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Edinberg

  • Foto del escritor: Pedro Creo
    Pedro Creo
  • 19 mar 2019
  • 3 Min. de lectura

La tripulación del Blue Mary zarpó un domingo de 1845, el capitán Edinberg había elegido entre su flota a hombres sin futuro, gente que no tenía nada que perder y con pasados deshonrosos. El propósito principal de este viaje (auspiciado por la corona Inglesa) era el de encontrar los dos barcos comandados por Jean-François Dupont y cuyo paradero se desconocía. La parte sur de Tasmania y Australia era el punto marcado en los mapas de navegación. Muchos rumores se habían vertido en torno a la desaparición de las embarcaciones referidas, pero nadie sabía a ciencia exacta que demonios se ocultaban en el mar, se esperaba al capitán Dupont de vuelta hace meses, y las noticias escazas se prestaban para inventar macabras y fantásticas suposiciones.


Winston Frederick Edinberg era un hombre de carácter sereno, su fortaleza y temperamento eran bien conocidos como para hacerle frente a una salvaje tripulación, y a un viaje con futuro incierto. La mañana que zarparon el clima era favorable, se elevaron anclas sin nadie que los despidiera del puerto.

En el viaje los tripulantes engañados por el capitán, pensaban que se dirigían a la Isla de Rudendort, propiedad invadida por la monarquía Británica y de la cual se abastecían de recursos minerales. La paranoia por los barcos perdidos habría propiciado su deserción, sin importar continuar con sus miserables vidas. Ese era el real motivo de Edinberg para reclutar escoria social, gente que no sería extrañada o requerida en caso de su perdida.


Durante más de siete días los marineros habían navegado por altamar, la desesperación de los delincuentes apretaba tímidamente a Edinberg, que los arengaba para dar su mejor esfuerzo, la recompensa estaría tocando tierra firme en la Isla de Rudendort (decía). A estas alturas el capitán no tenía claro el rumbo de la nave, sentía que viajaban en coordenadas inciertas, esperaba haber llegado ya a Tasmania y conseguir noticias de Dupont y sus hombres; la incertidumbre creaba en su mente ideas de piratas en la zona oceánica, aficionados a entregar sus víctimas a la supuesta alma maldita del Holandés Volador.

Conflictos entre los más de veinte hombres en el barco Blue Mary, obligaban al escarmiento físico de Edinberg, cuando más acalorados ánimos se veían a bordo, un grito ronco y seco se elevaba desde el nido del palo mayor -¡Tierra a la vista perros!


Los sucios y miserables corrían a proa hasta chocar con el barandal de madera, unos a otros se aplastaban mientras veían lejanamente una superficie de más de dos kilómetros de largo, sus podridas sonrisas y mal olientes carcajadas celebraban la tierra prometida. Edinberg escéptico de ser Rudendort o Tasmania lo que se posaba ante sí, regresaba a su camarote para checar coordenadas, hacía anotaciones en su bitácora mientras sus corazonadas le indicaban un mal augurio. Afuera la tripulación era un frenesí excitado.

La indisciplinada tripulación encallaba en las orillas de la nueva isla, su emoción desbordada los hacía bajar sin advertir los peligros de la misma, sus torpes mentes solo pensaban en rapiña y destrucción, con asombro observaban la larguísima extensión territorial, expresiones de confusión se dibujaban en sus rostros, más de uno observaba la extraña y babosa consistencia de la que superficie, olía a humedad y muerte, mas sorprendidos aun de no divisar vida ni posible flora o fauna en la isla.


El capitán salía de su camarote, su ceño fruncido reflejaba molestia al observar que sus hombres habían partido sin él, se acercaba al límite de la embarcación, los observaba confundidos y dubitativos, antes de poder siquiera llamarles la atención por su desobediencia, veía que la gran isla temblaba, un maremoto en el pedazo de tierra fue lo que se figuró, su vista no daba crédito de lo que veía, los marineros trataban de mantenerse en pie, mientras el pedazo de tierra se sumergía, un par de llameantes ojos se dibujaban en el fondo del mar, la base de la isla se hundía, los improvisados marineros intentaban mantenerse a flote, las fuertes olas los hundía, mientras el Blue Mary era golpeado por el enorme tamaño de estas, volteándolo hasta hacer desaparecer la barca.


Un rugido desde las profundidades marinas explotaba, el lomo de la bestia se sacudía, una enorme masa marina se tragaba a los pocos que nadaban desesperadamente por encima de ella. Y el Blue Mary, desgraciadamente corría la misma suerte que las embarcaciones del capitán Dupont.



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