Cuentos Malditos
- Pedro Creo
- 9 mar 2019
- 12 Min. de lectura
Hola, mi nombre es Samuel Pot, soy una persona que ama excesivamente la lectura, no existe mejor entretenimiento que los libros, estos superan cualquier versión cinematográfica que hayas visto, no hay mejores efectos especiales que los que nuestra imaginación crea.
Mi promedio anual de lectura era de ochenta o a veces noventa libros al año, (tengo miedo en aceptar que podrían ser mas) leo todo tipo de obras. He releído mis libros viejos más de tres veces, he abortado a la televisión de mis entretenimientos diarios, no socializo mucho, soy poco afecto a la música, odio el baile. Solo leo. Es mi hermoso escape. Mis amigos han sido Hemlet, Don Quijote, Sherlock Holmes, Edmond Dantés, Pierre Bezujov y José Arcadio Buendía.
De todos los géneros literarios, he de confesar que me inclino por el de terror, desde niño mis regalos solicitados han sido lecturas que ahondan en este tema, mi primer libro fue una colección de cuentos de terror fantástico de Arthur Machen, aun lo conservo en excelentes condiciones.
Nunca imaginé que este hábito (enfermizo) me trajera esta desventura, déjeme les explico; no espero tampoco que se sugestionen a la hora de leer esto.
He sido tratado por psicólogos, no ha sido mi voluntad visitarlos, pero mi hermana Samantha me insistió tanto, que a rastras me llevó con ellos. Los doctores dicen que tengo un desorden mental que recae en mi afición desmedida por la lectura, de una bibliofilia, pase a ser un bibliópata. Lo acepto, más de una vez me he reportado enfermo o impedido de ir a trabajar, solo por quedarme a leer.
Pero ese no es mi verdadero problema, mi problema real es un libro en específico (no es el Necromicon de Lovecraft por si lo pensaban), es un libro de pasta gruesa y obscura, tiene incrustadas piedras en color rojo y en medio de su portada se puede leer con letras doradas: “Cuentos Malditos”. No señala autor alguno.
Este libro lo conseguí en una vieja biblioteca, aquí en Estados Unidos, en la Houston Public Library, no crean que me lo inventé, la biblioteca existe. Cuando lo vi sentí un fuerte escalofrío que me recorrió la espalda como patas de araña caminando sobre ella, vacilé un instante y lo tomé, advertí que era generosamente grueso, sus páginas eran amarillentas y sucias, parecían tener vida; mientras lo hojeaba me cortó con sus hojas, el ardor en la yema de mi dedo índice excitó mi deseo por adquirir el libro, pregunté a la bibliotecaria si era posible comprar ese libro (a sabiendas que me lo negaría, no perdía nada), su respuesta fue un no, con movimiento lento de cabeza.
Ante la negativa de la señorita me dirigí de vuelta a dejar el libro en la sección en que lo encontré.
Cómo mi psicólogo el Doctor W. R. Chapshire solía decir, sufría de una bibliofilia, no aceptaría un “no” como respuesta cuando me había entusiasmado tanto con ese libro de pasta misteriosa y envolvente.
Pues bien, déjenme decirles que para poder hojear los libros de esta biblioteca no hacía falta poseer carné de socio. Tampoco es necesario ningún tipo de prerrogativa especial. No existía una seguridad excesiva.
Antes de llegar al pasillo al que me dirigía, me desvíe a un sector aislado, en este caso al recinto en donde se encuentra la cápsula de madera destinada a la lectura infantil, estaba vacía por ser horario escolar, procedí a buscar en el libro el sello autoadhesivo de la biblioteca, que por lo general se encuentran al dorso de la contratapa. Lo quité con sumo cuidado para no lastimar la apariencia del libro, revisé dentro de él también, quité cualquier indicio que señalara la propiedad de la Houston Public Library. Eché un vistazo alrededor para comprobar que nadie había reparado en mis maniobras, atravesé el pórtico de la entrada con mi ejemplar escondido debajo de mi chaqueta, mi rostro estaba carente de emociones, solo volteé para despedirme de la bibliotecaria, fingiendo una naturalidad total, para mi fortuna, no hizo falta mostrar mis dotes histriónicos, pues ella se encontraba ocupada atendiendo a otro visitante.
Una vez afuera apresuré el paso y tomé el primer taxi que apareció en la calle, estaba emocionado con mi primer robo y adquisición exótica. No podía esperar para llegar y leer la obra sustraída.
Una vez en casa y ubicado en mi rincón de lectura, procedo a desconectar la línea de teléfono y a apagar mi aparato celular (no es que reciba muchas llamadas, pero uno nunca sabe cuándo marcan numero equivocado) tomo el libro objeto de robo, lo pongo sobre mis piernas, y lo abro desde su primer página, me estremecí cuando lo hice, una pequeña lámpara que alumbra mi visión sobre los textos, parpadeó un poco, pero se necesita más para desalentarme en mis ánimos de devorador de libros.
La primera hoja estaba en blanco, y en la segunda se podía leer un texto en una especie de sanscrito, era una combinación de algo parecido al árabe y hebreo, se titulaba “Enochian”.
Habían también muchos signos de imposible lectura para mí, por lo que me dirigí a su tercera página, en ella encontré un pequeño escrito, que al leerlo me causó una sensación de angustia que espero usted no experimente al igual que yo, le pido de favor no lo lea en voz alta. Aquí lo transcribo:
“Ol sonuf vaoresaji, gohu IAD Balata, elanusaha caelazod”
Pues bien, después de leerlo sentí una pesadez en el ambiente, comencé a mirar en todas direcciones y rincones del cuarto, me sentí observado, pero el miedo se apoderaba de mí, no podía levantarme a buscar el origen de mis temores, preferí distraerme en la lectura y dejarlo pasar, la página siguiente estaba en mi idioma, no tuve problemas para leerlo, era un cuento titulado:
“Los demonios de mi mente”
La historia trataba de un psicólogo, de un hombre que tenía una excelente reputación social, estimado por su círculo profesional, años de experiencia le habían dado la facultad de practicar con la hipnosis para ayudar a sus pacientes, siempre que estos estén de acuerdo con el tratamiento, él los inducia en un sueño profundo para poder entrar en las cavernas de su mente.
Lograba satisfacción plena en todos sus pacientes tratados, su prestigio creció meteóricamente, esta noticia llegó a los oídos de un hombre desesperado, un hombre llamado Buck, este tipo había matado a una mujer en un accidente automovilístico. Buck manejaba una camioneta de carga Ford modelo 78 e intentó esquivar a un animal que se atravesó en la carretera, los zorros siempre bajaban a la ciudad en temporada de invierno; este golpe de volante le hizo perder el control de su vehículo, se salió del camino. Mala fortuna de la joven universitaria Olivia O´hara, quien caminaba a un costado de la carretera en ese preciso momento y buscaba ayuda para conseguir un repuesto vehicular, fue arrollada por el coche de Buck, las llantas aplastaron el cráneo de la chica, haciendo sus sesos estallar, y formar parte del pavimento. Buck pagó fianza para no permanecer en prisión, se trataba de un asesinato culposo, no existía dolo en su acción.
Ahora acudía con el psicólogo, pues fuertes secuelas mentales quedaron anidadas en su cerebro, relataba observar en repetidas ocasiones al espíritu de la joven Olivia, y Buck acuñaba estas visiones al trauma por la muerte ocasionada a un ser humano.
El especialista aceptó tratar al hombre, en diversas sesiones logró tener avances, pero Buck siempre recaía, aseguraba que Olivia ahora estaba en todas sus visitas al médico, el sufrimiento del paciente era amargo al describir que una mujer con la cabeza cercenada por la mitad, estaba siempre sentada a lado del psicoterapeuta.
El Doctor consideró prudente la hipnosis para conocer a detalle los hechos y tratar de aliviar el daño mental ocasionado.
Buck se recostó en el diván, cayendo en un profundo sueño inducido por el profesionista, dándole la indicación previa de estar momentos antes del accidente cuando se encontrara en hipnosis:
-¿Buck? ¿Me oyes? Bien, dime ¿Qué ves?
- …Mmmphh estoy manejando mi camioneta… voy a dejar…mercancía.
-Bien, ¿Qué más está ante tu vista?
-…Nevó mucho anoche…estamos en invierno…odio manejar cuando…está… así…me pone nervioso…
-¿Vas rápido?
-No… voy al límite…amo esa canción de la radio… espere… un animal…mmmppphhhh… mmm…
-Tranquilo Buck, contrólate.
-No…Noo… ¡Nooo! ¡Maté a alguien, aplasté a alguien, escuche como tronaba algo, crujía como ramas secas!
-Tranquilo Buck, fue un accidente, relájate, quiero que respires profundo. Ten dominio de ti.
-¡Nooooooooooooooo! Ella… ella… ella… <<Está aquí >> -Buck empezaba a convulsionar, se movía en violentas sacudidas.
-Buck, vas a despertar a la cuenta de tres. Una. Dos…
-Treeeeeeessssssssss- Buck despierta con los ojos en blanco, y se abalanza sobre el psicólogo, sus manos rodean el cuello del doctor, tumbándolo contra el piso y apretando su manzana de Adán hasta al fondo, el rostro del doctor adquirió tonos purpuras, las venas de su frente se exaltaron hasta al borde de parecer reventar por debajo de la piel, el forcejeo débil del doctor fue inútil, la humanidad de Buck encima de él no le dio posibilidades de defensa, el doctor exhalaba su último aliento, soltando un débil, ronco y lastimero –…Buck.
A lo que responde Buck con una voz distorsionada y femenil.
-Mi nombre es Olivia, loquero de mierda.
El Doctor William Robert Chapswire moría con una expresión de pánico… ………………………………………………………………………………………………………
En ese momento, en ese preciso momento aparté mi vista de la lectura, y volví a leer esa línea, “El Doctor William Robert Chapswire…” la sangre se me hacía hielo en las venas -es el nombre de mi psicólogo- solo lo conocíamos por sus siglas W. R. Chapswire, estaba asustado por las coincidencias de nombre y profesión.
Cerré de golpe el libro y me sustraje de mi rincón literario, volví a conectar la línea de teléfono y a prender al celular, pude advertir que en mi móvil habían más de quince llamadas perdidas, todas de mi hermana, cuanto antes me puse en contacto con ella, su voz estaba sumergida entre sollozos, difícilmente entendía lo que decía, solo pude comprender su petición de que encendiera el televisor en el canal del noticiero.
La noticia me mandó de espaldas sobre el sofá de la sala, el Psicoterapeuta William Robert Chapswire había sido asesinado por uno de sus pacientes hacía apenas treinta minutos, fue estrangulado hasta hacer sus orbitas oculares saltar de sus cavidades.
El nombre del asesino: Buckley Armand Jhonson, alías “Buck”.
Rompí en llanto, no podía creer lo que estaba pasando, era ridículo y macabro lo que sucedía.
Esa noche me costó trabajo dormir, observaba a la distancia el libro de los “Cuentos Malditos”, mientras pensaba que hacer con él.
Lo más increíble de esto es que mientras pasaban las horas de la madrugada, mis pensamientos cambiaban, se alejaban de mi plan por deshacerme de él, y me convencía a mí mismo de que era ilógico e infantil pensar que la lectura pudo haber matado al pobre doctor.
Era una desafortunada lista de coincidencias.
Caí dormido, el cansancio me venció. Al despertar, y mientras acomodaba mis ideas, recordé el motivo de quedarme dormido fuera de mi cama, fijé mi dirección en mi rincón de lectura y ahí estaba de nuevo, el hermoso libro de pasta negra y letras doradas.
Era una invitación a sentarme de nuevo y retomar la lectura, me sentí atraído hacia él, ahora tomaba la muerte del doctor como un lamentable suceso a manos de un loco. Ya no me sentía afligido, ni asustado, me sentía con un hambre profunda de letras, y el libro robado era mi flamante platillo principal.
Me senté una vez más sobre mi sillón de lectura, tomé el libro, y al momento de abrirlo, éste se abrió en la página en que detuve mi leer la noche anterior, el siguiente cuento se llamaba:
“Las pisadas en el espejo”
Era la historia de un hombre llamado Massimo, de cariño todos sus amigos le decían “Mas”, pasaba ya los treinta y se encontraba en una fuerte depresión, sus pocas actitudes laborales lo habían hecho cambiar de trabajo en más de siete ocasiones, aunado a esto sus padres habían fallecido recientemente y optó por mudarse de departamento.
Este nuevo departamento era una reliquia, se ocupó arreglando y limpiando los desperfectos del mismo, era una excelente distracción para su luto. Como consecuencia de sus tareas, encontró en un cuarto, un mueble viejo de cedro cubierto por una sabana blanca para evitar que se dañara por el polvo, al destaparla advirtió una cómoda antigua con un espejo roto.
Massimo invirtió tiempo en su nuevo descubrimiento, limpió y pulió su cómoda, nunca se había sentido tan útil haciendo algo, descubría tener aptitudes para eso. Al momento de acabar con la madera, observó el espejo roto, analizó cambiarlo por uno nuevo, mientras miraba su reflejo cuarteado, se convenció de que el espejo se veía bien así, hecho trizas.
Cada mañana, él se miraba fijamente en el espejo, sin ser un hombre bien parecido en ese reflejo se sentía lleno de seguridad y atractivo, su rostro fragmentado a través de las cuarteaduras del espejo le inspiraba un aspecto que inspiraba miedo. Le gustaba.
Un día su sorpresa fue mayúscula, cumplía su ritual de observarse fijamente en el espejo cuando se dio cuenta que su reflejo proyectaba a una persona distinta, era un hombre de raza negra, lucía un bigote finamente cortado y en su frente lucía un herida por orificio de bala que aún emanaba vapor, la sangre corría a través de su rostro. La impresión le hizo alejarse del espejo a tumbos, tocaba su rostro y miraba sus manos, no veía ni sentía cambios en su persona; se volvía a acercar al espejo de la cómoda, y ahí estaba él de nuevo, su mismo rostro. Era “Mas” de nuevo.
Se fue a trabajar como vigilante de un centro comercial, trataba de olvidar el extraño suceso en casa, toda su jornada laboral se mantuvo distraído, cuando unos gritos seguidos de unos disparos en la calle de enfrente lo alertaron, mucha gente se refugió en las instalaciones del negocio, los más curiosos iban en dirección del bullicio. Massimo descuido su puesto para acercarse, un grupo de curiosos se arremolinaba en la calle, “Mas” se abría paso entre ellos, cuando llegó enfrente percibió a un hombre de color que lucía un bigote finamente afeitado, vestía como pandillero, estaba tendido en el pavimento; sus ojos muertos explicaban el tiro humeante de su frente, la sangre corría hacía los costados de su rostro. La gente murmuraba que había sido una pelea entre bandas delictivas –son asaltantes de domicilios- murmuraban –lo he visto en las noticias policiacas.
Massimo se llevaba una mano a la boca, trataba de ocultar su boca expresando asombro, -¡Es el hombre que vi en el espejo!- se decía.
Cuando regresó a casa, miraba al espejo a la distancia, pasaba lo más alejado de él para no reflejarse.
A la mañana siguiente volvía a su rutina diaria, vistiéndose frente al espejo roto, lo observaba con detenimiento, se ponía la camisa, y aseguraba en ella su placa con su nombre “MAS” impreso. Terminaba de vestirse y se sentaba ahora enfrente del cristal, se miraba fijamente a los ojos, y se decía mentalmente mientras apretaba sus parpados y exhalaba –Te estas volviendo loco- al abrir de nuevo los ojos, estaba sentado enfrente de él una mujer, el espejo reflejaba a una dama de cuarenta años de edad aproximadamente, su rostro estaba lleno de raspones y hematomas, lloraba sangre mientras sollozaba débilmente el nombre de –Víctor-
“Mas” se alejó corriendo de su departamento, palidecía del miedo, esperaba lo peor para ese día.
Cuando se dirigía a casa después de cumplir con su horario laboral, un raudo y veloz taxi atropellaba a una mujer lanzándola quince metros adelante, ésta iba acompañada de su pequeño hijo, quien murió en el percance.
Massimo fue testigo del brutal accidente, cuando se acercó a socorrer a la mujer, pudo ver el mismo rostro que se reflejó esa mañana en su espejo, el amoratado rostro de la señora preguntaba por su hijo, repetía constantemente: Víctor… Víctor…
El horror secuestró a “Mas”, no quería llegar a casa, la idea de deshacerse del mueble se apoderó de su voluntad, estaba decidido, llegaría a casa a destrozar la cómoda, utilizaría un mazo y le daría fin a su tormento.
Cuando iba subiendo las escaleras hacia su piso, sintió algo extraño en su persona, un mal presentimiento, no quiso reparar en ello y entró a su departamento, cogió el mazo y se dirigía a romper el antiguo mueble, cuando se paró enfrente para asestar el primer golpe, se miró en el reflejo por última vez, sus ojos reflejados se apoderaron de él, le gustaba como se veía en su uniforme de guardia, bajó el mazo y se detuvo para admirarse en el espejo, se sentó enfrente del mueble, y ahí se quedó admirándose, entre los pedazos cuarteados del vidrio.
Solo un rechinar lo hacía voltear de vez en cuando, un chirrido espantoso que taladraba sus oídos, pero cuando este sonido cesaba, seguía el contacto visual con su reflejo, pero esta vez al regresar la mirada a su reflejo, vio algo más, era él mismo, pero cubierto de sangre, su cara era una masa sangolienta, su yugular echaba sangre a borbotones, y el chirrido volvía con más intensidad, esta vez hacia su dirección. Eran pasos sobre la madera del piso, un ladrón de viviendas que operaban en la ciudad se había introducido en el cuarto de “Mas”, se colocaba justo detrás de él y cortaba su cuello haciendo brotar como manguera sin control, chorros de sangre que salpicaban su habitación, acto seguido acribillaba su rostro dejando caer sobre él la hoja filosa y ancha de su cuchillo.
Lo último que vio Massimo fue su placa en el espejo, le causaba gracia que MAS, escrito al revés decía SAM, era el efecto del espejo que…
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Una vez más detuve mi lectura, que temor al leer eso, “MAS, escrito al revés decía SAM”…mi nombre es Samuel, algunos me dicen Sam (lo odio) era claro que el libro ahora hacía referencia a mí. Mis pensamientos explotaron al escuchar sobre mi espalda un rechinar sobre la madera del suelo.
Apreté mis manos sobre el apoyabrazos del sillón, moví mis globos oculares a mi alrededor, lo más cercano que tenía era un abre cartas, no quería terminar con el cuello rebanado. Lo tomé, a la espera de que el sonido se acercara.
Los pasos se aproximaban más y más, el sonido perturbador del chirrido de la madera floja me castigaba, no me movía de mi sillón, permanecía inmóvil de mi posición, estaba seguro que mi atacante creía que estaba dormido, eso me daba una ventaja.
Cuando los pasos se detuvieron justo detrás de mí, volteé y di un salto sobre mi intruso, deje caer el abre cartas más de diez veces en su rostro, corté su yugular tal y como él hubiera hecho conmigo, me ensañe con mi…
Me percaté demasiado tarde, estaba acribillando el cuerpo inerte de mi hermana Samantha, dejé su rostro hecho una masa irreconocible de sangre, su cuello manchaba mi suelo con su presión a chorro de sangre.
Que terrible horror, perdóname mi dulce hermana, mi Samantha, mi adorable “Sam”
Fui consignado a las autoridades, no pise la cárcel, pues no creyeron mi historia, me diagnosticaron esquizofrenia, bipolaridad, alucinaciones, y conducta demencial. A gritos trataba a todos de advertir del libro, preguntaba en donde estaba, rogué porque nadie lo tomará, que nadie lo leyera, lo hacía por su bien. Lo juro.
Ahora les escribo ésta carta que amablemente el guardia del psiquiátrico dijo que publicaría por mí, es mi advertencia.
Jamás, compren o lean un libro de pasta gruesa y obscura, con piedras rojas incrustadas en la portada y que tenga letras doradas en las que se pueda leer: “Cuentos Malditos”. Estoy seguro, que lo escribió el diablo.

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