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Doc Lazaruz

  • Foto del escritor: Pedro Creo
    Pedro Creo
  • 10 mar 2019
  • 6 Min. de lectura

Los niños experimentan demasiados miedos, muchos a causa de las precauciones infundadas por sus padres, otras más a razón de historias que se inventan entre ellos, la imaginación no tiene límites, es terreno fértil para el nacimiento de tormentos y pesadillas.


Ninguno de ellos gusta de ir al doctor, menos por las vacunas, el simple hecho de observar una jeringa es motivo de pánico, el terror se propaga al ver ese delgada punta metálica, conociendo que esta misma entrará en su tejido, que dolerá, que lastimará su carne. Es un horror infantil, nada lo supera. Yo lo viví en compañía de mis amigos de educación básica, entre lágrimas sollozábamos por que el martirio jamás se consumara. De adulto y siendo maestro de primaria de profesión, observé la misma dinámica, es como ver a un puño de condenados dirigirse a la cámara de gases.


Existe una historia en particular, nadie conoce más que los detalles generales, nada de particularidades, solo lo que ya todos sabemos. Y si, es acerca de esos miedos infantiles.


En una ciudad cercana a la que radico, existía un consultorio, pequeño pero con mucha anuencia, el trato del personal y del titular del lugar era motivo de depositar ciegamente tu salud en manos de estos profesionistas.


Siempre recibían a muchos niños en verano, algunos iban para que se les aplicase la vacuna anual contra influenza, otros más tétanos, algunos otros contra algún rotavirus, muchos de ellos (sino que la mayoría) atendidos por el doctor en pediatría Oliver Lazarus, un hombre delgado y de aspecto agradable, usaba lentes de armazón gruesa, barba cerrada y ensortijada que le daba un judío aspecto y una calva que hacía relucir su brillante cabeza.


Siempre encontraba la palabra adecuada para relajar a un niño ante la inminente inyección, suavizando tan dolorosa experiencia con un caramelo de su agrado, su despacho parecía más un salón de pre-escolar, el doctor Lazarus era el alivio de los infantes.


El buen doctor un día enfermó, contrajo la enfermedad de un niño que desarrollaba una bacteria en la piel, un estreptococo, una enfermedad que hace que se desprendan tus tejidos dérmicos, la parte más afectada fue la de su boca, su saliva se mezcló con esta rara enfermedad, lo más curioso y desagradable del asunto, es que el doctor abusaba sexualmente de este menor de edad, intentó besar alguna parte de la piel infectada del niño y este se contagió (esto no se supo hasta después), sus labios se desprendieron dejando a la vista sus encías y dientes podridos. Al doc por aquel entonces se le veía con un cubre boca sucio, manchado por las yagas de su infección.


El niño murió a causa de esta enfermedad, en la necropsia se pudo advertir que el menor era violado, la investigación apuntaba a que el doc Lazarus había cometido el crimen sexual; escapó antes de que fuera detenido, había violado a por lo menos diez niños.


La tierra se tragó al doc, se inventaron historias acerca de él, los adolescentes decían que un doctor con cubre bocas iba a los colegios de parte de sector salud para vacunar a los niños del lugar, que les inyectaba la bacteria que le causó su deformidad facial, que varios niños habían muerto a causa de estas inyecciones. En fin.


Otra de las historias que giraron en torno a este personaje, fue aquella en la que se decía que iba a pequeñas comunidades en donde no era conocido, se instalaba ahí y abría un humilde consultorio pediátrico, cuando los padres llevaban a sus hijos con él, este insistía que debían pasar solos, la gente humilde del pueblo se lo permitía y ahí los torturaba con sus “técnicas” medicas, amenazándoles de muerte si decían algo, retándoles: -¿Llorarás como un bebé?-


Cada que un niño desaparecía, se decía que ahora estaba en el consultorio médico del doctor Lazarus; se creó un miedo generalizado que ya nadie quería que sus hijos fueran vacunados, algunos otros utilizaban esta historia para obligar a los niños a cumplir con sus actividades, porque si no, los llevarían al consultorio de Oliver Lazarus a recibir las vacunas de la temporada.


Y a todo esto, caemos en esta historia, sucedió apenas hace unos meses, Marco y Agustín son dos niños de origen humilde, ambos vecinos y compañeros de escuela, ellos y su familia acuden a hospitales del gobierno que brindan servicios gratuitos en las zonas más pobres, pues bien un día los estudiantes faltaron al colegio, la fortuna en un principio de este hecho, es que ese día en que se ausentaron, miembros de sector salud fueron a esa escuela a aplicar una vacuna ante un rota virus que se extendió en la zona, la mala suerte de los niños fue, que la orden del director era que todos los estudiantes debían aplicarse la vacuna para evitar la propagación de dicha afección, tenían que ir a las instalaciones del sector salud.


Se llamó a casa de los menores y la mamá de Agustín accedió a llevar a los dos estudiantes, una vez que llegaron a la clínica, se le informó que el doctor asignado no se encontraba. El conserje del lugar le dijo que si urgía fuera a preguntar a un pequeño despacho médico que se encontraba a unas calles del lugar, que ahí de seguro aplicaban las mismas vacunas y a un bajo precio.


La mamá de Agustín los acompañó hasta la puerta del pequeño despacho, pero esta se sintió obligada a regresar, era golpeada por su marido, y el no tener la comida lista en su hora significaba una paliza, ante este miedo la señora encargó encarecidamente a su hijo entrar con su compañero de clases y explicar el motivo de su visita, prometiéndole que después de eso, podrían regresar a casa sin necesidad de volver a la escuela. Agustín asintió y recibió efectivo suficiente para pagar por los servicios de vacunas.


Gran angustia vivió la señora, pues los chicos no llegaron enseguida ni en el transcurso de la tarde, no habían vuelto tampoco a la escuela. Ocultándose el sol los niños llegaron a sus respectivos hogares, iban con sus ropas sucias, llenas de lodo, sus rostros reflejaban temor.


Marco y Agustín explicaron a sus padres que había sido secuestrados por el doctor que los atendió en el despacho médico, relataron que una vez que tocaron la puerta, un hombre alto, delgado, calvo, de barba descuidada y con un cubre bocas amarillento les hizo pasar, quedaron petrificados de miedo al verlo, obedecieron por temor a ser lastimados, sospechaban que ese sujeto era Oliver Lazarus.


Una vez dentro, relataron que el doc los hizo sentar en una camilla salpicada con manchas secas de sangre, les preguntó por el motivo de su visita.


-Q-q-queremos l-l-l-a …


-Vacunas señor- terminó la frase Marco.


-Muy bien muchachos, ¿Son valientes? Se ve que son unos hombrecitos muy fuertes. ¿Alguna alergia?


Los chicos observaban que el doctor los miraba lascivamente, su respiración se agitaba, podían ver como el cubre bocas se contraía por el aire que halaba, una mancha de sangre fresca se pegaba en la tela amarillenta del tapabocas.


-¿Tienen miedo niños?


Una jeringa se levantaba, dejando caer líquido de su punta.


-¿Quién va a ser el primero?


Marco corrió hacia la puerta de entrada, se aferró del pomo, haciéndolo girar, halando con fuerza, estaba atascada. Agustín seguía pasmado desde su posición.


-Bueno, creo que tenemos un voluntario. Tal vez te sentirías más cómodo si me quito este tapabocas.


Agustín cubrió sus ojos y empezó a gritar, Marco le gritaba que corriera. El doctor se acercaba lentamente sosteniendo la jeringa, con su mano libre bajaba su sucio cubre bocas, la piel carcomida de su parte oculta, mostraba la ausencia de labios, dientes podridos en fila regalaban un intento fallido de siniestra sonrisa, sangre aun fresca goteaba de sus encías infectadas.


-¿Llorarás como un bebé?-dijo el doc.


Agustín salió disparado de la camilla, corría como un bólido en dirección de Marco, el impulso y la fuerza que tomó hizo que se impactara sobre la puerta apolillada, esta cedió ante el golpe haciendo caer a los niños fuera del consultorio médico, el fango amortiguó su caída.


Apenas tuvieron tiempo de voltear la mirada y observar como el pediatra se abalanzaba sobre ellos, frenético, rabioso, con ojos inyectados de ira. Agustín y Marco corrieron sin parar, sin regresar la mirada atrás, corrieron sin siquiera buscar ayuda, simplemente para alejarse de su persecutor. El dolor en la parte baja de las costillas les hizo parar, advirtieron que se encontraban en un lugar alejado de la comunidad, en donde no había casas, ni rastros de humanidad, los niños se perdieron, pasaron toda la tarde buscando el camino de regreso a casa.


Bueno, eso fue lo que contaron los niños, la policía municipal del lugar hizo sus investigaciones, entró al consultorio médico del supuesto Doc Lazarus. No encontraron rastros de nada, ni siquiera huellas recientes de haber sido ocupado en las últimas horas, era un consultorio abandonado.


El pánico en la zona se desató, se tomaron precauciones excesivas, nadie salía de sus casas. Otra versión apuntaba a que los niños mentían, algunos testigos aseguraban haber visto a los infantes jugando en los videojuegos de una tienda de abarrotes, que se inventaron la historia para no ser reprendidos al evitar la vacuna y gastarse el dinero en los juegos electrónicos.


Gente decía que el despacho tenía unos días de abandonado, y que los niños aprovecharon esto para inventarse la historia.


Nadie supo con exactitud que pasó ese día, los niños se encuentran ahora sobre protegidos por sus padres, lo único que se mantiene a la vista de todos (por si gustan visitar) es la puerta forzada del consultorio abandonado. El municipio es el de Mixtla de Altamirano, Veracruz.


No sabremos a ciencia cierta qué pasó con Oliver Lazarus. Se rumora que murió a causa de su enfermedad dermatológica, la policía aún lo sigue buscando. Lo único real es que niños siguen desapareciendo, y nadie pierde tiempo en decir que el autor de estos sucesos macabros, es el buen doctor Oliver Lazarus.


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