, me levanté del suelo sin despegar la mirada del cadáver de McTwain, no deseaba verlo pero tampoco pude alejarme visualmente de él. Me acerqué con mucho temor hacia la silla eléctrica que sostenía al ya inerte cuerpo. Humo espeso y ensortijado salía de la negra máscara de Duhart McTwain. Hubo un punto en el que no pude acercarme más. El miedo me paralizó, tal vez e inevitablemente esperando que el cadáver hiciera un movimiento brusco y me diera un susto de infarto, nunca sucedió gracias a Dios. Pero lo que si pude apreciar y a continuación narro con horror, fue el aspecto amorfo de sus manos. Por un momento dejaron de ser humanas, eran alargadas garras con grueso vello, sus dedos tenían un aspecto esquelético y retorcido, sus uñas también habían crecido bastante y lucían como una deforme pata delantera de un cuadrúpedo, pero pronto y creo haber sido el único testigo de tan imposible visión, puede ver cómo retomaban su forma humana, pensé que era una alucinación o que mi mente había dejado de mantenerme sensato.
Sentí un miedo devorador que reptaba por mi espina dorsal, un impulso morboso y maldito deseaba levantar la ya chamuscada mascara, pero me contuve y agradezco al cielo y a todos sus santos mi atinada cobardía, pues supe que de haberlo hecho así, no hubiera recuperado jamás el juicio y el descanso. Rápidamente servicios forenses entró a la habitación y cargaron sin cuidado el cadáver de Duhart, fue puesto en una camilla blanca que se tiñó de sangre obscura y se le retiró, todo esto sucedió en cuestión de segundos, los viejos procedimientos se vieron mutilados debido a lo inusual de los eventos.
Con la mirada busqué una vez más a Phillips, no lo encontré y jamás supe del tipo otra vez.
Semanas después, leí en un reporte forense que la tela obscura de la máscara se pegó al rostro de Duhart McTwain y jamás pudo ser retirada. Creo que de todas formas nadie quería saber que había debajo de esa bolsa. Imaginármelo me produce incontables pesadillas que me roban el sosiego, como esta noche precisamente. Los recuerdos de ese día y del caso en sí, han afectado mi estado emocional. Jamás escuché esos aullidos que comentaron en sus maravillosas historias Dukarkis y McTwain, pero a veces por las noches despierto exaltado debido al sonido de un alarido estremecedor perteneciente una jauría de fieros lobos. Y esta noche no creo estar dormido, porque se distinguir perfectamente la realidad de los sueños. No estoy loco, además, escribo esta carta para corroborar mi dicho, para leerlo cuando mis sentidos estén asentados o para que simplemente alguien más la encuentre y sepa que hacer en el siguiente supuesto.
Escribo estas últimas líneas con el sonido abrumador de un aullido que rompe la noche, escucho como los cristales de la casa de campo vibran por la potencia del estruendo. Algo es seguro, no hay lobos en las afueras de la capital, y de haberlos, no suena a nada de lo que yo hubiera conocido antes. Pronto tendré que resguardarme y buscar muérgano o algo de plata en esta casa, sí mañana mi cuerpo no es encontrado en esta propiedad, significa que fui llevado por la bestia que mora en las noches de octubre, busquen mi cadáver si es que de él algo queda y denle cristiana sepultura, pero si de lo contrario, me encuentran aún con vida; no duden ni un solo instante en matarme con balas de plata, o cualquier articulo creado con dicho material. Ruego tengan en mente que no matarían a un ser humano, ni tampoco violarían un mandato divino. Matarían al diablo, tal y como lo entendió Duhart McTwain.

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