Nube
- Pedro Creo
- 20 mar 2019
- 5 Min. de lectura
El sol de esta temporada quemaba la hierba como hace muchos veranos no sucedía, hacía que el verde de los campos se transformara en amarillentas alfombras a los costados de la carretera que daba acceso a Towncreek. Los termómetros marcaban 45 grados centígrados a la sombra, amenazaban los pronósticos en convertirse en uno de los veranos más ardientes que haya vivido el condado, la sequía amenazaba a los ganaderos y empresarios de la zona. Camisetas pegadas a los cuerpos sudados de sus habitantes danzaban en el centro de la ciudad. El mal humor de su gente se notaba en los ceños fruncidos de sus miradas. El agua helada no mitigaba ni medianamente la deshidratación que la temperatura provocaba. Eran las dos de la tarde, el punto más alto del sol. Algunos hombres se refugiaban en la barbería de Rob, de los pocos locales que tenían instalado aire acondicionado. La plática estaba enfrascada en lo inhumano de las condiciones meteorológicas, rememorando los veranos más infernales de Towncreek.
Rob afeitaba al señor Mckeensy, un viejo de sangre irlandesa que soltaba groserías a racimos cada vez que hablaba. Esperando turno estaba Isaia, un obrero de la fábrica textilera, Butt Cork, un oficial de policía de la zona, y Fred Sandle, un campesino que siempre estaba metido en la barbería y el cual a veces ayudaba a barrer el cabello sobre el suelo.
Los tres hombres estaban sentados en un banco largo, solo Butt leía un periódico del día anterior, la sección policiaca. Sobre la avenida principal caminaba Rowald Swan, un alcohólico que perdió todo después de un accidente automovilístico en donde pereció su mujer e hijo. Se había entregado a la bebida y era un vagabundo de tiempo completo. Su enfermedad le había hecho perder inclusive la casa. Caminaba con sus zapatos desgastados sobre el pavimento de la única calle asfaltada del condado.
Isaia y Fred lo miraban fijamente, pensando en lo desgraciada que era su vida. Parecía mareado por el calor, en cualquier momento se desmayaría. Por un momento Isaia pensó que si caía Rowald y este colocaba su mejilla sobre el asfalto, se derretiría y se pegaría en la superficie. Si imaginaba la piel siendo despegada del suelo como un chicle.
Rowald detenía su paso, miraba su sombra reflejada en el piso. Sobre su piel quemada corrían gotas gruesas de sudor que escurrían por su rostro, volteaba a ver a los hombres de la barbería, envidiándolos, parecía que desviaba su dirección hacia la ubicación de estos. Justo antes de dar el primer paso, algo impensado sucedió. Un rayo cayó del cielo partiendo el cuerpo de Rowal Swan, su cuerpo chamuscado se esparcía sobre la avenida. Los hombres en la barbería pegaban en salto desde su asiento. Rob casi degollaba al irlandés.
¿Un rayo en pleno verano? Se preguntaban los asustados habitantes, los pronósticos esta vez si la habían fallado en grande. Miradas asustadas se miraban entre sí. Algunos comensales de un restaurante de la acera de enfrente salían a la calle para entender mejor lo que había pasado, el sol seguía cayendo a plomo, no tenía ningún sentido de lógica lo que había sucedido. Un trueno apoteósico hizo vibrar los cristales de los negocios alrededor de la avenida principal, fue un rugido feroz que aturdía y aceleraba los corazones de los presentes. Parecía la llamada del mismo infierno haciéndose presente en la tierra. Todos los que habían salido a presenciar el cuerpo quemado de Rowald se resguardaron en los negocios, nadie estaba ya en la calle. Con temor se asomaban al cielo, pero los rayos del sol eran tan potentes que no podían ver con claridad.
Rob, tenía los ojos tan abiertos que parecían que se salían de su cavidades, El señor McKeensy solo atinó a decir “¿Que mierda fue eso?”
¿Fue eso un trueno?- preguntaba Fred Sandle. Un pequeño rugir se escuchaba, apagado, que se debilitaba poco a poco. Entonces el radiante día parecía bajar su castigo, el sol perdía fuerza. Se oscurecía la explanada principal del condado. El silencio reinó en Towncreek, mientras una enorme nube cubría el enardecido sol, un gris matiz bañaba cada rincón del condado. Nadie se atrevía a decir una sola palabra, pequeños crujidos en el cielo hacían enmudecer a los habitantes, algunas alarmas de coches chirriaban y escandalizaban las vacías calles de Towncreek.
Fred Sandle, a gatas se acercaba a la entrada de la barbería, se asomaba hacía el cielo. Presenciaba con horror una nube de aspecto vil.
-¿Qué has visto Fred? ¡Habla!- Exigía Rob.
-Es… es… una nube… pero no es como las nubes que tú y yo y nadie conocemos…
-Explícate mejor Fred.- preguntaba el oficial Cork. Mientras hacia un movimiento para arrastrarse hacia él.
-¡No! Nadie se acerque si no quieren perder la cordura.- Fred se derrumbaba en llanto, se ahogaba con sus lágrimas mientras se llevaba sus temblorosos dedos al rostro.
-¡Pero qué demonios está sucediendo! A la mierda todo, yo saldré.- El viejo MCkeensy se levantaba sin que nadie lo pudiera detener, aun con la crema de afeitar en su rostro atravesaba la puerta de la barbería, los demás ahogaban débiles intentos por hacerle entender que salir era peligroso.
McKeensy se paró a la mitad de la avenida, levantó la mirada y se dejo caer de rodillas. Un destello de luz cegó a los testigos. Después se escuchó el rugido. Mas ensordecedor y enloquecedor que el primero, el sonido se quedó vibrando y zumbando en los oídos de todos por un largo tiempo.
Todos estaban en el suelo de la barbería, aun recuperándose del destello, Fred rezaba sin hilar correctamente las palabras. Por un momento paró, y empezó a hablar del Apocalipsis.
-El día llegó, llegó, estaba en las escrituras este día estaba ya escrito, todos seremos juzgados, nuestros pecados serán cobrados de forma brutal, es la bestia la que viene por nosotros, somos la Babilonia de la biblia, somos un pueblo corrupto y miserable, la limpieza comienza con nosotros.
-¡Calla maldito fanatico!- Ordenaba Isaia quien se había mantenido hermético.- Nadie salga, nadie se mueva ni haga ruidos muy fuertes. Tenemos que esperar ¿Alguien ya puede ver?
-No, aun no puedo observar con claridad- decía Rob.
-Nada.-Secamente respondía el oficial Cork.
Fred Sandle seguía sollozando. De fondo se escuchaba el crujir en el cielo.
-¿Qué demonios viste Fred?
-… La nube…
-¿Qué tiene la jodida nube?
-… No me hagan hablar de ella… por favor…
Un sonido empezó a impacientar a los cuatro hombres, un sonido familiar para ellos, pero que habían olvidado por las sequías. El sonido se hizo acompañar por uno de los aromas más placenteros del mundo.
-¿Huele a tierra mojada?- preguntó Rob.
-Está lloviendo.- Respondió Cork
Por un momento se sintió paz, la lluvia trajo consigo calma, en sus mentes jugaba la idea de que simplemente era una tormenta y la mala fortuna de dos de sus habitantes se vio reflejada en los impactos que les quitaron la vida. Lo que vio Fred fue simplemente los nubarrones aglomerados en el cielo que vaticinaban una monstruosa tormenta, era un inculto campesino de familia pobre y con el cerebro intoxicado de fanatismo religioso, fácil de sorprender.
-Fred, eres un idiota, es solo una tormenta.- Decía Cork.
-¿Pero entonces que vio Mckeensy? –Refutaba Isaia.- Él también se derrumbó antes del destello.
-Ya no escucho sollozar a Fred.- decía Rob.
-¿Fred? ¿estás ahí?
-¿Contesta retardado?
Solo se escuchaba la lluvia fortísima golpeando el pavimento, la furia de la tormenta.
-Creo que no está Fred, maldito campesino, ¿habrá salido? Nunca debimos aceptarlo en el grupo, sabía que si le dábamos a leer esas cosas pronto se volvería un desquiciado.
-¡¡Shhhhht!!... es el cielo, está tronando de nuevo…
-Esos truenos no suenan a los convencionales Rob, es como un gruñido, uno fuerte…
-¿Tu qué opinas Isaia?... ¿Isaia?
-…Ya puedo ver… Fred está afuera, camina hacia el fondo de la avenida, y… algo desciende allá… al final de la calle, algo desciende de la nube. Es la pesadilla de los pecadores, el tormento de los no creyentes y profanadores de las palabras del libro de los muertos. Fred tenía razón, pero ahora estará bien, va en camino hacia la purificación. Gloria al señor de la locura y destrucción, que nuestra alma negra y podrida sea la ofrenda necesaria para plagar a este mundo de su rencor y desesperanza infinita.
-Que así sea hermano Isaia.

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